Todos somos Bruselas

Los de Bali en 2002, la apertura de una línea de combate, desgraciadamente muy fructífera, contra el turismo globalizado. En Madrid, en marzo de 2003, el terrorismo tenía un objetivo doblemente democrático: asesinar al pueblo trabajador en los trenes matutinos para influir en el resultado de las elecciones generales. En Londres en 2005, al día siguiente de que la capital británica fuera designada sede de los Juegos Olímpicos de 2012, los atentados llegaron de la mano del yihadista interior, criado y crecido en Europa, casi diez años antes de que los lobos solitarios franceses y belgas regresaran de sus guerras en Siria e Irak. En los atentados del Bataclan y del Stade de France el pasado 13 de noviembre, el objetivo que buscaban y querían aniquilar los yihadistas era la joie de vivre del viernes por la noche europeo.

En cada atentado hay una aviesa intención —una estrategia bélica— y una inevitable interpretación de quienes se sienten alcanzados por su impacto. El terrorista busca siempre una reacción que rebaje al Estado de derecho atacado a su mismo nivel moral y emprenda el camino de la tortura, la detención indefinida, la erosión de las libertades y la renuncia a las garantías individuales. En este caso, los atentados en el aeropuerto y el metro de Bruselas, sede de la OTAN y de las instituciones de la Unión Europea, buscan como objetivo destruir la idea misma de la Europa unida, próspera y en paz, y por eso es el 11-S europeo, el equivalente al ataque contra el Pentágono y las Torres Gemelas en septiembre de 2011.

En la actual ofensiva, se trata de estimular a los europeos, también electoralmente, para que nos encerremos dentro de nuestras fronteras, destruyamos el espacio de libre circulación interior, endurezcamos las políticas de inmigración y de asilo, demos rienda suelta a la xenofobia y a la islamofobia y finalmente aceptemos el envite diabólico de que estamos en una guerra abierta con el islam mundial que convierta a una parte de la población europea, la que profesa la fe islámica, en un enemigo interior al que hay que controlar y quizás internar. Sí, es un delirio totalitario que no se sostiene, pero Donald Trump en Estados Unidos y Viktor Orbán en Hungría o Jaroslaw Kaczynski en Polonia no propugnan cosas muy distintas.

Bruselas es la capital dividida de un país dividido e inextricable. No hay que criticar su debilidad ni sus divisiones. Son las nuestras, las de todos los europeos. Todos somos Bruselas y por eso nos atacan los terroristas. Porque estamos divididos y porque somos débiles. La debilidad que se exhibe es el peor de los flancos que se puede ofrecer a un enemigo existencial. Excita a sus fanáticos partidarios como la sangre a las fieras y suscita desprecio entre ciertos aliados y amigos propensos a sacar partido de nuestras desgracias. Solo faltaban las lágrimas incontenidas de la alta representante de la UE para Política Exterior y Seguridad, Federica Mogherini, nada menos que en una capital árabe.

  • Lluis Bassets es director adjunto del diario español El País. Su texto ha sido publicado originalmente en El País, el 23 de marzo de 2016.

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