Debemos defender la dolarización

Diego Ordóñez
Quito, Ecuador

En varios ensayos, el actual presidente, en ese momento profesor, argumentó que perder control de la política monetaria y no poder devaluar provocaría un severo daño en la competitividad externa. En la época en que escribió esos ensayos Correa no era socialista y como anónimo político no se conocía su ubicación ideológica. Cuando se convirtió al socialismo fue sorprendente que sostenga la misma conclusión, pues las devaluaciones, históricamente regresivas, provocaba una falsa competitividad por vía de la reducción del impacto de los salarios en el costo de producción. El efecto de la reducción real de los salarios, que es la variable que se ajusta por una devaluación es, en la jerga socialistas, injusta socialmente.

Es cierto que los países con los que se compite en el mercado externo devalúan sus monedas lo que provoca la reducción de los precios de importación; y que se ha previsto en la normativa internacional salvaguardias de protección temporal (aunque en las normas comunitarias de la CAN no está permitida la salvaguardia cambiaria). Cualquier medida de protección es por definición temporal. Desde una perspectiva de largo plazo la producción de un país no puede ser competitiva por efecto de medidas de protección, sino por la eficiencia en costos y por calidad.

Desde que se dolarizó, la economía se financió por ingresos de fuentes vulnerables. El ingreso de dólares por exportaciones de petróleo y hasta la crisis europea, de remesas de migrantes. Así se distrajo la prioridad de abrir la economía, expandir la oferta exportable privada y solucionar los problemas estructurales que reducen competitividad (calificación de mano de obra, costo de los servicios). La llegada al gobierno del proyecto sociopopulista de Correa, revistió los ligeros avances en la línea de aumentar la producción hacia la exportación. Anacrónicos modelos se protección y crecimiento hacia adentro, provocaron una imperceptible variación en los volúmenes de exportación privada que solamente ha crecido, como el reciente caso del camarón, por un decaimiento de la producción en otros lugares del planeta y una mejora en el precio.

El estatismo y desplazamiento del sector privado era contraproducente. Pero los dogmas, prejuicios o sentido mesiánico han tenido mayor peso. El descomunal crecimiento del aparato del Estado (ministerios, superintendencias, secretarías) y el gasto en subsidios condujo a reproducir las mismas políticas del pasado: gasto y deuda. Cuando lo posible ha sucedido y caen los ingresos de petróleo, vuelven los voceros del correísmo a inculpar a la dolarización, como error, de la dificultad de tomar medidas para superar la crisis de financiamiento de la economía.

Para un gobierno populista que quiere gastar para sostener el capital político lo más cómodo sería tener autonomía para emitir dinero y mantener la sensación de liquidez aunque el costo social de devaluación e inflación sea devastador. Y es mejor, mucho mejor, inmensamente mejor, que la emisión monetaria no sea efecto de decisiones políticas o intereses electorales.

Pero, y esto es también muy importante, el menor ingreso de dólares debe obligar a corregir los errores. La idea que el gasto público, reemplazando inversión privada, debía provocar crecimiento de la economía es equivocada. El crecimiento entre 2007 y 2014 es menor que el logrado con petróleo de un tercio del precio en el período 2000-2006. Sostener la misma línea de política económica es soberbia e irresponsabilidad. Y lo es aún más por incrementar el nivel de endeudamiento a tasas costosas del 7 u 8% según aceptó Correa. (de esto algún rato se deberá rendir cuentas).

Extraer recursos de los particulares por incremento de carga tributaria es también errado, pues soluciona el corto plazo y mata el largo plazo.

Lo ideal sería que se elimine lo adiposo del Estado –que es mucho-, concentre sus actividades es la puramente redistributivas y busque en el sector privado el capital de riesgo para inversiones en infraestructura y obra pública. No como deuda, sino como inversión. Esta, sin embargo, no parece ser opción para la agenda político-electoral del correísmo, de la que todos terminaremos pagando las cuentas.

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