Indígenas ayoreo, los últimos guardianes de los bosques vírgenes del Chaco

Filadelfia (Paraguay), 20 sep (EFE).- En el Chaco paraguayo los defensores del bosque son quienes mejor lo conocen, los indígenas ayoreo totobiegosode, que lo patrullan para defenderse de la tala ilegal y evitar el exterminio del último grupo nativo que vive aislado voluntariamente en América fuera de la Amazonía.

Solo el rugir de la camioneta cuatro por cuarto se escucha en el humedal. Seis líderes ayoreo totobiegosode, uno de los grupos en que se dividen los más de 2.000 miembros del pueblo ayoreo, limpian el camino a machetazos de la vasta vegetación de helechos, arbustos y árboles inmensos.

Quitan lo justo para que pase el vehículo. Armados con fusiles de caza vigilan las 150.000 hectáreas que han logrado que el Estado titule a su nombre tras más de dos décadas de lucha jurídica, que mantienen para reclamar otras 400.000 hectáreas.

Son una pequeña parte de las casi 2,8 millones de hectáreas que, según los antropólogos, alguna vez integraron el territorio de los distintos grupos ayoreo, que se extendía del sur de Bolivia a toda la región chaqueña de Paraguay.

Dos empresas terratenientes, Yaguareté Porá, de Brasil, y Carlos Casado S.A., de capital español, poseen actualmente los títulos de propiedad de buena parte de ese territorio ancestral.

Los nativos están muy preocupados porque dicen que las máquinas excavadoras de la empresa brasileña arrasan parte de los milenarios bosques amparándose en una licencia ambiental otorgada por el actual Gobierno, que es cuestionada por las ONG defensoras de los indígenas.

«Lo que antes eran huellas de yaguareté (jaguar) ahora son marcas de las topadoras», dijo a Efe Porai Picanerai, cacique de los ayoreo totobiegosode.

La comunidad acusa a Yaguareté Porá de talar no solo los árboles en su hacienda de más de 70.000 hectáreas, sino también de irrumpir en el territorio titulado a nombre de los indígenas en busca de maderas preciosas como el palosanto.

Los nativos hallaron en su territorio una de las excavadoras de los invasores hace unos meses, en medio de un área totalmente talada. Sin la protección vegetal, la tierra de las zonas desforestadas en el Chaco toma color blanco y se vuelve estéril, según los indígenas.

Los totobiegosode llenaron de tierra el tanque de combustible de la máquina, que carecía de matrícula, para que no volviera a ser usada en su propiedad.

«El Gobierno y la gente en Paraguay no tienen la menor idea de lo que esta sucediendo», destacó a Efe el hijo del cacique, Tagüide Picanerai, encargado de controlar con GPS los límites de su territorio. «Cuando al fin actúen, quizá sea demasiado tarde», añadió.

Según los últimos datos disponibles de la Secretaría del Ambiente (Seam), el Chaco paraguayo perdió 117.891 hectáreas de bosque entre agosto de 2013 y el pasado enero.

En peligro no solo está el ecosistema único del Chaco Boreal sino la supervivencia de los ayoreo totobiegosode, que rehusaron salir del bosque y el contacto con la civilización occidental, son nómadas y se dedican a la caza y la recolección.

«Nuestros hermanos solo quieren que salvemos el bosque», dijo Picanerai.

La mayoría de los totobiegosode fue obligada a abandonar sus bosques a partir de 1979, cuando la «Misión Nuevas Tribus», un grupo evangélico estadounidense, entró en su territorio para «evangelizarlos» y de paso trasladarlos como mano de obra a estancias ganaderas de los colonos menonitas, llegados en la década de 1920 a Paraguay.

Una de ellos fue el propio Picanerai, quien dijo que los misioneros le forzaron a dejar su hábitat y forma de vida en 1986 junto a otros familiares.

Su madre se negó a comer los alimentos que los foráneos le daban y murió de inanición o «de tristeza», dijo el cacique, quien relató que él aceptó la comida, enfermó durante un tiempo, pero sobrevivió.

El pequeño grupo de totobiegosode que logró zafarse de los misioneros vive como antes de la colonización española.

Los ayoreo que patrullan el bosque de vez en cuando encuentran caparazones de tortuga, plumas de aves, cabezas de jabalíes o cántaros de barro dejados por sus familiares aislados.

Se trata de un caso único en América, pues es el último pueblo indígena fuera de la Amazonía que vive sin contacto con el exterior. Su supervivencia depende de que las máquinas enmudezcan. EFE

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