William Ospina y la memoria contenida en la lengua universal

William Ospina, escritor colombiano ganador del Premio Romulo Gallegos 2009. Foto de Miguel Molina para La República.

Quito.- Nos encontramos en el lobby de un hotel capitalino horas antes del lanzamiento en Ecuador de su última novela ‘El año del verano que nunca llegó’ (Random House, 2015). William Ospina, además de ser uno de los más prominentes novelistas colombianos de hoy, es un erudito de la cultura y la historia.

Óscar Vela, el novelista ecuatoriano que esa noche presentó el libro de Ospina, ya anticipó que la del colombiano era una novela fascinante. ‘El año del verano que nunca llegó’ se detiene en una noche de 1816 que duró tres días y que reunió junto al lago Lemán, en Ginebra, a los escritores románticos Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Mary Shelley, John William Polidori, Claire Clairmont y Matthew Lewis. Esa noche nacieron los vampiros de Polidori y del Frankenstein de Mary Shelley. 

Sobre esa novela y muchos otros temas de la actualidad literaria y latinoamericana se armó la conversación con William Ospina. 

– Uno de los géneros que más has cultivado es el ensayo. ¿Se podría decir que tu prosa es el resultado de una formación ensayística?

Para mí el ensayo es una de las manifestaciones de la fuerza literaria. Yo diría que en mí existe más como una tentativa poética y existe tanto en el verso como en la prosa. Siento que sin poesía los ensayos y las novelas no son nada. Pero bueno, ya desde los tiempos en que solo escribía poesía para mí la historia era un motivo fundamental y había una tentación narrativa en todos los poemas que escribía. Yo sí creo que la literatura necesita rigor, investigación, claridad, fuerza y argumentación. En esa medida las virtudes del ensayo son necesarias a todos los niveles.

– Entonces, ¿de donde surgió tu fascinación por los temas históricos?

No ignoro que tenemos dos memorias, una memoria personal y una colectiva. Y así como cuando afrontamos el riesgo de la pérdida de la memoria personal sentimos la angustia como si fuéramos a deshacernos, creo que también la pérdida de la memoria colectiva es igualmente grave y amenazadora para la integridad del ser. En ese sentido, explorar en los orígenes de América, de la lengua castellana y de la civilización moderna, para mí es como explorar en mi propio pasado familiar y mi personal. Lo siento no solo como una posibilidad sino como una necesidad de la literatura. Yo creo que el ser human para construirse como individuo necesita esa exploración en la memoria compartida y la historia está ahí para eso.

– A propósito de sus ensayos, Eloy Alfaro apoyó los intentos de los rebeldes liberales colombianos. Sin embargo, a diferencia de Ecuador, Venezuela y Perú, Colombia no tuvo una reforma liberal.

Yo siento que la tragedia de Colombia, lo que seguimos pagando todavía, es no haber tenido una reforma liberal. Todos nuestros países necesitaban una precisamente por el hecho de que la gesta de la independencia utilizó los argumentos del liberalismo naciente, de la democracia y de la república pero en realidad fue una guerra para entronizar a una casta de criollos privilegiados. Así que una cosa era el discurso liberal y otra que con la independencia los indígenas siguieron en condición de marginalidad y de exclusión. No se habían fundado repúblicas sobre los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Colombia vivió la tragedia de que los intentos de reforma liberal que se hicieron a lo largo del siglo XIX fracasaron, fueron derrotados por una alianza muy poderosa de la Iglesia y el ejército, de los terratenientes y de los herederos de la vieja colonia. Triunfó lo que se llamó la “República conservadora”, que duró desde el 1886 hasta 1930, año en que hubo nuevamente un intento de reforma liberal al que se llamó la Revolución en Marcha, que fue detenido durante la presidencia de Eduardo Santos, el tío abuelo del actual presidente de la República.

El año del verano que nunca llegó

– En uno de tus ensayos escribiste que Hugo Chávez inauguró la democracia en el siglo XXI.

