El invitado y la desgracia de la violencia

Siempre se comienza a escribir mucho antes. El verdadero principio de esta novela podría tener lugar en Chile, en 1970, la noche del triunfo de Salvador Allende y la noche en que Carlos Arcos Cabrera, con 19 años, llega a Santiago. Esta novela podría haber comenzado a escribirse el día en que la dictadura de Augusto Pinochet desapareció a Jaime Buzio Lorca, amigo del autor. ¿Alguien sabe si una novela nace del dolor o de la felicidad? ¿Acaso de la memoria? ¿Del olvido?

Me atrevo a suponer que esta novela pudo haber nacido a las seis de la mañana del 18 de junio de 1986, el día en que los presos acusados de terrorismo se amotinaron en las prisiones peruanas de San Juan de Lurigancho, el Pabellón Azul de la isla penal de El Frontón y la cárcel de mujeres de Santa Bárbara. El día en que los guardias quedaron como rehenes y los reclusos presentaron un pliego único de 26 demandas al gobierno de Alan García, pidiendo mejoras en sus condiciones de vida. Acaso la novela nació el instante decisivo en que las negociaciones fracasaron y el gobierno anunció que si los amotinados no se rendían, se restablecería el orden por la fuerza.

El violento operativo, en el que incluso intervino la Marina de Guerra peruana, arrasó con paredes de las prisiones y protagonizó uno de los asesinatos masivos más grandes de la historia latinoamericana. En Santa Bárbara, hubo dos reclusas muertas. Tras rendirse, 124 reclusos amotinados fueron fusilados en Lurigancho. Sobrevivieron 30 de los cerca de 200 detenidos de El Frontón, luego de un largo bombardeo.

Si la Matanza en los penales no es el inicio de esta novela, al menos es una de las imágenes sintomáticas que describen el atroz proceso de violencia en el Perú. Nadie sabe cómo ni cuándo comenzó la historia de la violencia. Sabemos sus resultados. La Comisión de la Verdad y Reconciliación concluyó que cerca de 70.000 seres humanos perdieron la vida entre 1980 y 2000, en el periodo del llamado Conflicto Interno peruano. El Estado, y sus grupos paramilitares afines, enfrentados contra las sanguinarias agrupaciones terroristas Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Se trata de una de las guerras más cruentas y dolorosas de la historia continental.

Para mí, El Invitado (El Conejo, 2007) comenzó en Barcelona, en el otoño de 2013. Lo leí por recomendación del escritor Leonardo Valencia. Era la primera vez que me enfrentaba a una obra de Carlos Arcos Cabrera. Desde las primeras páginas noté que no sólo se trataba de una novela sobre la violencia en el Perú y en América Latina, sino una intensa y cruda apelación a la memoria del ser humano. ¿Dónde comienza la memoria y donde el olvido? En sus páginas descubrí un Perú lleno de cicatrices, que resistió silencioso a la más oscura hora de su historia republicana y a la destrucción implacable de las vidas de miles de individuos y familias.

Si bien El Invitado se incorporaba a la familia de novelas que ya habían abordado este tema, como Lituma en los Andes (Planeta, 1993) de Mario Vargas Llosa y Abril rojo (Alfaguara, 2006) de Santiago Roncagliolo, Arcos Cabrera logra una mirada diferente, porque se propone una tarea alejada del sensacionalismo y de la postura o impostura política. Arcos Cabrera, de hecho, logra su objetivo, entre otras razones, porque como ecuatoriano pudo ver el conflicto con distancia, pero con el horror y el dolor que los seres humanos sentimos ante cualquier desgracia.

El Invitado es consecuencia de la Matanza en los penales del Perú y de los casi 70.000 muertos del Conflicto Interno, pero también de todos los actos de violencia que han enfrentado al ser humano contra sí mismo y que, sin embargo, no lo han destruido. A lo largo de sus páginas, Arcos Cabrera se detiene a mirar en la honda espesura que es la vida de cada personaje, sus complejidades, sus relaciones afectivas, las ideas de sus mentes, los rencores y los pedazos de amor que les definen. Y se detiene a pensar también en cómo esas vidas, comunes y reales como las nuestras, cambian para siempre cuando la Historia entra por la puerta de sus casas y los deja para siempre desolados.

“Frecuentemente me pregunto si mi vida podría haber sido distinta si la desgracia de la violencia no nos hubiera golpeado”, se pregunta Felipe Sabogal, el hijo de un prestigioso abogado de Lima. El hijo de la violencia. ¿Es un personaje el principio de una novela? En la vida de Sabogal, del padre o del hijo, el lector podrá encontrar alguna remembranza, quizá un último instante de paz, perteneciente a los 70.000 muertos del conflicto interno, sus familias desoladas, pero también alguna imagen de la vida de los sobrevivientes.

Nadie sabe cuándo comienza una novela, pero tampoco cuando termina. El 24 de diciembre del 2017, el expresidente Pedro Pablo Kuczynski, en un acto desesperado para evitar su destitución por el Congreso, concedió un indulto al exdictador Alberto Fujimori, que había sido condenado por la justicia peruana a cumplir una pena de 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad, fundamentalmente cometidos en el contexto del Conflicto Interno del Perú. ¿Ese tan triste es el fin de esta historia? ¿El fin de esta novela? Ante la desmemoria y la impunidad, surge a veces la gran literatura. El Invitado es una forma más diáfana y limpia de justicia. Y es que Arcos Cabrera escribe para no olvidar. Los grandes escritores latinoamericanos son militantes de la memoria y, por ende, de la justicia. El instante en que apareció el anhelo de una memoria diáfana, es cuando ha nacido esta novela.

  • Prólogo a la nueva reedición de El invitado (Loqueleo, 2018), publicado en La República con autorización del sello editorial.

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