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Opinión

La visión del tuerto

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Un hombre con setenta y tantos deja su asiento en las primeras filas y se descuelga al callejón con agilidad sorprendente, y de allí sale por un burladero hacia la arena, a oficiar el ritual que sigue a las faenas de mérito, consistente en colocar alrededor del cuello del torero un pañuelo rojo, distintivo de San Fermín. Cumplido el sencillo reconocimiento, propio de los pamplonicas, el hombre se devuelve a su asiento en los tendidos sin más protocolo que su andar despacioso, las manos cruzadas atrás, vestido de época, traje oscuro y un sombrero negro que se destoca apenas, para no trocar el respeto al público en aspaviento de masas. No es el alcalde ni ostenta cargo alguno; es un aficionado que paga su entrada como cualquiera y ha ganado autoridad por tradición.

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