Bueno la definición más clásica de la democracia es que es un sistema donde gobierna la voluntad de las mayorías. Ese modelo de democracia clásico fue siendo contrariado gradualmente por el poder de las plutocracias y por la capacidad de manipulación de la voluntad ciudadana. Yo considero que hay una resurrección de la democracia o de la tentativa democrática donde quiera que hay un triunfo de las mayorías. Y de las mayorías no manipuladas por el poder ni por los medios de comunicación. Las democracias formales tienden a descalificar toda democracia de mayorías como populismo. Y a mi me parece que si algo caracterizó a la propuesta de Chávez fue que durante mucho tiempo hubo un indudable triunfo de las mayorías populares en Venezuela. Eso para mi contrasta bastante con cosas que pasan en otros países, inclusive Colombia donde yo he sido siempre crítico de un modelo democrático clientelista donde las urnas electorales no recogen el sentir popular sino la capacidad de compra de votos. Entonces bueno, yo dije en un ensayo sobre Chávez que a mí me parecía que él encarnaba ese modelo democrático al menos en lo que tiene que ver con el proceso electoral. Yo pienso, sin embargo, que la democracia no solo consiste en el poder de las mayorías sino en el respeto de las minorías.

– Y ahora, con Maduro, ¿hay respeto a las minorías?

Me parece que siempre hubo frente al proceso venezolano unos poderes continentales muy interesados en desprestigiar lo que ocurre allí y en magnificar los desaciertos. Todos nuestros países tienen terribles desaciertos, Colombia vive en estos momentos una devaluación de la moneda enorme, nadie habla de eso. Pero todo el mundo habla de la devaluación venezolana. Si bien en Venezuela deben tener muchos errores administrativos, yo creo en la legitimidad de sus elecciones. Por supuesto, creo que hay que respetar el derecho de las minorías y que hay que dialogar más. Pero también sé que la opinión internacional y algunos medios a nivel continental tienen como estrategia cerrar los ojos ante los errores de algunos países y tenerlos muy abiertos ante los errores de otros.

– ¿Cuál es la posición de William Ospina ante el proceso de paz colombiano?

Yo siempre he sentido que el proceso de paz es indispensable, que la solución negociada del conflicto es indispensable porque nos cuesta demasiado en vidas humanas y en sufrimiento, y también porque desde hace 50 años se está devorando parte considerable del presupuesto nacional. Pero siempre he pensado que construir una paz verdadera en Colombia no es asunto solamente de silenciar las armas de la guerrilla y de detener el conflicto aunque esa parte es fundamental, creo que hay que remover las causas profundas de la violencia. De manera que en vano intentarán tantos gobiernos hacer la paz llegando solamente a un pacto de élites entre guerreros. Ese pacto de élites es fundamental y yo lloraré el día en que me digan que se ha firmado la paz, lloraré de emoción pero no dejaré de decir que es un error pretender pacificar un país tan complejo y donde ha habido tantos niveles de degradación de la convivencia y de la confianza entre los ciudadanos si no se hacen reformas profundas que permitan por fin que buena parte de la sociedad viva a niveles mínimos de dignidad y a niveles mínimos de esperanza.

– Dedicaste toda una trilogía para retomar el tema de la conquista de América. ¿En qué les contribuye a las sociedades de hoy evocar esa historia?

Cuando uno escribe poemas o novelas, se está menos interesado en saber qué quiere leer la gente que en lo que el escritor necesita decir. Si yo pertenezco real y sinceramente a la sociedad latinoamericana de hoy esas necesidades profundas de expresión y reflexión que hay en mí tienen que corresponder de alguna manera a necesidades de esta época, en ese sentido esas búsquedas deben tener un significado social. He advertido que esas novelas sobre la conquista han sido muy leídas en América Latina y eso me lleva a pensar que tal vez las cosas que yo me preguntaba sobre la conquista son preguntas compartidas por muchos habitantes de este continente. Yo diría que el siglo XX latinoamericano vivió un enriquecimiento asombroso de la lengua castellana; la labor de Juan Rulfo, Alfonso Reyes, Rubén Darío, César Vallejo, Jorge Icaza, Borges, Neruda, García Márquez y otros, nos dejo en posesión de una lengua totalmente contemporánea y totalmente arraigada en el continente. Y siento que con esos instrumentos que nos han dejado las generaciones literarias que nos precedieron estamos en condiciones de volver a arrojar una mirada sobre muchos hechos de nuestra historia. Toda cultura está permanentemente reelaborando su memoria. Los europeos no paran de escribir sobre el imperio romano, las guerras de Carlomagno, el Renacimiento, el siglo XVIII. Creo nuestra normalidad latinoamericana consistirá también en escribir muchas novelas sobre el mundo azteca, el inca, la conquista, los tiempos coloniales. En realidad la historia para nosotros todavía es una mina de oro escondida que hemos explorado mínimamente. Ese navegar por los mares de la memoria nos permite ver mejor el futuro.

– ¿Como escritor te sientes heredero de la tradición colombiana?

