Prólogo al 2013

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Quiero renovar algunos compromisos con mis lectores, suponiendo que los tenga -lectores, me refiero- y advirtiendo que el término incluye al sexo femenino. No abandonaré la práctica de informarme de lo que están escribiendo los demás, para comentar sobre cualquier otra cosa. Intentaré convencer, sin argumento de por medio, que el estilo no es ropaje o forma externa, sino radiografía de quien escribe. Dos personas pueden pensar semejante; el estilo las diferencia, les da identidad esencial.

Seguiré resistiéndome a designarlos a ellas y ellos, ciudadanas y ciudadanos, mal gusto en las formas que prueba la deformación del concepto. El buen Español no lo necesita y la igualdad de los sexos no pasa por estropear el idioma; además, dicha igualdad no es tal. Por algún misterio insondable las mujeres abogan, con relación a los hombres, por iguales salarios a iguales responsabilidades, o por una distribución equitativa de la nómina, la papeleta electoral o los cargos directivos. Deberían ganar más y punto; y en cuanto a su empeño por igualarse en roles, no es compatible con la preeminencia femenina en la jefatura del mundo, al menos en Occidente, con el ingenio añadido de hacerle creer al hombre que la ostenta. La mujer merece un sitio especial, no uno igual.

El tiempo, y el modo en que se nos escapa, especialmente cuando intentamos exprimirle más horas al día, la velocidad a la que aceleramos la vida sin conciencia del destino ni de la belleza del viaje, cuya contemplación exige detenerse, el falso sentido de progreso o la dictadura de las masas seguirán alimentando apuntes. Continuaré hablando contra la inequidad del igualitarismo, contra la estafa que supone eso que etiquetan interés general, que el socialismo tramposamente contrapone al derecho del individuo -único derecho que existe antes que cualquier pacto social-, aunque evitaré que los políticos se deslicen con nombre propio en mis líneas: tendría que hablar mal de ellos, ensuciando el color positivo de mis tintas. Para la denuncia existen los escritorios de comisarías, no las páginas editoriales.

No dejaré de lado los temas más trascendentes, como el valor de la sopa, la supervivencia del libro de carne y hueso, aparentemente amenazada por sus alternativas digitales, o reflexiones hondas como las que hacen las loas al trono, esos elogios merecidos al inodoro y al tiempo que empleamos en su compañía, que le hicieron perder al HOY para siempre a uno de sus más serios lectores -cuya protesta, con número de identidad y devolución del ejemplar impreso, atesoro con especial celo en la memoria-, así como a desnudar mitos históricos, taras culturales y burlarme del modo en que el género humano se engaña a sí mismo hasta de las cagadas más inocentes, literalmente hablando. Porque, si de materias excrementicias se trata, ¿habrá un nombre más mentiroso que «inodoro» para el receptáculo de tan pestíferas descargas? Y abundan los casos de mitomanía colectiva.

Finalmente, intentaré abandonar la razón tantas veces como la intuición me señale otro camino, tanto más si la ruta alternativa lleva humor, la forma más concisa, difícil y aguda de reflexión.

Más relacionadas