
Moamar Gadafi


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La casa estaba sucia
Cosas veredes Sancho, advirtió a su rechoncho escudero el estilizado Don Quijote. Y eso que no había visto nada y mucho menos se imaginaba lo que le quedaba por ver, de llegar a sobrevivir hasta estos días. Según la lista de “poderosos” de la Tierra, que elabora la revista estadounidense Forbes, el primero de los latinoamericanos que aparece en la nómina es la presidente brasileña, Dilma Rousseff (lugar 22). La sigue de cerca, en el puesto 23, el multimillonario empresario mexicano Carlos Slim y también un mexicano ocupa el tercer lugar (55): se trata de Joaquín “El Chapo” Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa, quien parece ser la “la persona más buscada del mundo”. Hay de todo y para todos los gustos.

¿Es lícito matar al tirano?
La pregunta es formulada por Santo Tomás Tomás de Aquino, en el Capítulo Siete de su Suma Teológica, en el que trata “acerca del régimen de los príncipes”, y no he podido dejar de recordarla mientras miraba en YouTube la atroz muerte de Moamar Gadafi, capturado por los rebeldes libios en una alcantarilla, en las afueras de Sirte, su ciudad natal, en donde se había escondido tratando de huir de sus perseguidores, a los que había sojuzgado con crueldad, durante más de cuarenta años. Las circunstancias del linchamiento han resultado de tal modo impublicables que ni siquiera los medios más sensacionalistas se han atrevido a difundirlas.

Un buen lugar para morir: la alcantarilla
La historia de Libia ha sido trágica, Muammar Gadafi, un déspota que gobernó de facto durante 42 años dejó un legado tenebroso en ese país, conocido por la comunidad internacional por su excentricidades y su apoyo al terrorismo; manejó Libia como si fuese de su propiedad, sus hijos, formaron parte de los abusos del poder, Gadafi amasó una colosal fortuna a costa de la inmensa producción petrolera, mientras el pueblo se sumía en la más absoluta pobreza. Se sabía que al menos dos de sus hijos se preparaban para sucederle. Según el diario español El País, Gadafi cumplió hasta el último precepto del manual del buen tirano (42 años en el poder, conversión de Libia en una finca familiar, pretensiones dinásticas, culto a la personalidad, represión minuciosa de la disidencia), y le dio un toque exquisitamente cínico al oficio de dictador.