Yo me siento heredero de la tradición colombiana porque mi primera formación fue en algunos autores en los que me reconocía muy íntimamente por la proximidad del lenguaje coloquial. Poetas como Barba Jacob, León de Greiff o José Asunción Silva, escritores como Tomás Carrasquilla, Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. Sin embargo, desde mi adolescencia me sentí participar de uno de los principales espíritus de esta época que es que cada vez más se trasciende las fronteras nacionales y cada escritor contemporáneo se vuelve heredero de la tradición planetaria, ni siquiera sólo de la tradición Occidental. El magisterio de Borges nos hizo entender que pertenecemos a un continente en donde convergieron todos los continentes. Aquí los africanos llegaron hace cuatro siglos, los europeos hace cinco siglos y los asiáticos hace 20 mil años. De manera que somos herederos de todas las tradiciones, las merecemos todas. A partir de ese momento siento que sería muy difícil seguirle el rastro a mi propia obra, buscando solamente influencias en el ámbito de la lengua española o de la tradición latinoamericana, porque desde hace muchos años soy un lector apasionado otras tradiciones. Estamos en la época del dialogo de las culturas.

– ¿Cómo es que un verano de 1816 se mete en la mente de los escritores románticos de tu última novela?

Es una pregunta muy interesante saber cuanto influye la naturaleza y el clima, no solamente sobre nuestros estados de ánimo transitorios, sino sobre la construcción de nuestras culturas y sobre las fuentes profundas de nuestra imaginación. Esta novela, ‘El año del verano que nunca llegó’, no solo está escrita bajo el recuerdo de la erupción del monte Tambora en Indonesia en 1815, sino bajo la gravitación del cambio climático que hoy es una inquietud de la especie entera. Una de las siguientes preguntas es qué consecuencias va a tener a nivel de nuestra cultura y a nivel de nuestra imaginación un cambio enorme del clima a nivel planetario si ya la erupción de un volcán hace dos siglos engendró seres monstruosos y míticos que desde entonces han fascinado a la humanidad. Todo lo que escribimos es fatalmente contemporáneo. Borges decía que la novela ‘Salambó’ de Flaubert, que intenta reconstruir algunos asuntos de Cartago en tiempos de las guerras Púnicas, es una típica novela francesa del siglo XIX. Es inevitable que mi novela sobre los hornos del romanticismo a comienzos del siglo XVIII sea una novela latinoamericana de esta época. Así como la erupción del monte Tambora se metió en la conciencia de aquellos jóvenes encerrados en aquella casa, las grandes preguntas de esta época sobre el cambio climático, la vida artificial, la ingeniería genética y la robótica, se infiltraran en nuestras invenciones y creaciones literarias.

– ¿La literatura puede ayudarnos a descubrir que vivimos en un mundo artificial?

La vida humana siempre fue de alguna manera artificial en la medida en que, como decía Aristóteles, no vivimos en la naturaleza, vivimos en la polis. Y la polis es un invento humano. Pero hubo épocas en que la humanidad, viviendo en la polis artificial, dialogaba con el mundo y reverenciaba al mundo. Hoy vivimos en una polis que cada vez más tiraniza al mundo. Pretendemos entenderlo todo por los caminos de la ciencia y la tecnología, pero cada vez lo entiende menos porque se privilegia demasiado los recursos de la razón instrumental y se renuncia voluntariamente a esas otras instancias de lo humano que nos permiten habitar el mundo: la memoria, la imaginación, la sensibilidad, el afecto, la fantasía. Tal vez la gran culpa de nuestra época es descuidar voluntariamente el misterio del mundo y pretender que tenemos el derecho de controlarlo todo. Ya decía Nietzsche si tenemos el derecho de saber también deberíamos tener el derecho decidir qué no queremos saber porque no siempre saberlo todo le da al ser humano la discreción suficiente para relacionarse con un mundo que siempre será desconocido.

– En ese sentido, ¿’El año del verano que nunca llegó’ se detiene en el gesto de la creación de los monstruos?

En realidad a mi los monstruos me interesan pero no tanto como su gestación. Los monstruos me parecen criaturas encantadoras, si se quiere fascinantes. En estos tiempos ya ni siquiera asustan, se han vuelto más bien figuras pintorescas y tema de las historietas y hasta de las películas de humor. Pero la gestación de los monstruos sí me parece un tema fundamental y además detrás de los monstruos de historieta están los monstruos reales que son mucho menos invisibles y a veces menos perceptibles pero mucho más poderosos. Y yo diría que hoy estamos en poder de los monstruos reales, grandes poderes sutiles e incontrolables. La manera en que la humanidad se despeña en unas adicciones que no sabemos a donde nos van a conducir, como la humanidad enajena cada vez más su voluntad y su libertad, esos estados que hace 50 años decían combatir el totalitarismo se precipitan en el totalitarismo de la vigilancia absoluta. Y el ojo del gran hermano ya no nos permite escapar un solo instante. Deja ver que los monstruos están muy activos y ojalá la literatura pueda ayudar un poco a visibilizarlos y a reaccionar frente a todo eso.

