Recuerdo de un hombre libre

Confieso mi emoción, al punto de salírseme las lágrimas, cuando el pasado viernes 14, estando en el exterior, y siéndome imposible físicamente estar presente en el velorio de Miguel Macías Hurtado, leía, abrazado por mi hijo de seis años, en la «Apología de Perro Tierno», publicada ese mismo día por Carlos Jijón, cómo este interpretaba la vida de aquel en la siguiente síntesis: “Hombre de Estado, de una generación de políticos con personalidad propia, con dignidad de hombres libres, que no se sometieron nunca al arbitrio de ningún caudillo”.

Inmediatamente mis recuerdos se fijaron en agosto de 1995, cuando, siendo yo muy joven, acompañaba a ese hombre que me había formado, y al que tanto debo, entonces presidente de la Corte Suprema, a preparar su defensa en la sesión de interpelación que estaba por enfrentar en el Congreso, promovida por el MPD, en teoría por causa de una sentencia dictada años antes en un juicio de un constructor contra el Instituto de Seguridad Social.

El contexto histórico no es irrelevante: en la misma época, Macías Hurtado había iniciado investigaciones judiciales contra el vicepresidente Alberto Dahik por el asunto de los gastos reservados, circunstancia que para observadores como Diego Cornejo Menacho («Crónica de un delito de blancos») era “aparentemente lejana” al motivo del juicio político, y que para Jijón («Apología de Perro Tierno») era, de frente, un contrataque de Dahik.

El mismo día en que debíamos acudir a la sesión del Congreso, Macías Hurtado recibió una llamada de un muy importante líder político: si ordenaba de inmediato la prisión preventiva del vicepresidente, se le aseguraban los votos en el Congreso para ser absuelto. No lo hizo y el resultado habla por sí mismo: fue censurado con los votos del MPD, Partido Roldosista, Partido Conservador, Izquierda Democrática, Democracia Popular, un socialista y siete diputados “independientes”.

Volví al presente. Miré a mi hijo y me cuestioné cómo formar a un hombre de bien. Cómo pagar la deuda de formar a un hombre libre, que no se someta nunca al arbitrio de ningún caudillo.

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