La vida después del populismo

Martina Vera

Martina Vera
Madrid, España

Nada dura para siempre. No lo hicieron el imperio romano, la conquista española, la Alemania comunista ni tampoco lo hará la Cuba castrista. El Populismo del Siglo XXI que arrasó en Ecuador, Venezuela y Argentina y luego traicionó a la democracia, también encontrará su fin y quizá lo haga pronto. Entonces, el reto enorme de sacar a esos países de los escombros lo asumirán otros y para tener éxito se requiere una sobredosis de intelecto, pragmatismo y agallas. Las propuestas de reconstrucción monumental no pueden hacerse esperar pues ahora los ciudadanos ya se preguntan, ¿cómo será la vida después del populismo?

Nada dura para siempre

El despotismo de líderes como Rafael Correa, Nicolás Maduro y Cristina Fernandez de Kirchner bastó para acallar críticas ciudadanas a sus políticas erráticas. Hoy las cifras hablan por sí solas del castigo que le espera a su gestión mediocre y represiva. En nuestro país, confirmamos que el encanto correísta se desvanece en las calles, donde la ciudadanía se opone a la relección indefinida, pero al paquete de 16 enmiendas en que viene, sobre todo. Durante tres meses consecutivos esas protestas merman la popularidad del jefe de estado que se desplomaba a un 46% (según Cedatos) hace un mes. En Venezuela, las elecciones parlamentarias de diciembre ya atemorizan al oficialismo pues podría perder con holgura considerando que la popularidad de Maduro se sitúa apenas en 22%. En las elecciones presidenciales de octubre en Argentina podría no arrasar el Peronismo pues el “sucesor” de la Presidenta, Daniel Scioli, reúne el 38% de los votos en primarias.

Si las cifras no engañan, entonces Correa, Maduro y Fernández de Kirchner, ya no se encuentran en una posición que les permita escupir al cielo sin mojarse la cara. El populismo podría tener los días, meses o años contados en el continente. Aún es irresponsable aventura una fecha de expiración, pero si se marca, ¿qué sigue?

El tamaño del reto

El fin del populismo será el principio de un capítulo de retos e imposibilidades para las figuras de oposición que reconstruyan países en quema. En Ecuador re-estimular una economía dependiente del estado donde el gasto público escaló hasta en un 44% del PIB y la inversión pública ocupó el 53% del mercado será arduo y largo. En Venezuela, hará falta una pisca de magia y un sorbo de fe para solucionar problemas de escasez y para reducir una inflación rampante del 200% (FMI). En Argentina habrá que inyectar una sobredosis de confianza a la vena de los inversores extranjeros y a los propios ciudadanos; los Argentinos atesoran  US$ 2000 M mensuales y secan la economía en un país que se contrae en un 1,3% -dice el FMI. A las dificultades que suponen esas reconstrucciones se añade el entorno desfavorable de un tejido social contaminado del odio y revanchismo que se creció de la mano del discurso populista. Esa animadversión bulle en época de vacas flacas como la que vivimos tras el desplome de los precios del petróleo y la materia prima.

Lugares comunes

La vida después del populismo se centrará en solucionar los problemas morales, sociales, estructurales y económicos que este nos deja. Para abordar una etapa de complejidad máxima y fertilizar economías en deterioro, hacen falta propuestas claras –que aún tenemos pendiente escuchar. Esas propuestas claras no son lugares comunes o expresiones de sentido común. Ya no bastan. En todo esto estamos de acuerdo: respeto a los DDHH, libertades, democracia, pluralismo, independencia de poderes, protección ambiental, reducción de la pobreza, empleo, combate a la corrupción, inversión, rendición de cuentas. Sí, sí, sí; pero aplicado ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿A qué plazo? ¿Con quiénes? ¿Dentro de qué modelo de desarrollo? Eso debe precisar. Y por supuesto, aquello pasa por un plan emergente de rescate nacional que debe esbozarse ahora. Si los populistas fueran además inteligentes, lo acogerían desde hoy. No lo digan en voz alta; ¡así seguro se reeligen sin necesidad de trampas!

 

Más relacionadas