Muerte mediática a Narciso

Mal habituado a ser la referencia absoluta de medios de comunicación incluyendo redes sociales como Twitter, Facebook o Instagram, el expresidente Rafael Correa pensó que su visita a Ecuador produciría el mismo efecto de monopolio mediático de su imagen y voz que en la época cuando obligaba a los medios publicos ecuatorianos a reproducir en tiempo real su repetitiva retórica matutina de los sábados.

La transmisión en directo no dejaba opción a medios de comunicación independientes, pero en la actualidad, al convertirse Correa en un ciudadano política y legalmente ordinario, abre el espectro de opciones para abordar este tema, son dos posiciones las que dominan este debate: la una defiende una mediatización ad libitum de la visita de Correa; la otra promueve la idea de muerte mediática de toda actividad personal, profesional y política del ciudadano residente en el extranjero.

Ya que se trata de un personaje colmado de soberbia y vanidad, nos inclinamos por la segunda opción, es decir apagarle la luz o cortarle la energía que le permite continuar alimentando su egomanía durante sus visitas a Ecuador y sus actividades populistas en el extranjero. Vale aclarar que esta estrategia no significa para nada dejar de comentar, investigar y analizar acciones pertinentes a su mandato de una década obscurantista, como lo pertinente a: corrupción exponencial, persecución, represión a opositores y gestión de políticas públicas en todos los sectores, con énfasis en asuntos de petróleo, minas, deuda externa e interna, violación masiva de niños, desapariciones, etc.

¿Por qué es importante la muerte mediática? Porque significa borrar su acostumbrado protagonismo público del cual se sirve para diseminar sus creencias y alienaciones a la población, sembrando el caos y dominando a la vez con sus falacias la opinión pública, concentrando la atención nacional en lo que dice o no dice, desviando la observación de asuntos trascendentales de la realidad del país.

Imperativo es tomar en cuenta que se trata de alguien con una personalidad “especialmente trastornada” el econometrista (pues su tesis doctoral se centra en estadísticas económicas), que cree que “domina la ciencia, el arte y la historia en todas sus dimensiones más allá del tiempo y espacio”, desarrollando además una rampante soberbia y vanidad, cuya patología ha sido estudiada por la psiquiatría desde tiempos de Freud. En este contexto, la muerte mediática constituye una ayuda humanitaria para conducirlo a superar tal trastorno.

Deconstruyamos algunos elementos de dicha patología para explicar nuestra posición. La vanidad y peor la soberbia, produce una anulación completa de la inteligencia emocional, conservando a la vez excesiva confianza e hipervaloración de sí,  produce una creencia según la cual sus decisiones y acciones serían indebatibles por su supuesta sobrenatural inteligencia y perfectividad; por lo tanto las decisiones que tomó cuando era mandatario han sido entonces infalibles, y si han fallado es que esas fallas según su creencia, se encuentran formando parte del mundo exterior, de las imperfecciones del universo que  serían las responsables de tales fallas y consecuencias.

Justamente en una entrevista radial dada en su visita a Ecuador, sostuvo que el culpable de todo la malo en su gobierno fue/es el subdesarrollo, en el caso de la Refinería del Pacifico sería un asunto de mala suerte ya que el mercado petrolero colapsó. La culpa es del dólar porque no hay política cambiaria. Llegó a asegurar que en su gobierno no hubo corrupción, que antes se cobraba coimas cuando entrábamos por el aeropuerto y que ahora no. Glas no es culpable de nada y que los sectores estratégicos han mejorado. Que la culpa es de Odebrecht y que era algo que pasaba en 12 países es decir era algo normal. Aseguró que los US$1500 millones de la Refinería del Pacífico estaban ahí. Además, que dejó a un país con mucha seguridad y que a él ni a su familia les gustaba figuretear.

Esta situación de realismo mágico en el que cree y vive converge con la programada victimización de sus manifestaciones a las que la población asistió para exhibir carteles, voces criticas con eslogans, y cánticos de rechazo como sucedió en Esmeraldas. El vanidoso estaba consciente de que su presencia en el espacio público del país presentaba un serio riesgo porque dado el contexto de fragmentación interna de su agrupación (AP), ocasionaría disputas, desorden y escándalo. Eso justamente buscaba el egocéntrico, porque el supuesto ruido que levantaría su sola presencia, significaba para su soberbia que mantenía alta popularidad debido a que él era la persona más importante y por tanto la más mediática del país y del hemisferio.

La vanidad,decía Bergson, es una forma ridícula de amor propio. Es glorificar lo que creemos que somos, el vanidoso admira en sí lo que imagina que inspira a los otros que lo admiran. Su vanidad necesitaba una muestra afectiva del pueblo, una atención colmadora con multitudes alrededor tanto para ser ovacionado como para ser rechazado. Aún el rechazo lo toma como baño de popularidad a su favor, ya que es su presencia la que genera esa reacción de masa, además sabe muy bien que ese tipo de acciones le dan también protagonismo, consolidan su existencia como figura pública.

El vanidoso nunca admitirá un fracaso de su política ni de sus ideas, como hemos mencionado, sostiene una idea superlativa de su visión de capacidades propias, superiores a las necesidades del mundo; en consecuencia, el mundo no corresponde a sus competencias superiores, por eso es que sus propios fracasos y fiascos de sus acciones públicas y personales no son el producto de su falta de competencia sino mas bien de su súper competencia a la cual el mundo en que vive no es adaptado. Por lo tanto los fracasos de su gestión, siendo un producto de las imperfecciones del mundo exterior, son más bien una confirmación de su éxito personal y profesional a causa de las extraordinarias competencias supra humanas las que el vanidoso posee como ser privilegiado de la naturaleza.

Consecuentemente la publicidad y protagonismo mediático tanto de aciertos como desaciertos, termina satisfaciendo su creencia de supuesta superioridad de sus opiniones y de su estelar presencia como una Rock Star. No darle protagonismo es la mejor estrategia para combatir a un político mediocre y vanidoso. Sin hablar ni escribir, sin proyectar imágenes ni entrevistas ni videos, ofende su narcisismo, debilita sus expectativas de ganar siempre en entrevistas; atenta contra su necesidad imperativa de hacer sonar su nombre en el espacio público, inhibe su egocentrismo, lo cual ayuda a complicarle la tarea de convencer a las masas de que sus fracasos son en realidad “éxitos”. Ignorándolo se reduce drásticamente su percepción de fama, lo que a su vez sirve para sanar su patología de adicción al elogio que le deforma su percepción de la realidad. Dejar de reflejar la imagen del narcisista es irle secando ese espejo de agua que se constituyó en su adicción y perdición.

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