Quema del año viejo en la cárcel de Lago Agrio

Miguel Ángel Cabodevilla
Pamplona, España

Recordando a esos waorani presos en Lago Agrio, acusados de un delito que poco tiene que ver con lo que hicieron, les propongo quemar en el año viejo una serie de figuritas, aunque sin querer abrasar a nadie. Porque, al fin, la quema nos podría tocar de cerca a cada uno de nosotros. Por tanto, tómese como una broma, dicha de lo más en serio.

Quememos un año trágico para los grupos ocultos de nuestra selva. Un clan entero fue casi exterminado. Los responsables gubernamentales hicieron poco en su ayuda, o mal. Fueron incapaces de hacer cumplir su propia política: el Plan de Medidas Cautelares. Se mostraron mucho más expertos en ocultar la situación que en repararla. Tampoco los organismos internacionales ayudaron mucho, ni han brillado por su eficiencia.

Deseemos que el Sr. Presidente y su Gobierno se hagan, de una vez por todas, con esa responsabilidad que prometieron en su Plan. El papel aguanta todo, pero ya no resisten más los pocos supervivientes. Que muestren sobre el terreno lo que la Constitución proclama, se hagan fuertes en esas selvas sin ley y coloquen reglas claras, para todos sin excepción, en esa supuesta Zona Intangible, tan manoseada en la práctica.

No sé si tanto como arrimarle candela, pero démosle un regular calentón a la Fiscalía General, también por este caso. Fue insufriblemente lenta su acción, se ha desdicho varias veces de lo prometido o actuado; su decisión final es bien mejorable. Después de nueve meses, puso a unos en la cárcel, pero no a otros tan culpables como aquéllos; se llevó a una niña y dejó a otra; propuso la acusación de genocidio, aunque no sabe si el dictamen está bien y viene a dejarlo en manos de la Corte Constitucional.

Se podría desear que esa institución coordine mejor con las otras del Estado en casos como éste, porque de sus encontronazos los más desvalidos salieron perdiendo. Tal vez sería soñar el pensar que incluso podrían consultar, o pedir colaboración, a otras instancias sociales para ayudarles a enmendar un caso que, a la vista está, les quedó muy grande.

Desconozco si se puede poner a calentar a los partidos políticos porque, ¿han existido alguna vez para estos temas? O a la Asamblea Nacional, que toreó (perdón por imagen políticamente incorrecta) el caso de Yasuní y sus habitantes primigenios en una faena de aliño, con asustados capotazos de castigo. Debieran haber recibido una gran pifiada del respetable por esa faena.

Pero pongamos también, entre nuestras figuritas a punto de hornear, a las Ongs, antropólogos, iglesias, misiones, organizaciones indígenas…, Pintemos la cara entera de nuestra sociedad. Les invito a ponernos a casi todos nosotros, porque no estuvimos a la altura de un salvamento urgente, de una emergencia nacional ante la destrucción de un patrimonio humano, histórico y cultural sin par.

Hagamos votos y fuerza para que el próximo año nos convenza a todos de la evidencia de ese tesoro patrio que estamos dejando borrar de nuestra amazonia sin una mirada de pena. ¡Cómo podemos quejarnos del pasado devastado si lo estamos repitiendo, en los peores términos, ante nuestros ojos!

Apliquémosles una chamuscada a quienes piensan que la injusticia de esos waorani vengadores se debe castigar con otra peor. Que está bien que el Estado alcance con su pena a quienes no llegó antes con su protección. Que no merece la pena ponerse a pensar en las circunstancias en que esa tragedia se dio; ni viene al caso recordar que los presos, ni están todos los que son, si son los únicos responsables de la tragedia pasada.

Que el nuevo año nos traiga la conciencia de que la ley solo puede exigirse y aplicarse a los ciudadanos, no (al menos, no de la misma manera) a quienes no tuvieron aún posibilidad de saber qué cosa es eso. Que la Corte constitucional sea más expedita, pero, sobre todo, más certera a lo que fueron hasta hoy las otras formas estatales.

En fin, reconozcamos que todos salimos quemados de esta barbaridad acaecida en marzo del 2013. Cuando esos mínimos grupos, señores de nuestra selva, desaparecen, algo nuestro se borra definitivamente. Todos salimos perdiendo. Recordemos que para la dignidad de un Estado cuenta, más que cualquier otro signo de respeto, la defensa de esa bandera: la de los últimos, los más débiles. Pero, al mismo tiempo, los primeros; los más antiguos pobladores de lo que hoy es Ecuador.

Otro texto de Miguel Ángel Cabodevilla publicado en LaRepública:

Matanzas intangibles. Hecho en Ecuador

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