Edades

Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

Es curioso el debate que se está instalando en el país a propósito de que pareciera que tener más años es un pecado. No solo la discriminación para acceder a becas, las edades máximas para postular a empleos o los topes para ejercer cargos o profesorados nos enrostran las miasmas sociales vinculadas a una cultura de culto a la juventud. En su variante ecuatoriana están provocando iniciativas tan atroces como contradictorias en los ámbitos educativo y laboral. Incluso tuvieron una expresión política en un eslogan tan simplista como revelador de esa visión social: nuevo es mejor.

Nuevo o joven no significa mejor. La juventud es una condición vinculada a la edad pero no implica un juicio de valor, pues cada etapa en la vida de las personas e instituciones tiene sus fortalezas y debilidades. Juventud implica vigor y ojos nuevos para ver la naturaleza de las cosas de forma distinta. Pero también vehemencia y ganas de comerse el mundo sin reconocer que ese mundo no se ha formado de la noche a la mañana. Es verdad que hay que cambiarlo y para ello se requiere energía y entusiasmo, pero también el criterio y la experiencia para obrar de la mejor manera posible. La edad nos otorga a las personas un paño de agua fría para atemperar los juicios, para ponerse en el lugar del otro y para comprender mejor. Como resultado de los aprendizajes de este ejercicio de prueba y error cotidiano, nos aproximamos a lo que denominamos sabiduría.El problema es no entender que esa sabiduría, como lo realmente bueno, lleva su tiempo en sedimentarse, en tomar forma y color. Nuestras sociedades, sumergidas en la adoración a lo novedoso, a la eterna juventud y a los instantaneo, hace tablarrasa del valor objetivo del proceso de madurez humano.

En parte, porque la visión estética y de mercadeo requiere de rostros jóvenes en las empresas e instituciones, con el atractivo que reporta dicha imagen. Otro tanto por la asociación que existe entre uso y maximización de nuevas tecnologías y la edad de las personas, en donde la velocidad de reacción y de consecución de metas pareciera ser el único objetivo de una sociedad “hiperproductiva”. Y, desde el reduccionismo de costos, porque los recursos humanos serían un factor que se abarata usando el eslabón más fácil: desechando el personal adulto caro y reemplazándolo por el personal joven y barato.

Estas aproximaciones nos hablan de los prejuicios en los que se está anclando nuestra sociedad. Como lo mostraba El Principito, la naturaleza de las cosas no es evidente a los ojos y eso guarda relación con que las entidades tienen una esencia que no se explica en la juventud y belleza de los rostros. Los jóvenes pueden resolver más rápidamente las problemas pero muchas veces carecen de la visión del sentido de esas soluciones y de las no soluciones. Y, en el largo plazo, porque las instituciones y empresas enfocadas en la creación de valor –y en la acumulación de capital humano- son más sólidas que aquellas reduccionistas de costos.

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