Viajes con Snowden

Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador

Escribo mientras los representantes de la Organización de Estados Americanos discuten en Washington un proyecto de resolución propuesto por Ecuador, Venezuela y Nicaragua para que la OEA exija a Francia, Italia, España y Portugal que pidan disculpas a Bolivia por haber cancelado los permisos de sobrevuelo, el pasado 2 de julio, al avión que transportaba a Evo Morales desde Moscú hasta La Paz y en el que sospechaba que llevaba al fugitivo Edward Snowden.

El escenario es significativo. La reunión tiene lugar días después del clamoroso fracaso de una reunión cumbre de la UNASUR, en Bolivia, convocada por el presidente Rafael Correa para desagraviar al pobre Evo, que tuvo que permanecer catorce horas en un aeropuerto de Viena del cual no pudo partir hasta que la policía austriaca revisó su avión, según he leído en un despacho de EFE. Que la convocó Correa es un decir, porque en realidad a quien le correspondía hacerlo era al Presidente del Perú, Ollanta Humala, quien ostenta la presidencia pro témpore de la organización. Pero gracias al Twitter de Cristina Fernández el mundo se ha enterado que el de la idea fue Correa.

La idea naufragó porque ni Ollanta la convocó, ni la mitad de los países de UNASUR acudió a ella. Empezando por Dilma que se limitó a enviar un apesadumbrado mensaje de condolencias con el vicecanciller Eduardo Dos Santos. Tampoco llegó a Chochabamba Juan Manuel Santos,  por encontrarse en Europa, estrechando relaciones con “el nuevo patio trasero del imperio”. Ni explicaron su ausencia los gobiernos de Chile ni Paraguay, recientemente insultados por Evo. Aunque la inasistencia más llamativa es sin duda la del Perú: una señal quizás de lo que puede pasar en el seno de la UNASUR.

La crisis que ha movilizado urgentemente a la OEA es también un indicio de cómo ven en Europa al gobernante de Bolivia, y seguramente, por extensión, a los demás que integran esa cofradía de los socialistas del siglo XXI. Evo es para ellos un hombre capaz de llevar escondido en su avión a un prófugo de la justicia. Y su palabra merece tanto crédito al punto de no dejarlo partir hasta que la policía no haya revisado la aeronave. No se trata de un prejuicio. Sino de un punto de inflexión, un “hasta aquí” de Occidente ante unos gobernantes tan serios que defiende las “democracias” de sus aliados más entrañables: Cuba, Siria o Irán.

Parece también un punto de inflexión en la UNASUR. El solo hecho de que en este momento se encuentren reunidos en Washington, en la sede de la OEA, es ya una derrota. No importa realmente el resultado. Algo parece estar cambiando. Maduro no es Chávez, y el régimen venezolano naufraga en el desprestigio. Cristina falló en su intento de tomarse la justicia y su ley de medios no ha podido contener a Lanata. Hasta la sensata Dilma se ha estremecido con la protesta en la calle. Solo Correa parece atornillarse sólidamente en el poder.

Nunca se sabe.  Como escribió Shakespeare, atribuyéndolo al arzobispo de York, en la segunda parte de Enrique IV: el hombre que construye un reino sobre el corazón del pueblo es como aquel que levanta una casa sobre arena. Sino pregúntenles a los Hermanos Musulmanes.

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