Ricardo Noboa Bejarano
Guayaquil, Ecuador
En una de sus acostumbradas arengas setenteras, típicamente nostálgicas de la época pre-caída del muro de Berlín, Ricardo Patiño llamó en un video transmitido por redes sociales a la lucha “activa” en contra del régimen actual. En lo que mejor sabe hacer, pues fue una catástrofe como múltiple ministro de la época de Correa (de lo que recuerdo estuvo en Finanzas, Gobierno, Trabajo, Cancillería y algo más), lideró un mitin político ácidamente opositor a Moreno.
Patiño es un activista, no un estadista. Es un incendiario, no un constructor. Es un “calienta calles” permanente, y en ello se siente cómodo, no así desde un escritorio. Debe ser por eso que desde el escritorio nunca supo qué pasó con la narcovalija, ni con Quinto Pazmiño, ni con la recompra de la deuda externa, ni con el pobre Froilán Jiménez, ni con los múltiples casos de corrupción. Ni siquiera se enteró que a su hermano Raúl no lo dejaban fiscalizar. Pero en las calles, ahí sí, nadie le gana. Es un siembra fuegos constante.
En todo caso, tiene derecho a ello. Su ideología sigue siendo la de “las venas abiertas de América Latina”, a pesar de que Eduardo Galeano se haya arrepentido de haberla escrito. Él puede tener ese derecho, pero nosotros tenemos el deber de rechazarlo. Pues lo que no podemos aceptar los ecuatorianos demócratas y responsables para con nuestro país, es que quienes sembraron la república de caos y corrupción, hoy llamen a la “resistencia combativa”. Es justamente al revés. Quienes debemos oponer “resistencia combativa” somos los demás… La mayoría silenciosa. Los que trabajamos día a día tratando de generar riqueza. Los que trabajamos para llevar el pan a la casa. Los que queremos vivir en democracia, aunque a veces no entendamos bien de qué se trata, pero nos queda claro que es vivir en libertad. Los que aceptamos nuestras diferencias sin insultos ni agresiones respetando nuestras propias identidades.
Por ende, todos nosotros debemos ser la “resistencia combativa” para que aquellos que se desprenden silenciosamente de los grilletes pero que llevan engrilletada su conciencia, no regresen jamás. Al menos al poder público. Porque sería el regreso de uno de los fascismos más corruptos de que tengamos memoria desde el gobierno de Ignacio de Veintimilla. Porque si Plácido Caamaño, gobernador de Luis Cordero, “vendió la bandera” a Chile para que navegue el “Esmeralda”, el gobierno anterior hipotecó la soberanía del país a través de la comercialización del petróleo.
Latinoamérica decidió girar abandonando el socialismo del siglo XXI. Los únicos satélites que le quedan a Venezuela son, hoy en día, Bolivia y Nicaragua. El país no puede admitir siquiera que la “resistencia combativa” proclamada por un irresponsable se convierta en patente de corso para sembrar la discordia nacional, aunque la lentitud en tomar decisiones económicas pueda convertirse en caldo de cultivo para las protestas. Pero, por favor, distingamos. Podemos quejarnos de la mora en los temas económicos, pero no nos confundamos. La mora del gobierno actual no constituye una oportunidad para el gobierno anterior. El gobierno anterior ya la tuvo. Y durante diez años. Y ha sido juzgado por la moral pública. Podemos criticar a Moreno gracias a la tolerancia y libertad que hoy vivimos para hacerlo. Algo inimaginable en el fascismo correísta. Pero a la “resistencia combativa” de Ricardo Patiño, hay que hacerle la guerra. No con las armas de un sandinismo reencauchado, como el del ex funcionario de Correa, pero sí con la energía de nuestra protesta, la altura de nuestro desprecio, la fortaleza de nuestras convicciones democráticas, y argumentando siempre la experiencia exitosa que demuestran aquellos que supieron alejarse a tiempo del tumor canceroso que se predicó en el Foro de Sao Paulo. En el que creen, sin duda, Maduro, Ortega, Evo Morales, y, por supuesto… Patiño.