Del Coronel Carrión y el sobre misterioso

Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador

No sé por qué en los últimos días he sentido la necesidad de recordar. Era una tarde de miércoles, en noviembre de 2010. Yo había llegado después de almorzar a mi oficina de Teleamazonas, en Guayaquil, donde trabajaba como vicepresidente de Noticias, cuando encontré sobre mi escritorio un sobre a mi nombre. No llevaba remitente. Pregunté a mi asistente quién lo había llevado y me respondió que no sabía. Preguntamos a los guardias, a los periodistas que estaban a esa hora en la sala de redacción, a los camarógrafos, pero nadie sabía: el sobre simplemente había aparecido sobre mi escritorio.

En su interior había solo un disco compacto. El CD contenía un video que registraba el momento en que el 30 de septiembre el Presidente Rafael Correa llegaba, cojeando, al Hospital de la Policía, huyendo del tumulto del Cuartel de la Policía, a media cuadra, donde una media hora antes había sido víctima de insultos y agresiones físicas tras un encendido discurso, en medio de una sublevación por asuntos salariales, en el que el propio Correa se había abierto la camisa y desafiado a los sublevados a que lo maten. El video mostraba también cómo el Coronel César Carrión, entonces Director del Hospital, informado de lo que ocurría, acudía hasta la puerta para abrirla y ayudar a Correa a ingresar.

Se trataba de una bomba periodística. Porque contradecía la versión oficial, hasta ese momento la única que se difundía, y que en ese momento mantenía al Coronel Carrión en prisión, acusado por el Presidente de la República, de haber intentado impedir su ingreso al hospital, y ser parte de un complot para asesinarlo.

El presidente lo había sostenido por primera vez a un mes de los hechos, en una sabatina, después que Carrión declarara a la cadena internacional CNN que Correa nunca había estado secuestrado en el hospital, como rezaba la versión oficial de lo que había ocurrido ese fatídico 30 de septiembre. Dos días después de que CNN difundiera la versión de Carrión, Correa contó en una sabatina que el director del Hospital había cerrado la puerta de acceso cuando advirtió que él llegaba. Dijo que entonces un soldado “grandote” de su guardia había saltado el muro, perseguido a Carrión, y coaccionado para que abra la puerta. El lunes siguiente un fiscal lo acusó de intento de magnicidio, y un juez ordenó su prisión. Días después, un testigo falso presentado por la Fiscalía, declaró bajo juramento que él escuchó a Carrión exclamar en público ese día que había que asesinar a Correa. Y ahí estaba yo, con un video de origen desconocido, que demostraba que nadie había saltado ningún muro, que el director del hospital abrió la puerta ni bien le avisaron lo que pasaba, que no existió nunca ningún soldado «grandote», y que sin lugar a dudas el acusado era inocente.

El asunto no era fácil. En los meses anteriores, cientos de personas, entre policías y civiles, habían sido capturadas, y estaban siendo procesadas por el 30S. Quien contradecía la versión oficial, como Carrión, podía ir también a la cárcel. Teleamazonas llevaba dos años siendo acosada por el gobierno, que había forzado la venta del canal y nos habían cerrado la transmisión un par de días en diciembre del año anterior. En ese momento enfrentábamos un par de procesos que podían terminar en otro cierre. Así que entendí desde el primer minuto que si consultaba el tema con la gerencia, la decisión iba a ser que no lo informe. Por lo demás, yo siempre había defendido que las decisiones editoriales debían ser tomadas en el Departamento de Noticias, y esa noche no había cambiado de opinión.

Mientras reflexionaba sobre los pro y los contra, dispuse que se procese el material, para tenerlo listo antes de las 20h00 por si mi decisión era informarlo. El video estuvo listo a las 19h00, cuando yo ya había decidido que no salía. De todas maneras, lo revisé: tal como había instruido, era una sola toma larga, sin ninguna edición ni comentario; solo mostraba lo que había ocurrido. Entonces caí en cuenta que para mi, en ese momento, la supervivencia del canal y mi empleo eran más importantes que la verdad y la libertad de una persona inocente que iba a ser condenada injustamente. Esa certidumbre se me hizo una pesada carga en los minutos siguientes: yo tenía la prueba de la inocencia de un hombre que iba a ser condenado y, para salvarme a mi mismo, iba a guardar la prueba en un cajón. Unos diez minutos ante de empezar el noticiero yo estaba en una crisis moral profunda. Entonces tomé el teléfono y me contacté con el Jefe de Noticias en Quito. «Abrimos el noticiero con el video de Carrión», ordené. Desde el otro lado de la línea, Jorge Iván Melo solo respondió: está bien.

Lo que más me impresionó de todo lo que pasó luego fue el silencio. Nadie me llamó de la gerencia esa noche. Al día siguiente, ningún diario, ni ningún canal en todo el país, reproducía la noticia. Ni al mediodía. Ni en la noche. Fue un silencio absoluto. Abrumador. Solo el gobierno, 24 horas después, usó el mismo video que demostraba la inocencia de Carrión para decir que demostraba su culpabilidad.  Una cadena de la SECOM mostraba el video en que se veía a Carrión abriendo la puerta para asegurar que la estaba cerrando. La pauta del video de la SECOM empezó a reproducirse en todos los canales con una frecuencia superior a la normal y durante el resto de la semana nadie comentó públicamente del hecho.

Unas dos semanas después fui despedido de Teleamazonas. Nadie mencionó el video sobre Carrión y yo no sé si tuvo relación. No me dieron razones ni tampoco las pedí. Estaba consciente de que mis escrúpulos habían puesto en riesgo al canal y hasta me sentía culpable por ello. Debo consignar aquí que la manera en que fui despedido fue totalmente caballerosa, y que en ese momento no sentí, ni lo siento ahora, ningún rencor por ello. Era la dinámica de esos días terribles. Ningún periodista se solidarizó conmigo, ni siquiera mis compañeros del canal. Carrión siguió preso. Nunca supe quién me envió el sobre ni cómo llegó a mi escritorio sin que nadie haya visto al que lo puso. Tampoco sé bien por qué me ha parecido tan urgente dejar registrado ahora este hecho del que nunca antes había hablado en público. Quizás sea un mecanismo para cerrar heridas. Quizás no deba decir nada más hasta la historia siguiente.

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