Rusia desafió a Estados Unidos al conceder asilo a Snowden

Rusia desafió a su eterno rival, Estados Unidos, al conceder asilo a mediados de año a Edward Snowden, un joven estadounidense de aspecto tímido y apocado, ex analista de la CIA, que causó un terremoto político mundial con la filtración de documentos secretos.

Cuando el 24 de junio aterrizó en el aeropuerto Sheremétievo de Moscú procedente de Hong Kong, para huir de la Justicia estadounidense que le perseguía por revelar al mundo el espionaje masivo de los servicios secretos de su país, Snowden solo hacía escala.

Pretendía volar a Cuba para desde allí dar el salto a otro país latinoamericano, en principio Ecuador, al que había pedido refugio por recomendación de Julian Assange, el periodista australiano fundador del portal de filtraciones WikiLeaks, también convertido en fugitivo y asilado aún hoy en la Embajada ecuatoriana en Londres.

Pronto se supo que las autoridades de Washington habían anulado los documentos de Snowden, que quedó atrapado en la zona de tránsito del aeropuerto sin poder viajar ni entrar en territorio ruso.

La «patata caliente» en que se transformó el joven de 30 años para el Kremlin se tornó rápidamente en una oportunidad de oro para el presidente ruso, Vladímir Putin, de erigirse en protector del indefenso ex agente secreto.

Criticado en Occidente por sus derivas autoritarias y su cuestionada política en materia de derechos humanos, Putin llevó su desafío al presidente Barack Obama hasta el punto de conceder asilo temporal a Snowden el 1 de agosto y causó una crisis con Washington y la suspensión de la cumbre bilateral prevista para septiembre.

Una apuesta diplomática que el presidente ruso reforzó poco después al lanzar una iniciativa para que el régimen de su aliado sirio, Bachar al Asad, renunciara a sus armas químicas para evitar una intervención armada exterior liderada por EEUU y que recordaba demasiado al mundo la invasión de Irak de diez años atrás.

Cinco semanas permaneció Snowden instalado en las salas del aeropuerto, tiempo suficiente para pensar en cómo había cambiado su vida para siempre desde que el 9 de junio anterior revelara desde Hong Kong que él era la fuente de las informaciones secretas publicadas en varios medios.

Desde que entró en territorio ruso, el joven vive en algún lugar no revelado de los alrededores de Moscú, aprende ruso, lee a clásicos como Dostoyevski y se empapa de la cultura de un país donde seguramente tendrá que permanecer bastante tiempo.

Además, ha encontrado trabajo en una empresa de tecnología de la información, según ha revelado su abogado, Anatoli Kucherena.

En sus escasas apariciones públicas, una de ellas después de recibir la visita de su padre desde Estados Unidos, Edward Snowden se mostró convencido de que hizo lo que debía cuando se convirtió en un filtrador y denunció las prácticas de los servicios secretos de su país.

Asegura que le guió la verdad y no el dinero, y no se arrepiente del paso dado, mientras en su país continúa el debate sobre si es un héroe o un traidor.

La onda expansiva de las informaciones publicadas gracias a sus filtraciones no ha cesado de crecer en estos meses, cuando se ha sabido que hasta los más fieles socios de Washington, como la canciller alemana, Angela Merkel, eran espiados en su propio teléfono móvil.

Las revelaciones envenenaron también las relaciones de Washington con otros países europeos y latinoamericanos, especialmente cuando se supo que lideres como la brasileña Dilma Rousseff o el mexicano Enrique Peña Nieto fueron objeto de seguimiento de sus comunicaciones.

Y lo peor estaría aún por venir, según declararon este noviembre responsables de inteligencia estadounidenses, que creen que el ex técnico de la CIA solo ha publicado hasta ahora una pequeña parte de las decenas de miles de documentos que tendría guardados en una nube. EFE

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