Cuando los mafiosos confiesan

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Pocas veces la tarea de un tribunal penal se ha visto facilitada no solo por el excelente trabajo de la Fiscalía, y por la abundancia y contundencia de las pruebas, sino también por las increíbles confesiones que los acusados han hecho públicamente admitiendo tanto la existencia de los delitos por los que son procesados, así como su culpabilidad. Me refiero al caso por el que está siendo juzgada la mafia correísta, “caso Sobornos 2012-2016”.

En efecto, en el arco de pocos días los capos de la mafia correísta han entrado en un estado de desesperación que raya en el pánico, y espontáneamente han comenzado a reconocer como válida la teoría del caso presentada por la Dra. Diana Salazar. No es raro ver esta reacción sicológica en delincuentes que se sienten atrapados, que ven cómo se van derrumbando las murallas de sus mentiras y hundiendo los cimientos de sus coartadas.

Así, el capo di tutti capi en una declaración que pasará a la historia de la criminología moderna como ejemplo de autoincriminación ha terminado reconociendo la existencia de los famosos archivos informáticos donde su asistente llevaba minuciosamente la contabilidad de los sobornos. Su intento de desacreditar esta prueba –que no es la única, ni, por cierto, la más importante– lo ha llevado a incurrir en otros errores que solo confirman su responsabilidad penal. Tal es el caso de tratar de introducir una prueba ilegítima (suministrada por una “fuente anónima”…) y a destiempo sobre un supuesto hackeo de los archivos de su exasistente cuando ella ya los reconoció como suyos: todo lo cual lo único que hace es confirmar la intensidad de su angustia al verse acorralado. Una desesperación probablemente agravada por la deportación de España y apresamiento en Quito del ex director de Inteligencia de la dictadura correísta.

Otro de los jerarcas de la pandilla no se ha quedado atrás. Él ha reconocido que la cúpula del gobierno instalada en Carondelet se asentaba sobre una red de sobornos y una verdadera cloaca de corrupción. Según su versión, cuando la exasistente personal del capo de la mafia pasó de la Presidencia de la República a la Corte Constitucional –con una calificación sobresaliente, por supuesto– ella recibía cientos de miles de dólares para dictar sentencias. Habría pasado, pues, de una cueva de ladrones a una cueva de rateros; situación de la que ya habían indicios por el nivel de putrefacción al que la mafia correísta llevó a dicha corte.

Otra de las acusadas ha terminado aceptando que recibió cientos de miles de dólares al contado de una de las empresas contratistas para financiar su campaña electoral pero se ha declarado inocente, pues sostiene que no sabía cuál era el origen de esos fondos ni que tenía obligación de preguntar sobre ello.

Y así por el estilo. Una tras otras, estas confesiones ya no dejan lugar a dudas de que la Fiscalía ha probado su caso y que la labor del tribunal va a ser menos complicada de lo que parecía. (O)

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