La opción individual

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Leoncio y Tristón, inolvidables caricaturas, representaban las dos caras opuestas de la actitud frente al dilema humano: el primero caminaba erguido, jovial, veía al vaso lleno, la oportunidad, y saboreaba de antemano los beneficios de las aventuras que estaba a punto de emprender; el otro ni siquiera percibía el vaso, se pronosticaba toda suerte de infortunios de distinto calibre y andaba jorobado bajo el peso de su fracaso hipotético, que el próximo paso, estaba seguro, se encargaría de confirmar. Leoncio la pasaba en grande, sacando siempre algo de provecho, mientras que Tristón, afianzado en sus sombrías predicciones, terminaba pronunciando su marca psicológica: ¡qué mala suerte!

Cotidianamente vemos, con los grados y matices de la complejidad humana, repetirse esta historia. Gente decidida y segura que alcanza consistentemente sus objetivos, y gente temerosa, desconfiada, que ve obstáculos y enemigos en todo lado, y se queda a medio camino. No es coincidencia la relación, estadísticamente demostrable, entre el estado mental de las personas y los resultados que obtienen. En el mundo del deporte, los negocios, la cultura, la familia, las misiones solidarias, no hay persona que alcance consistentemente sus objetivos que no esté convencida de su propia capacidad y del resultado que obtendrá, estado psicológico que libera sus mejores recursos. Y a la inversa, quienes dudan o se niegan el derecho a fijarse metas elevadas, difícilmente logran otra cosa que un desempeño pobre, que atribuyen a obstáculos externos antes que a sus pensamientos limitantes.

Tan natural es la inclinación a justificarse en el azar, las condiciones adversas o cualquier causa fuera de control, que las ideologías más populares, de cualquier signo político, son las que prometen a las personas la solución de sus problemas. En lugar de darle al individuo poder, de facilitarle el desarrollo en todo su potencial, para que su mérito le una al equipo de los afortunados, se limita el horizonte de todos, reduciéndolos a jugar en las ligas menores del igualitarismo, bajo la égida de un estado benefactor, controlador, interventor, que le garantice todo aquello que duda alcanzar por propia iniciativa, y le despeje el camino de las piedras a las que atribuye su situación.

Aunque la educación es ingrediente indispensable, dudo que Tristón abandonaría sus paradigmas paralizantes a fuerza de ampliar sus conocimientos de literatura o álgebra, que los usaría para demostrarse matemáticamente sus escasas probabilidades. El miedo a la libertad, el temor al error, la cortedad de metas, la ignorancia respecto del potencial individual, cobran víctimas lo mismo en analfabetos que en académicos llenos de títulos, porque sus causas tienen más que ver con los códigos culturales, con los estilos familiares, con la manera que tienen los padres de conducirse frente a los desafíos de la vida, con su sentido de trascendencia, con la labor que cumplen haciendo crecer en sus hijos el señorío que deben ejercer sobre su propio destino, decisión que en todo caso no es de los padres, sino de cada uno. No es un tema de suerte, sino de decisiones.

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