Inusual historia de amor en memorias de Dora Varona

Poeta cubana Dora Varona.

Denver (EE.UU.), 1 oct (EFE).- En «Todo tiene su tiempo», la poeta cubana Dora Varona, viuda del escritor peruano Ciro Alegría, narra la historia de su vida desde poco antes de la muerte del insigne escritor hasta el presente.

En este singular relato que escribe Varona a los 80 años de edad, converge también la historia de un hombre aymara, Genaro Llanqui, y la inesperada relación que se desarrolla entre ambos.

El texto está narrado a dos voces, entre Varona y Llanqui, aunque la voz predominante es la primera.

El formato es acertadísimo, ya que al alternarse la voz culta y literaria de Varona con las cadencias particulares del español de Llanqui, coloridas por su lengua materna, se destaca lingüísticamente el abismo social y cultural que existía entre ambos.

De las 53 partes que componen el libro, una docena está narrada por Llanqui, ofreciéndonos un inusual atisbo del mundo aymara donde se crió.

«Todo tiene su tiempo» es un importante documento para las letras peruanas, ya que en él se esboza la figura de uno de sus más importantes narradores por alguien que lo conoció íntimamente, al igual que a su obra.

Tras la muerte de Alegría, Varona se dio a la tarea de recopilar, editar y divulgar en ediciones tanto académicas como populares de la obra completa de su esposo, tarea editorial cuyos pormenores narra.

Varona, poeta distinguida por su propio peso, describe vívidamente sus memorias, como si compartiera con el lector el contenido de un baúl de recuerdos, mostrándonos postales coloridas del pasado, estampas bíblicas, esquelas sociales, recortes de periódico, cartas y poemas, recopilados durante su larga vida.

El texto, sin embargo, es mayormente el relato de una inusual historia de amor.

Dos meses antes de su muerte, Alegría contrata de chófer a un joven indígena, «por ser aymara y por no avergonzarse de serlo».

Aunque callado y de semblante serio, el joven Llanqui se gana en poco tiempo el aprecio de la familia.

Varona recuerda haberse sentido conmovida al verlo llorar en el funeral de Alegría cuando apenas lo había conocido dos meses antes.

«Genaro había recibido mucho afecto y respeto de Alegría y estaba agradecido», escribió.

«Este gesto me hizo pensar que a través de aquel hombre lo lloraba todo el pueblo humilde del Perú», afirmó.

Al fallecer el escritor, Varona se encuentra casi desamparada, con tres hijos y el cuarto en camino, deudas acumuladas, y sin hogar propio.

Llanqui permanece al lado de la familia, a menudo cubriendo con su propio dinero los gastos básicos y cuidando a los niños como si fueran suyos, aunque siempre manteniendo una distancia decorosa de la joven viuda.

Del espíritu de servicio de Llanqui y la necesidad de Varona nace una profunda amistad en la que se tejen respeto, admiración y lealtad entre dos seres de mundos radicalmente diferentes.

Varona se convierte en su maestra, enseñándole desde los elementos más básicos de pronunciación hasta una apreciación por la literatura y las artes.

Llanqui, por su parte, se hace imprescindible para la familia, como chófer, figura paterna, compañero y amigo.

Para Llanqui, sin embargo, que la relación avanzara hacia algo más parecía imposible.

«Además de la diferencia de razas, de cultura, de posición social, ¿qué le diría a una dama que había estudiado en Europa, que era escritora y maestra del idioma?», escribe.

«Si yo apenas tenía sencillas palabras del día para movilizarme con mi reducido vocabulario», prosigue.

Los detalles del romance se narran poéticamente, utilizando poemas y la letra de boleros, herramienta que Llanqui utiliza de mensajera.

Al tiempo, cuando informan a la familia que van a contraer matrimonio, los hijos aplauden la decisión que habría de estremecer a la sociedad peruana.

«Cuando me casé con Genaro llovieron las críticas sobre mi decisión», recuerda Varona y explica: «La gran mayoría encontraba que yo había ofendido la memoria de Ciro Alegría y que posiblemente mis hijos resultarían afectados por el cambio».

A ellos les recuerda, hoy, 38 años después, que cuando conoció a Llanqui había quedado viuda y sin recursos, «más pobre que Genaro, quien no tenía carga familiar y poseía tierras en su natal Ilave».

«Además, era más joven que yo», añade.

Varona recuerda las miradas de asombro y desaprobación que recibían y, en una ocasión, hasta se le negó la entrada a Llanqui a un club privado al que pertenecía la familia.

Esa mirada honesta al racismo que imperaba en la sociedad peruana es uno de los muchos logros del libro.

«Todo tiene su tiempo» asevera, sin embargo, que el amor y el respeto pueden lograr un cambio profundo. EFE

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