Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador
Alfaro apeló a las armas para llegar al poder y para mantenerse en él, y eliminó controles gubernamentales y exacciones, de herencia colonial, que impedían la libre exportación del cacao, al punto que sus campañas militares -no le hicieron falta las electorales- fueron financiadas por los hacendados productores del grano, los «Gran Cacao». De no ser por su anticlericalismo y su origen campesino, no se entendería cómo llegó a ícono de la izquierda criolla a pesar de su autoritarismo armado al servicio de la liberalización de la economía.
En contraste, García Moreno, tenido por déspota y conservador del ala más reaccionaria, promovió la Constitución de 1869, etiquetada como Carta Negra no obstante que su lectura sin prejuicio revela un texto de vanguardia, con clara suscripción republicana, plena división de poderes, legislativo bicameral, y amplia definición de los derechos y libertades. En cuanto a los poderes del Ejecutivo, el veto presidencial no consigue cambiar el texto de proyectos de ley, y apenas retrasa para la próxima legislatura su aprobación si el Congreso no se allana. Hay que recordar que el país apenas lograba superar una vocación federalista, reflejada hasta en la Constitución de 1861, atizado por un germen separatista que subsiste hasta hoy; y que las regiones, dispersas y poderosas, no estaban dispuestas a delegar más atribuciones que las indispensables en el Gobierno de Quito. La Carta de 1869 no ofrece base alguna para calificar de autoritario a su ideólogo, aspecto que tenía más que ver con el temperamento de este, amén de la sal y pimienta que, bajo la sazón de la izquierda que ha dominado la literatura histórica, lo ha magnificado.
Cierto que introdujo la reelección inmediata por un período, y la condición de católico para ejercer la ciudadanía, elemento impensable hoy, mas único factor de cohesión hace siglo y medio, cuando la nación existía apenas en los papeles y se debatía al borde de la desintegración. El punto es que este ingrediente religioso mitificó a García Moreno en la derecha más conservadora, a pesar de su pensamiento y ejecutorias progresistas. En lo político, le inspiraban las ideas sociales del cristianismo, que abogaban por los límites al individualismo en favor de los menos favorecidos y constituían una respuesta al liberalismo clásico del laissez faire, laissez passer, tan de moda entonces. Visionario y constructor incansable, inicio al ferrocarril, cuyo crédito histórico se llevaría quien lo culminó. Y respecto a su enfoque social en el impulso a la instrucción pública como elemento fundamental para el desarrollo, no hace falta comentario a las siguientes líneas escritas por él a León Mera, a la sazón su gobernador en Tungurahua, instándole a no sancionar a los indios y campesinos por faltar a la educación obligatoria (Tobar Donoso, El Indio en el Ecuador Independiente, p. 184).: «…la justicia exige que se haga respetar y obedecer la ley por los más poderosos, por los habituados a violarla, es decir los ricos y propietarios. Principie, pues, por estos amenazándolos con la multa, si no enseñan o hacen enseñar a los hijos de sus peones…»
* El texto de Bernardo Tobar ha sido publicado originalmente en el diario HOY.