– ¿A ti te afectan los libros que escribes?

Si yo vuelvo a ver al que era antes de empezar a escribir mis novelas, siento que he cambiado, que hay cosas que se han instalado en mi vida. Yo tenía por ejemplo la tendencia a ser alguien mucho más sedentario, dedicado a la lectura y a la conversación, pero mis libros me han obligado a viajar por el mundo. Me obligan a investigar, yo no tenía esa tendencia, creía más en la literatura como fruto de la inspiración y como fruto de la creación pura, cada vez necesito más explorar, investigar, buscar el rigor de los datos. Mi libro ‘El año del verano que nunca llegó’ me obligó a algo a lo que yo no me sentía inclinado, hablar en primera persona y hacer confidencias personales. El reconstruir episodios de mi propia cotidianidad. Esta novela me obligó a convertirme en un personaje literario. Esas son pequeñas metamorfosis y en mi caso también cada libro conduce a otro. Mis poemas me condujeron a mis ensayos, mis ensayos me condujeron finalmente a las novelas y cada novela secretamente está enlazada con otra. Yo siento que ‘El año del verano que nunca llegó’ está mucho más enlazada de lo que parece con mi trilogía sobre el Amazonas porque esas tres novelas, que parecen solo reconstrucciones de aventuras del siglo XVI, se corresponden con mi pregunta sobre cómo estamos tratando la naturaleza hoy, cuándo comenzó nuestro conflicto, de qué modo este saqueo creciente de la selva va a poner en peligro nuestra supervivencia como sociedad y como seres humanos. La pregunta por la naturaleza también está totalmente presente en esta reciente novela y seguramente en las que escribiré en el futuro.

William Ospina

– ¿Qué es la novela para William Ospina?

Siempre pensé en la novela como una suerte de pirámide inaccesible, una forma cuyas reglas yo desconocía, cuyos secretos no descifraba, y que algunos elegidos sabían hacerla. Ahora ya no creo en todo eso, la novela existe y es un género de nuestra época. El poema y el relato estuvieron con nosotros desde el alba de la civilización, parece haber un acuerdo en que la novela moderna nació con ‘El Quijote’ y con la nueva idea de individuo que el Renacimiento formó. Parece ser que la novela gira alrededor de unos personajes, la manera en como se trenzan sus destinos y cómo unas circunstancias transforman sus vidas. Pero mirar el mosaico y el tejido de la novela contemporánea permite dudar sobre las definiciones excluyentes. Si son novelas el ‘Ulises’ de Joyce, ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo y ‘La Metamorfosis’ de Kafka, la novela como género admite muchas aproximaciones distintas, admite incluso que trabajemos en ese ámbito sin tener una definición precisa de lo que ella es porque cada novela que intentemos podrá contribuir o a profundizar o a ampliar el horizonte de lo que la novela significa.

– ¿Existen para ti los géneros literarios?

Creo que es muy bueno que existan los géneros y que los tengamos como claramente sino definidos por lo menos ubicados. Pero no porque sean compartimientos cerrados o porque sean como construcciones dogmáticas inmodificables, sino porque es un deleite ver de que manera se trenzan en el ejercicio literario. Yo diría que ‘En busca del tiempo perdido’ es una fuerza sinfónica, unos temas que vuelven y una inspiración poética que le permite a uno abrir los libros casi en cualquier página y salir, digamos, con el bálsamo de la poesía encima. La poesía no debe renunciar a la narración, buena parte de los grandes poemas de la Historia son poemas narrativos. ‘La Odisea’ está escrita en verso, pero es una novela. Hoy la novela contemporánea exige creer en el poder de la voluntad y no delega el poder de la voluntad en fuerzas extrahumanas como los dioses griegos. Más bien nuestra época tiende a explorar cómo sería una ‘Ilíada’ sin dioses, lo que ha intentado el cine. Pero claro, una ‘Ilíada’ sin dioses es Terminator. A mi me parece importante jugar con los géneros, tenerlos allí como recursos disponibles y no como cepos de los cuales no se puede escapar. Siento la novela contemporánea como un escenario en donde puede existir el ensayo, el poema, el relato y quien sabe cuantas combinaciones más, Joyce nos mostró que también puede existir el deliro y Kafka nos mostró que puede existir el mito. Eso solamente significaría que no solo la novela sino la literatura está en continua transformación y está muy viva.

