Generación Yasuní

Miguel Molina Díaz
Quito, Ecuador

El Presidente de la República probablemente no alcanza a comprender la dimensión real de lo que fue y es la lucha por la preservación del Yasuní. Hace más de un año proclamó que el mundo nos ha fallado y que la manera de eliminar la pobreza era la explotación petrolera en el Parque Nacional Yasuní, que, según dijo, sufriría una afectación solamente en el 1 por 1000 de su superficie.

Tantos meses después, ¿por qué retomo un tema tan desgastado? ¿Qué más se puede decir sobre una frustración irreparable? En mi caso, el proceso lo viví desde lejos. Con enorme dolor e indignación. Sin embargo, las miles de personas, sobre todo jóvenes, que asumieron la causa con una valentía inigualable, me ofrecieron, al otro lado del océano, una esperanza para creer en el Ecuador y en su porvenir.

Hoy, nuevamente en mi país, con la distancia del tiempo, he podido reflexionar sobre el estado real de una revolución que cada día se deforma más en aquello que desde sus inicios criticó. Ahora es una masa negra, enceguecedora, contradictoria, incoherente, bárbaramente poderosa, obsesiva, prepotente, radicalmente condenada al fracaso.

Hoy, las pruebas de que esta revolución, y sus cómplices, dejan en el suelo patrio, además de carreteras, un legado de populismo autoritario y odios, son irrefutables. La lucha de los @Yasunidos ayudó a desnudar este sistema: todo el aparato del Estado conspirando, con el apoyo de los recursos públicos, para evitar la recolección de firmas que hubiese convocado a la consulta popular. Y luego, el Consejo Nacional Electoral, dirigido por el primer correista del país, desechó las firmas legítimas (como lo documentaron los @Yasunidos y la opinión pública) de los ciudadanos que expresaron su democrática voluntad.

Hoy, esas fuerzas que controlan el país, se encuentran ante la más triste de sus encrucijadas: el haber instalado un Estado despilfarrador que ahora no pueden sostener. Y sin dinero, lo saben muy bien, durarán muy poco en el poder. Por eso ha comenzado una cruzada tributaria que, conjuntamente a la explotación del Yasuní y otras medidas (entiéndase, fondos de cesantías de los maestros), deberá salvar a la revolución del irremediable hundimiento.

Hoy, como nunca antes, cada uno de los disque-revolucionarios, lucharán por preservar los reductos de poder que, hoy por hoy, justifican sus vidas. Pronto, más temprano que tarde, los recaderos del poder Ejecutivo, que habitan en los sillones del Palacio Legislativo, aprobarán, en violación flagrante a la constitución y a la racionalidad, la reelección indefinida para que por lo menos la ciega fe, que parte del país conserva todavía en EL LÍDER, les permita gozar de sus cargos y privilegios un poco más de tiempo.

Esta generación que se ha hecho adulta al fervor de los nuevos vientos revolucionarios, se ha visto obligada a autodefinirse: por un lado, los que prefieren ingresar a las legiones burocráticas de la revolución y hacerse exitosos, los que por conveniencia o convicción prefieren callar y ganar, o los abiertamente convencidos de que el Ecuador, ahora, es el paraíso de la felicidad dionisiaca que proclama Freddy Ehlers. Y por otro lado está la generación @yasunida, que ha visto el desmantelamiento de su más solidaria ilusión, por parte de un gobierno que traicionó sus más elementales compromisos. Yo he decidido inscribirme en el segundo grupo, último reducto de dignidad, que prefiere defender las libertades antes que la comodidad del silencio, que prefiere recibir los embates del linchamiento mediático oficial antes que caer en la incoherencia, la apatía o la ceguera.

El Presidente de la República no alcanza a comprender el drama que sus contradicciones han suscitado. Matar la ilusión y el asombro, incluso el amor, de una generación que creyó profunda e íntimamente en un sueño, no le resultará gratuito. Ha sembrado las semillas de quienes lo mandarán democráticamente de vuelta a su casa, lejos de la gloria que tanto ha defendido, lejos de la democracia que juró defender, lejos de la generación de jóvenes a la que falló y que ahora es su único y más feroz espanto.

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