Las ventajas de ser intolerante o de cómo cuatro pelagatos pueden dominar el mundo

¡Exacto, no hay progreso moral ni extensión progresiva de esferas de reconocimiento culturales y legales (como el filósofo Axel Honneth, entre otros, quisiera creer)! ¡Tampoco hay un proceso de aprendizaje moral a nivel de acción comunicativa à la Habermas! Lo único que tenemos, entonces, es una minoría intransigente e intolerante imponiendo sus gustos, dengues y merengues.

Yo llegué a este filósofo por pura casualidad en una conversación que tuve con mi amigo Elliot Handley. Yo decía que el filósofo contemporáneo más peligroso (ojo que no dije relevante ni importante) es Sloterdijk, y no Zizek, como algunos quieren creer. Inmediatamente él me refirió a Taleb y lo empecé a leer. Estoy de acuerdo en que las ideas de Taleb son igual o más irreverentes que las de Sloterdijk. Ambos nos hacen ver la historia y la sociedad con una desnudez impresionante en la que cualquier ideal parece desvanecerse. Sigo convencido que Sloterdijk es más peligroso no por el contenido de sus ideas, sino por su eco. Al fin y al cabo, él es rector en una universidad alemana, escribe constantemente en diarios como el Frankfurter Allgemeine Zeitung y ha estado en el centro de atención de varios affaires con filósofos de la talla de Axel Honneth y Jürgen Habermas.

No entraré en detalles de explicar todo lo que está detrás de la idea de Taleb que quiero presentar. Tampoco la debatiré, pues eso requeriría más tiempo y espacio – además de las aberraciones lingüísticas propias de la filosofía. Me contentaré con enunciarla, aplicarla a un caso que existe en Ecuador en la actualidad, y ver las (¿perversas?) consecuencias prácticas que pueden desprenderse, de ser el caso que esta teoría sea cierta. Taleb concibe a la sociedad desde el paradigma de sistemas complejos (en su versión más cientificista – entiéndase: no à la Luhmann o Parsons). En este sentido, él considera que las interacciones en la sociedad no son reductibles a las unidades que la conforman, ni a sus propiedades, y que estas siguen leyes emergentes, es decir, leyes que no pueden derivarse de forma intuitiva a partir de una observación de la morfología o topología de la sociedad, sino que requieren ver cómo el todo se articula a partir de las partes. Esta es una premisa que ha estado en varias corrientes sociológicas, sobre todo en las que se adscriben al estructuralismo, al funcionalismo y al realismo crítico. Pero Taleb no es sociólogo, es matemático y, por tanto, está menos interesado en cuestiones sobre normatividad, integración, instituciones, adaptación, roles, sentido o funciones. Lo que a él le interesa es observar estrictamente leyes abstractas que no dependen de ningún contenido histórico.

Al igual que yo, mis amigos sociólogos estarán empezando a tener ronchas. No es para menos, pues Taleb está negando cualquier sustancia histórico-social para explicar fenómenos sociales. La ley que Taleb discute en The Most Intolerant Wins: The Dictatorship of the Small Minority, un capítulo de Skin in the Game, es la ‘ley de la minoría’. Como lo dije antes, esta ley puede ser resumida en pocas palabras: es necesario una minoría del 3% al 4% intransigente e intolerante, pero con coraje, esparcida de forma homóloga en un espacio social (escuelas, barrios, ciudades, etc.) para que ellos puedan imponer sus deseos y que la mayoría deba adecuarse a sus caprichos. Taleb afirma que, además, esto viene con un efecto óptico especial: cualquier observador ingenuo pensaría que en realidad la mayoría es la que impone su deseo en la sociedad. Taleb nos dice algo realmente novedoso y extravagante: no vivimos, como algunos piensan, en ‘la tiranía de la mayoría’ inherente a la democracia, sino en una ‘tiranía de la minoría’.