– ¿Puedes reconocer en qué momento te convertiste en escritor?

Si escritor es aquel que necesita resolver su vida a través de las palabras y a través del lenguaje, es algo que está en mí nítidamente desde el comienzo, por lo menos desde mi adolescencia. Cuando yo tenía 22 años y estaba estudiando Derecho en la Universidad Santiago de Cali, comprendí que lo que me interesaba era la literatura. Abandoné el Derecho y no tenía la menor idea de cómo iba a sobrevivir pero sabía que mi vida sería la literatura. Yo creería que en ese momento asumí la consciencia de ser un escritor. Tardé muchísimo tiempo en publicar mis primeros libros pero ya me sentía llamado a ser escritor y a vivir una vida literaria.

– ¿Qué piensas del cierre que se está dando de muchas librerías en varias ciudades del mundo?

El libro está bien y va a estar bien, pero hay algunas confusiones. Se piensa que toda mercancía impresa es un libro en el sentido clásico y venerable. Esta es una época en que la humanidad está dispuesta a consumir muchas cosas, estamos en la sociedad de consumo. Yo creo que hay un interés por la literatura en el mundo, hay lectores de literatura, tal vez hay más lectores de literatura que nunca porque en nuestros países nunca se publicó tanto, solo que al mismo tiempo que crece la publicación de literatura, crece la publicación de muchas otras cosas. Hay que hacer más esfuerzos para distinguir los libros que merecen perdurar y los que son pequeños acontecimiento de la farándula y frivolidad semanal. Es un equivoco pensar que el mejor escritor es el best-seller, que no significa el más leído sino el más vendido. En Colombia tenemos una lección cotidiana que es muy útil y es que hay mucha piratería de libros y eso hace que un escritor que tenga un libro importante tiene que resignarse a que de todos los libros que se vendan solo una mínima parte se convertirán en regalías. Y la labor del escritor no es impedir que exista la piratería, pero la existencia de la piratería del libro solo significa una cosa: que hay más necesidad de leer que capacidad adquisitiva. Eso en el fondo no es malo así se manifieste de una negativa.

– ¿Los libros de William Ospina son el resultado de la inspiración o de la transpiración?

Yo creo que hay de todo y no en una proporción calculable, en el fondo son resultado de unas actitudes y es posible que de unas ideas fijas pero sometidas al prisma de la fascinación literaria. Yo siento que un escritor no escribe para trasmitir lo que sabe sino para averiguar lo que no sabe, creo que uno no escribe para enseñar sino para aprender. Cuando yo concibo el tema de un libro es casi como si estuviera inventándome una especie de carrera universitaria en la que me va a tocar estudiar durante tres años o cuatro, pero no para hacer una tesis doctoral sobre el tema sino para hacer todas las transgresiones mentales posibles que me permitan acceder a una forma deleitable. Creo que no se puede escribir si uno tiene unas preguntas y unos anhelos, inquietudes que nos asedian y empujan, y que se deben ver cristalizadas por medio de la forma.

– William, ¿el escritor en tanto que es un intelectual tiene alguna responsabilidad con su tiempo y con su sociedad?

Yo pienso que son cosas inseparables. Lo más asombroso y lo más grato es esa certeza de que solo configuramos nuestra identidad con un instrumento colectivo que es la lengua, la lengua nos permite ser un “yo” pero solo porque pertenecemos a una comunidad. Yo siento que en vano un escritor se propone responder a un compromiso social y en vano un escritor se propone no responder a un compromiso social. Inevitablemente el resultado de la labor de un escritor queda condensado en una lengua y a no ser de que se invente una lengua propia que nadie más pueda leer y que nadie pueda descifrar, todo escritor escribe en la lengua de los otros. Es más, todo escritor escribe en la lengua universal porque como decía Guillermo de Humboldt todas las lenguas son distintas pero todas las lenguas son la misma. Por eso las obras de Homero existen hoy aunque ya haya muerto la lengua en esas obras fueron escritas. La lengua universal existe y va recogiendo todo lo que se crea. Por muy egoísta, egocéntrico, introspectivo o aislado que esté un escritor, si escribe en la lengua universal no podrá impedir que su obra tenga consecuencias y repercusiones sociales y si es una obra de arte esas repercusiones serán necesariamente positivas y responderán a ese compromiso.

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Miguel Molina Díaz

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