El rumor de la Montaña, de Yasunari Kawabata

Maricruz González C.
Quito, Ecuador

Durante toda la lectura de “El rumor de la montaña” me pareció escuchar la canción tradicional japonesa “Sakura”, “flor de cerezo”, que conocí desde niña con Harry Belafonte, en su disco “Calles que he recorrido”, un álbum que se adelantó a la globalización en la mejor forma que se puede, a través de la música y las artes en general.

Y es que los cerezos en flor, que de alguna manera asemejaría al florecimiento de nuestros hermosos arupos, tienen un significado especial en Oriente. Mientras que en China el árbol de cerezo tomaba la forma femenina, en el país de Kawabata, donde hay miles y miles de cerezos, pasó a representar el ciclo de vida. Cada año, a fines de marzo o principios de abril, la gente espera con ansias su florecimiento, y cuando llega el tiempo, llegan también grandes grupos de familias y amigos, poetas, cantantes, para ver las flores y disfrutar de festivales de comida, bebida y música.

La tradición data de siglos atrás y el florecimiento del cerezo representa la fragilidad y brevedad de la vida, que es de lo que trata esta novela de Kawabata. Es un recordatorio de la belleza, sobrecogedora, pero trágicamente corta: las flores de los cerezos rara vez duran más de una semana, luego caen y son barridas por el viento. Se cree que el cerezo en flor tiene profundas conexiones con el budismo. Según el “dharma” (la religión), el árbol se asociaba al “mono no aware” (la ‘empatía con las cosas’ o la ‘sensibilidad por lo efímero’). Tanta profundidad representa este árbol.

Al tratar, fallidamente, de retraducir el poema Sakura del inglés al español, pensé en la idea que siempre me queda al leer literatura japonesa clásica (porque la moderna ya es globalizada): ¿Estaremos leyendo lo que se quiso expresar? ¿Estaremos perdiendo alguna esencia en la traducción? Los lectores occidentales, ¿estaremos en capacidad de entender la literatura japonesa clásica, aún en su propia lengua? Pero esos son pensamientos que quedarán como tales y no toca más que recurrir a lo que tenemos, como pasa en la vida.

El Rumor de la Montaña trata sobre una familia en una época inmediatamente después de la II Guerra Mundial. Nos relata los pensamientos de un jefe de familia, Ogata Shingo, quien ha franqueado los 60 años y trabaja de empleado, junto con su hijo, en una empresa a la que acude en tren a diario. Durante el día, Shingo se ve aquejado por los primeros achaques de la vejez o de algo más específico que está comenzando; y en la noche, por un murmullo que escucha de la montaña cercana y que asocia con sonidos de la muerte. Todo ello le lleva a observar y repensar la desarmonía de su vida y la de su familia, la que ha sido la base de su vida, y su sentimiento de insatisfacción permanente.

Está su esposa Yasuko, a quien en un inicio no parece valorar demasiado y que le recuerda en todo momento a la hermosa hermana, su cuñada, que murió prematuramente y que consume sus pensamientos todo el tiempo al imaginar cuánto habría cambiado su vida de haberse casado con ella, dada su belleza. Están sus hijos, Shuichi y Fusako, ambos con matrimonios fracasados; y las nietas, hijas de Fusako. Vive con ellos su hermosa nuera, Kikuko quien, abandonada por su marido, muestra una extraña veneración por Shingo que la ha acogido como un padre, aunque en momentos despierta en él sentimientos de una sensualidad que ha ido desapareciendo de su vida. Entre otros personajes que también exacerban lo que Shingo está atravesando, está su secretaria, Eiko, con la que sale a bailar en un inicio y es la que le transmite las noticias de lo que ocurre entre su hijo, Shuichi, y su amante, Kinu.

Entre problema y problema, Shingo observa al mundo natural, solo, con su esposa o, la mayoría de veces, con su nuera. Hablan del comportamiento de la montaña, del árbol de cerezos que tiene en su jardín, del zumbido de grillos e insectos o del milano, que regresa cada año. Así, de una manera sencilla pero profunda, Kawabata nos habla de la vida y del amor, que me hizo pensar que para algo puso todos esos elementos en nuestro camino el Gran Creador. A través de estos seres de la naturaleza, cuestiona su propia actuación con sus hijos y se pregunta la razón de sus matrimonios fracasados. En toda la novela pareciera que Shingo siente que “la hierba crece más verde en la otra vereda”, y a menudo vuelve la imagen de su bella cuñada y parece tener la certeza de que su vida habría sido mejor con ella, que las cosas habrían resultado como él habría querido.

Justamente, El rumor de la montaña es una novela acerca de la vida, de lo que tenemos, lo que creemos haber construido o destruido. Si bien no trata de la muerte en sí, está presente en todo momento a través de los recurrentes pensamientos de Shingo sobre el inevitable fin.

El personaje de Shingo me hizo reconocerme en él con los recurrentes cuestionamientos que redundan en: “qué si yo habría hecho las cosas de otra manera”. Kawabata, de una manera hermosa y magistral, nos hace meditar acerca del envejecimiento (algo que en nuestra época tratamos de evitar y negar a toda costa). Y si bien lo retrata como un proceso doloroso (bueno, Kawabata se quitó la vida, incluso luego de haber criticado el suicido de muchos de sus colegas, especialmente el de su alumno Mishima, al que tanto quería), al final de la historia nos deja con un sabor de “esa es la vida”, las cosas van y vienen, los cerezos florecen y mueren, pero en el ínterin la vida sigue, con sus altos y bajos, tal vez más bajos que altos, (al fin y al cabo, los cerezos solo florecen una semana al año) pero se trata de eso. Hacia el final de la novela, Shingo y su familia se reúnen en la mesa a comer, de una forma que no sucede antes, los problemas no han desaparecido, como sucedería en un final hollywoodiano, siguen ahí, y también los personajes siguen ahí, para bien o para mal.

Con esta obra, la más larga que haya escrito, Kawabata no solo presenta el forzoso paso del tiempo, nuestro transitorio paso por este planeta, sino que, junto a los pensamientos que tiene Shingo sobre la ética, lo que “debe ser” en la vida, también nos presenta el ser humano real en la cotidianidad: el amor desesperado de Shingo hacia la mujer hermosa y su rechazo a la fealdad física (representada en su mujer y su hija); la sensualidad que reaparece como un sentimiento casi incestuoso, el rechazo que siente por la vida que llevan sus hijos.

Si bien uno, desde occidente y con la lista interminable de derechos escritos sobre papel, podría querer enfrentarse ante la idea de tales pensamientos en un hombre viejo (recuerdo que me pasó lo mismo con otra novela suya La casa de las bellas durmientes), esta vez, no sé si por la edad a la que la he leído, me pareció una hermosa representación de Kawabata de la vida como es, no como debe ser. Son las contradicciones que Kawabata muestra en su obra y que él mismo demostró al cometer suicidio.

El Rumor de la montaña es una hermosa y profunda novela japonesa que llama a una lectura lenta y reposada, basada en imágenes, sonidos y episodios cuya traducción, espero, no me haya desviado demasiado del mensaje del autor.

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