Por lo menos disimulen
Guayaquil, Ecuador
No envidio para nada a los que se han subido a la cruzada de la revolución ciudadana. Miren a la pobre jueza Hilda Garcés, famosa por haber ordenado que no circule el libro de Miguel Ángel Cabodevilla. Habrá pensado que con su acto ganaría palmaditas en la espalda, felicitaciones sabatinas o ascensos vertiginosos. Pero no. Se ganó una repelada general, en la que se incluyó el mismísimo Gobierno al que pretendió alegrar con su diligente y apurada decisión. Desde la Presidencia, por si alguien pensó lo contrario, publicaron rapidito su rechazo a la censura, ellos que siempre se han acostumbrado a tolerar cualquier tipo de comentarios, por más lejanos a sus prédicas que parezcan. Esto último fue un chiste cruel.
