¿Necesitamos una nueva estrategia iberoamericana?

Por Martín Santiváñez Vivanco
Lima, Perú

Latinoamérica es una prioridad de la política exterior española. La región importa, no sólo por los lazos comunes que nos unen, de por sí determinantes, sino también porque cualquier solución a la crisis que padece España pasa, en gran medida, por la actuación de las empresas españolas allende los mares. Si el gobierno español aspira al resurgimiento material, Latinoamérica es un factor esencial, imprescindible en la configuración de una estrategia global de reactivación económica y política.

Sin embargo, esta estrategia tendiente a mantener una presencia efectiva en la región no necesariamente implica apostarlo todo a la diplomacia de las Cumbres. De hecho, aunque las cumbres iberoamericanas cumplen una función importante (son un foro político eficaz) la coyuntura actual que atraviesa España nos obliga a redefinir la hoja de ruta. La cumbre Iberoamericana de Cádiz es un evento importante en el marco de una fecha histórica y la diplomacia española debe intentar, por los canales adecuados, alcanzar un respaldo político con la presencia de diversos mandatarios latinos. En este sentido, el viaje del Rey y de nuestros políticos es comprensible.

Ahora bien, debido a la fragmentación del escenario regional caracterizado por frentes internos altamente inestables (la crisis en Argentina es rampante, Bolivia padece una fractura interna que Morales ha profundizado, en breve Ecuador se convertirá en un campo de batalla electoral y Venezuela sobrevive en la incertidumbre), es preciso configurar lineamientos en función a cada país y darle a la cumbre el peso específico que merece, no más. Pretender que sólo en Cádiz es posible relanzar la política exterior española con respecto a Iberoamérica, es un error de estrategia. Y apostar todo a esa carta, un error político que tarde o temprano lamentaremos.

El surgimiento de la Alianza del Pacífico, a pesar del móvil político, por fuerza terminará concentrándose en el ámbito comercial-económico. Piñera no es un líder regional. Y México, inmerso en una campaña electoral corrosiva, antes de liderar una cruzada demo-liberal de alcance latino, tendrá que conjurar el retorno sangriento de Huitzilopochtli, en forma de violencia desmedida, superior a la capacidad del Estado.

Son tan importantes las dinámicas internas de la mayor parte de las economías latinoamericanas que la interlocución en bloque, en este momento, sólo acarrearía declaraciones de hermandad y pactos superficiales sobre cuestiones administrativas. Por eso, sin descuidar la mirada global y regional, es preciso regresar al enfoque bilateral, sin olvidar que Brasil tiene una clara agenda sudamericana y que no cuenta con España para sus objetivos de poder.

Si el paternalismo internacional debe ser descartado, actuar de manera obsequiosa, en Latinoamérica, también pasa factura. No olvidemos tan pronto que el populismo no tiene palabra y que hace malabares con la seguridad jurídica y busquemos aliados confiables (países, personas e instituciones), al margen del rédito inmediato. O fundamos el gran espacio iberoamericano en el realismo político o nos resignamos, como tantos otros, a la estéril ensoñación de los que aran en el mar.

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