Taleb demuestra su tesis con abundantes ejemplos empíricos – desde la dispersión de idiomas hasta la de religiones. No voy a repetir todos, pero haré mención a uno que lo he vivido de primera mano en el último año. En el Reino Unido, casi toda la carne es Halal aun cuando en realidad solo una minoría poblacional se somete a esta regla. Muchas veces no lo sabemos, pero todos estamos ingiriendo Halal. La regla de Taleb se expresa así: ‘Una persona Kosher (o Halal) nunca va a comer comida no-Kosher o no-Halal, pero una persona no-Kosher (o no-Halal) no tiene prohibido comer Kosher o Halal’. Pensemos en un ejemplo que puede ser más cercano a Ecuador, que también es dado por Taleb: es difícil encontrar maní en aviones o en escuelas porque hay una minoría que es alérgica, pero la mayoría, que puede comer maní, no tiene problema en no hacerlo. Un ejemplo familiar: yo tengo una hermana y una prima intransigentes e intolerantes cuando es cuestión de ingerir pescado. Simplemente no les gusta. Cuando era niño, mi familia compartía mucho tiempo con la familia de mi prima. Muy pocas veces comíamos pescado, aun cuando mi tío es de Galápagos, conseguía pescado barato y virtualmente todos los demás (4 adultos y 2 niños) no teníamos problema con ingerirlo y hasta lo disfrutábamos. Eso es lo que necesitamos entonces para que la ley de la minoría se cumpla: una minoría intransigente, terca e intolerante, dispersada espacialmente, y una mayoría flexible.

La ley de la minoría, de acuerdo a Taleb, produce un proceso de renormalización del grupo, un concepto matemático que permite explicar cómo las cosas aumentan de escala. Esto quiere decir que, en un espacio temporal corto, una vez que la minoría intransigente e intolerante se manifiesta, todo el grupo terminará siguiendo sus principios creando así la ilusión de ser mayoría. ¿Cómo algunos libros llegan a estar prohibidos? No porque ofendan a una mayoría. Seamos sinceros: el ciudadano de a pie no lee, es pasivo y le importa un comino lo que diga o no un libro. Lo único que se requiere es un grupo de activistas pequeño y motivado que se sienta ofendido. Así fue como Bertrand Russell, dice Taleb, perdió su trabajo en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, después de una carta de una madre intransigente y terca. Lo mismo aplica a prohibiciones del alcohol, consumido por una gran mayoría, pero rechazado por grupos fanáticos. Siempre es una minoría intolerante la que obliga a una mayoría flexible a adaptarse a sus caprichos.

Pensemos aquí un momento en un ejemplo que particularmente quienes acudimos a colegios de clase media en Quito tuvimos que (sobre)vivir. En casi todos esos colegios existe esa minoría intransigente que ‘recoge firmas’ por cualquier cosa. Luego de ser expulsado del Colegio Alemán, terminé en un colegio en el que esa minoría intolerante y activa tenía nombre y apellido: Escuela de Líderes. Un grupo de máximo 15 personas que proponía sus cosas de forma intransigente, mientras que la mayoría flexible (los clásicos colegiales que les da lo mismo hacer o no hacer) debía someterse a sus exigencias bonachonas, que de ninguna manera representaban a la mayoría. Al parecer, la ‘Escuela de Líderes’ entendió lo que Taleb propone (aun sin haber leído su obra): un líder se rodea de una minoría intransigente e intolerante y así consigue sus objetivos.

Pensemos en política: un pequeño grupo, 10% de la población, es de extrema derecha o, digamos, se ve afectada por la ley de herencias que querían pasar en Ecuador hace un par de años. Como de costumbre, un ‘científico’ político dirá que el partido de extrema derecha tendrá solo 10% de votación o que solo ese porcentaje se opondrá a esa ley. No: ese 10% es la línea base que es inflexible (la minoría intransigente) y es un valor estático, pero parte de la mayoría flexible puede apoyarlos (ahora entendemos el porqué de Trump y el Brexit). Creo que esto también explica la diseminación de procesos revolucionarios desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Cubana, pasando por la Norteamericana y la Rusa.

Aquí viene la conclusión perturbadora que citaré textualmente: ‘La formación de valores morales en una sociedad no viene de la evolución del consenso. No, siempre es la persona más intolerante quien logra imponer su virtud en otros precisamente por su intolerancia. Lo mismo aplica a los derechos civiles’.

