El año de la guerra que inició Correa

La guerra contra los Shuar comenzó hace mucho y no necesariamente con la desgraciada muerte de un policía, sino con una traición, o con sucesivas traiciones. AP, la formación política del gobierno que tiene la intimidante consigna «Vamos por más» (aunque se han llevado casi todo),  llegaron al poder hace una década sobre las espaldas de dos movimientos sociales estrechamente ligados: indios y ecologistas. Fue tal el peso de estos movimientos que consiguieron algo único: el reconocimiento de los derechos de la naturaleza en la Constitución de Montecristi. Fue su momento de gloria, el Chimborazo de sus conquistas, el momento en que se podía marcar el antes y después de las relaciones del hombre con la naturaleza: la ilusión de las ilusiones. Casi a la par se materializó el proyecto Yasuní. Otra cumbre de las conquistas ambientales: era el comienzo del fin de las políticas extractivas asociadas al petróleo y a la minería. Sobre estas cumbres, el gran timonel del trópico andino señalaba con su mano izquierda el nuevo horizonte del planeta. En tanto nuestros corazones latían entusiasmados.

Lo que nadie imaginaba era que el gran timonel y sus más cercanos colaboradores tenían otra agenda, aunque ya había signos que alentaban cierta sospecha. La primera gran traición fue cuando se canceló el proyecto Yasuní. Dos fueron los argumentos: el mundo cruel no respondió a la generosa propuesta de Ecuador y, se necesitaba recursos para luchar contra la pobreza, aún en un momento en que Ecuador había sido beneficiado con el premio gordo de la lotería petrolera.

La Revolución Ciudadana comenzó a devorar a sus mejores hijos y así indios y ecologistas pasaron a engrosar la lista negra de opositores del régimen, de los perseguidos, de las víctimas. La institucionalidad correísta actuó para silenciar el descontento ecologista y el CNE consagró el primer fraude en el sistema electoral ecuatoriano al descartar las firmas válidas con que el movimiento Yasuníos intentó una consulta destinada a proteger la mega diversidad del parque Yasuní. Los ataques a las organizaciones ecologistas no se hicieron esperar.

Los que permanecieron dentro del gobierno (ecologistas gubernamentales y aquellos que llegaron a puestos de representación en nombre de los movimientos sociales) cultivaron un silencio vergonzoso y se hicieron de una máscara de cinismo y desfachatez. Ese es ahora su verdadero rostro y son ejemplos de ignominia. Su calidad moral no es muy distinta a la de sus compañeros de ruta de Petroecuador, hoy prófugos.

Pragmatismo, dicen algunos analistas políticos. Los nuevos tiempos vieron surgir una alianza privilegiada entre el Gobierno de la Revolución Ciudadana con el imperialismo chino y las grandes empresas mineras transnacionales cimentada en una corrupción asfixiante. Con la misma celeridad con la que se repartieron coimas y sobornos se repartió la Amazonía, el Noroccidente de Pichincha, el Austro. Ya no era necesario justificar nada: el hambre de recursos para sustentar la corrupción no lo requiere.

Ni los Shuar hicieron el primer disparo ni Acción Ecológica quebró ley alguna: lo hizo la Revolución Ciudadana. Para mucha gente el problema no les compete, se trata de un asunto lejano de unos indios salvajes y que nada entienden de las necesidades de la PATRIA y menos aún de los bolsillos de quienes toman las grandes decisiones. La imagen que la mayoría tiene del conflicto está siendo construida y deformada por la publicidad gubernamental que supera con creces a la que en su momento hiciera el gobierno de Febres Cordero contra los Alfaro Vive —muchos de los cuales lucran de la Revolución Ciudadana—: convierte a los Shuar en asesinos, delincuentes a los que se debe delatar por una suma de dinero. ¡Horror!

El derecho a la resistencia de los Shuar en la defensa de su territorio, de sus viviendas y cultivos está sometido a prueba. Es un pueblo guerrero representante de lo que Pierre Clastres llamó sociedades contra el estado, naciones sin Estado. ¿Los Shuar acudirán a las armas? Si así lo hacen en medio de su orfandad política lo entendería. Sería una resistencia al límite, probablemente la última contra la violencia del capitalismo salvaje que hoy representa el gobierno de Correa, enquistado en un Estado que ha rendido su soberanía a un poder imperial: el chino. En 2006,  Correa inició una guerra como abanderado de ese poder.

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