Dos años del nuevo aeropuerto

Gonzalo Orellana
Londres, Reino Unido

Hace unos meses se cumplieron dos años desde el inicio de las operaciones del nuevo aeropuerto de Quito, y me parece que es un buen momento para hacer un análisis del impacto que esta nueva infraestructura ha tenido en la ciudad. La construcción de un nuevo aeropuerto era una necesidad en la que la mayoría de ciudadanos coincidíamos, pues el viejo aeropuerto estaba peligrosamente en el medio del área urbana, era pequeño, contaminante y lo más importante, no ofrecía ningún potencial de crecimiento. Pese a esto, el nuevo aeropuerto fue recibido con frialdad por parte de muchos ciudadanos y en algunos casos inclusive con molestia, reacción que puede ser explicada en parte porque la inauguración del nuevo aeropuerto no vino acompañada de las nuevas vías de acceso, lo que fue claramente un desacierto enorme.

La importancia del nuevo aeropuerto es significativa, de hecho infraestructuras como estas pueden tener impactos enormes en el crecimiento de una región, si es que son bien utilizadas. Los beneficios no se limitan a mejoras evidentes como la seguridad o la reducción de ruido en la ciudad, estudios internacionales establecen que cada millón de nuevos pasajeros en un aeropuerto genera en promedio 1.000 nuevos puestos de trabajo, lo mismo sucede con el aumento de carga, uno de los puntales del aeropuerto de Quito. Según cifras proporcionadas por Quito Turismo, el número de llegadas de pasajeros en vuelos internacionales se incrementó en 26% entre 2012 y 2014, se han visto avances con la llegada de nuevas aerolíneas: Aeromexico y VivaColombia, lo que sumado a aviones más grandes (Iberia) o incrementos de las frecuencias (KLM), han contribuido a que en 2014 el número de turistas extranjeros que llegaron a Quito subiera un 12% con respecto al 2013 según el reporte internacional de turismo publicado por MasterCard. En términos de carga el cambio también ha sido significativo, se pasó de 133 mil TM en 2012 a 163 mil TM en 2014, lo que sumado a una reducción en los tiempos de carga y descarga, implica mayor eficiencia para los exportadores. Así mismo la llegada de compañías aéreas nuevas como Emirates y Etihad Cargo y aviones con mayor capacidad es una consecuencia de contar con un aeropuerto a menor altura, una pista más larga y del incremento de las exportaciones.

Pero además de los beneficios directos antes mencionados, existen ganancias indirectas como la liberación de 130 hectáreas utilizadas por el antiguo aeropuerto, y aunque muchos dirán que todavía no hemos aprovechado del todo este espacio, es innegable que la zona del parque Bicentenario va a tener un crecimiento notable en los próximos años. Otro beneficio indirecto fue que la apertura del nuevo aeropuerto obligó a los gobiernos local y nacional a invertir en vías que conecten Quito con sus valles, una necesidad largamente postergada.

Los impactos mencionados todavía son moderados comparados con los potenciales. El primero de ellos es la creación de un nuevo polo de desarrollo en los valles de Quito, que aunque llevaban varios años creciendo significativamente, seguían siendo «ciudades dormitorio» para la ciudad; la creación del aeropuerto va a convertir dicha región en una zona turística y empresarial en sí misma. Ya se empiezan a ver dichos cambios con la construcción de 3 hoteles en los alrededores del aeropuerto y se planifican por lo menos 2 adicionales que vendrán acompañados de proyectos de oficinas y viviendas. El siguiente impacto que deberíamos observar en los próximos años es el crecimiento de la Zona Especial de Desarrollo Económico que se ubica al lado del aeropuerto y que debería aprovechar las ventajas de estar situado cerca de un importante centro logístico, para atraer a empresas interesadas en exportar sus productos de manera aérea.

Los primeros meses desde la inauguración del nuevo aeropuerto, los periódicos, redes sociales y conversaciones cotidianas se llenaron de malos comentarios hacia el aeropuerto, porque estaba lejos, porque las vías no se habían inaugurado, porque los precios eran altos, por citar algunas de las críticas legítimas que se hicieron al aeropuerto. También hubo de las otras, comentarios absurdos y sin ningún sustento que se han ido desvaneciendo con el tiempo, por ejemplo que los vientos en esa zona lo hacían un aeropuerto peligroso, futurólogos que predecían que la gente iba a dejar de viajar por la distancia e inclusive, y a modo de anécdota personal, conocí el caso de una señora que se quejaba del traslado pues ella había crecido cerca del antiguo aeropuerto y estaba acostumbrada al ruido de los aviones. Detrás de esta actitud negativa de muchos ciudadanos se esconde uno de los principales problemas de los ecuatorianos: su aversión al cambio, la primera reacción ante algo distinto es rechazarlo, idealizar lo que teníamos antes aun cuando sus problemas eran evidentes y buscar todo aspecto negativo a lo nuevo. Esta incapacidad de enfocarnos en el futuro, de valorar las mejoras, de mirar el potencial, es un defecto en el que tenemos que trabajar. El nuevo aeropuerto de Quito empezó con el «pie izquierdo», sin embargo 2 años después podemos ver cómo camina y entusiasmarnos del impacto que va a tener cuando empiece a correr.

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