Aquí iré al punto de interés en Ecuador. Hace algún tiempo veo que grupos minoritarios (en número, no en poder) ultra-conservadores están apareciendo. Uno de ellos es un movimiento estudiantil llamado Acción Católica Universitaria. Una clara minoría dentro de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. No tengo datos a la mano, pero estoy seguro que no logran ser ni el 10% del total del estudiantado. Algunos me dirán que, en Ecuador, la gran mayoría de la población es católica. Pues sí, de palabra o hasta culturalmente. Pensemos ahora claramente quién en realidad sigue a cabalidad dichos valores o modus vivendi. Ni todos somos herejes, ni todos somos curuchupas. El ciudadano promedio es parte de la mayoría flexible que caerá en lo que la minoría intolerante e intransigente exija activamente.

En conjunto con otras organizaciones católicas, presentaron 35.000 firmas para que se retire la muestra artística ‘La intimidad es política’. Como buena minoría terca e intolerante, Acción Católica Universitaria presentó una carta al alcalde de la ciudad. 35.000 firmas y una carta pueden sonar como si fueran un gran evento, pero, comparado con la población de Quito, resulta risible y nos recuerda a nuestros compañeros de clase recogiendo firmas. Ahora han salido en una marcha conservadora a protestar y demostrar, una vez más, que son una minoría extremadamente intolerante e intransigente, que utiliza su fe e ideas democráticas para decir que no todos somos iguales. Seguramente conseguirán sus objetivos e impondrán sus caprichos a la mayoría, lo cual le da la razón a Taleb…

En la misma línea de grupos ultra-conservadores está la plataforma recientemente formada en Ecuador ‘No te metas con mis hijos’. Veo en las fotos de las marchas a miles de personas. La minoría intransigente seguramente es mucho menor, pero han logrado que la mayoría flexible los apoye, principalmente porque ellos han activado un discurso de esta mayoría: la tolerancia y el respeto. Tolerancia y respeto hacia sus creencias…

Además, según la información de algunos participantes de la marcha de Quito el 14 de octubre, gran parte de sus asistentes (provenientes muchos de estratos populares) han sido convocados directamente desde minoritarios sectores religiosos. En este caso, son los pastores, curas y sacerdotes los que han llamado a sus comunidades a participar en contra de la (mal) llamada “ideología de género”, la desintegración de la “familia natural” y de la supuesta venida de un mundo post-apocalíptico sin reglas ni moral. La mayoría tolerante y flexible, que bien puede aceptar aquí tanto las familias LGBTIQ como las familias heterosexuales, entra aquí en un dilema: ¿Puede una sociedad que ha elegido ser tolerante ser intolerante con la intolerancia?

Pues sí, una minoría intolerante puede dominar y destruir la democracia, aun cuando invoquen estos principios para ser respetados. Pensemos, por ejemplo, en las protestas neo-Nazis en Estados Unidos, el Salafismo o estos grupos católicos minoritarios e intransigentes en Ecuador. La respuesta es simple: no es permisible aplicar estándares democráticos y tolerantes a grupos tan intolerantes. ¿Cómo dar libertad de expresión a quienes buscan callar a otros? ¿Cómo dar libertad religiosa a quienes niegan el derecho de otras personas a tener su propia religión? ¿Por qué tolerar los valores de quienes se niegan a reconocer otras formas de vida, otros tipos de familias, otras orientaciones sexuales, otras formas de ser humano? La mayoría tolerante comete suicidio al tolerar la intolerancia intransigente y radical de estas minorías.

Entonces, ¿qué debe hacer la minoría LGBTIQ para que ser reconocida? De acuerdo a Taleb, sean intolerantes e intransigentes contra quien no les respeta. No jueguen con las reglas de la mayoría democrática, tolerante y liberal: sean tercos y ataquen (así como la vieja que atacó en Estados Unidos con un hacha en los bares antes de que se legalice la prohibición del alcohol). Si seguimos a Taleb, su error ha sido jugar bajo las reglas democráticas. Por eso Taleb es peligroso… Yo, personalmente, prefiero teorías del consenso y el progreso moral. Soy de los que abraza a Habermas y a Honneth, a Dewey y a Taylor, aun cuando el mundo real me demuestra que gente como Taleb tiene razón.

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