
Abortaron las lealtades
Barcelona, España
Debo confesar que yo creía en Rosana Alvarado. Fue hace algunos años, en la época en que ella era constituyente en Montecristi y, luego, vicepresidenta de la Comisión Civil y Penal en el congresillo de transición. Me agradó que fuera comunicadora y abogada, dos vocaciones que cuando coinciden en un político pueden otorgarle lucidez cósmica a la hora de hacer leyes. Además, era brillante como expositora y su lucha por los derechos de las mujeres amenazaba con ser de una valentía irrefrenable. Me equivoqué.