Las graves consecuencias del coronavirus en América Latina

Víctor Hugo Becerra

Ciudad de México, México

A finales de diciembre, las autoridades chinas informaron de la existencia de un nuevo coronavirus (el llamado COVID-19) en la ciudad de Wuhan. Enseguida, en enero, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dictó una emergencia sanitaria global (negándose a llamarle “pandemia” hasta ahora) y los mercados financieros se vieron sacudidos por el temor a que la epidemia cobre un importante coste económico. Hace unos días, a fines de febrero, se detectaron los primeros casos en Brasil, México y Ecuador, en ese orden, junto con su propagación a zonas como África, o los primeros casos en países como Dinamarca o los Países Bajos, dando fe de la agresividad y la rapidez con la que se propaga el virus.

El impacto humano ha sido alto con más de 2800 muertes confirmadas, la mayoría en la provincia de Hubei en China. Estas cifras superan ampliamente las del brote del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) que mató a cerca de 800 personas en 2002-2003.

En lo que respecta al impacto económico, se sentirá de manera más inmediata en los sectores vinculados al turismo, los viajes, el entretenimiento offline y las ventas minoristas, tanto dentro como fuera de China, provocando una oleada de profit warnings (revisiones a la baja en las estimaciones de beneficios) de muchísimas empresas. También puede haber problemas logísticos para el sector manufacturero a corto plazo y una alta volatilidad en el precio de las materias primas y los mercados financieros, anunciando que la actividad económica se enfriará significativamente, al menos hasta que la epidemia no llegue a su punto máximo. China parecería haber llegado a tal punto según informes médicos, y es de esperar que eso suceda en otras regiones, lo que podría no ser rápido, ampliando en el tiempo el impacto económico de la epidemia. Sin embargo, a medida que el virus se vaya controlando habrá margen para un repunte en la economía.

Por ahora, la peor parte, económicamente hablando, se la llevan China y la Unión Europa. Ya se estima una fuerte caída del crecimiento en China por el coronavirus (Beijing no ha ofrecido todavía un objetivo de PIB para 2020 y suele lanzar su estimación para el conjunto del año en el mes de marzo, pero antes de la epidemia preveía un 6 %, igual que el año pasado y su peor desempeño en casi tres décadas; hoy, en cambio, algunas previsiones hablan de un crecimiento de solo  3% para este año) y una ralentización del crecimiento en Alemania, Francia o España, o una franca recesión en Italia. Así, el crecimiento de la zona euro puede caer casi a la mitad este año (del 1 % previsto al 0,6 %).

Una actividad económica más débil en Europa y sobre todo en China, tendrá un impacto proporcionalmente mayor en el bajo crecimiento mundial actual. En términos globales, se estima que el coronavirus causará un descenso mundial del crecimiento. En lugar de un crecimiento mundial del 2,9 % previsto en noviembre, en un informe difundido por la OCDE ya se estima que el mundo crecerá solo 2,4 %. Y podría disminuir tal previsión, dependiendo de la duración de la epidemia. El impacto en Estados Unidos hasta ahora ha sido mínimo, pero podría agravarse en las próximas semanas, afectando aún más gravemente la dinámica comercial y productora globales.

¿Hasta qué punto debemos preocuparnos en América Latina por el impacto del virus? Mucho, con sistemas públicos de salud desvencijados, saqueados y mal preparados, con Estados corruptos e ineficientes que se atribuyen el monopolio de la salud pública, y con economías muy dependientes de la venta de materias primas. Una mayor expansión del COVID-19 en América Latina seguramente tendrá un fuerte impacto en términos de vidas humanas (especialmente de los más ancianos y enfermos crónicos, como se sabe), cierre y paro de comercios e industrias, ausentismo laboral, baja en el precio de las principales exportaciones y fuerte reducción de ellas, problemas en las cadenas de suministro y, en general, ralentización del ya de por sí bajo crecimiento de toda la región.

En algunos países como México, con sus actuales problemas de falta de cobertura médica y desabasto de medicamentos, así como el persistente estancamiento de la economía, las consecuencias podrían ser profundas y quizá hasta catastróficas, no subsanables en el corto plazo. Incluso, si en la región llegará a extenderse el coronavirus en las mismas magnitudes de contagio que en China (esto es lejano pero no improbable), las economías latinoamericanas podrían paralizarse durante un buen rato, cayendo en una profunda y prolongada recesión, sin considerar las consecuencias globales, para enfrentar las cuales las economías latinoamericanas se hayan poco preparadas.

En este contexto, una buena manera de ayudar a dar tranquilidad a los mercados sería que nuestros gobiernos expusieran planes viables, técnicamente sólidos, sobre cómo enfrentarán esta emergencia sanitaria. De lo contrario, el efecto de desconfianza y miedo será doblemente lesivo para las economías latinoamericanas. Y sin olvidar lo obvio: la mayoría de los gobiernos latinoamericanos tienen pendientes mucho más graves que la epidemia de coronavirus (a pesar de su gravedad). Por ejemplo: es más o menos tres veces más probable que mueras asesinado en México, por la violencia del crimen, que por dicho virus. Así, hay 2,923 muertes provocadas por el virus a nivel mundial, en los tres meses de emergencia, mientras que en México simplemente hay 2,892 homicidios en un solo mes. De esa magnitud es la incompetencia del gobierno mexicano para atender sus funciones básicas y, en general, de prácticamente todos los gobiernos de la región.

Un par de observaciones finales: la actual epidemia global puede traer implicaciones geopolíticas importantes para Estados Unidos y China. Así, casi nadie apuesta porque China, tras el impacto actual del coronavirus, pueda cumplir con la «fase uno» del acuerdo comercial que recién firmó con Estados Unidos, lo que intensificaría más aún la tendencia hacia la desvinculación entre el mencionado país y China, en una perspectiva benigna, o el recrudecimiento de la “guerra comercial” entre ambos países, en una perspectiva negativa.

La epidemia ha afectado poco a Estados Unidos, al menos hasta ahora. Pero si el coronavirus comienza a tener un impacto real en el país (esto nada más y nada menos que en pleno año electoral) y será muy probable que veamos al presidente Trump y a los dirigentes norteamericanos de todo el espectro político con una postura mucho más exigente y agresiva frente al gobierno chino. Así, la crisis del coronavirus tiene el potencial de empeorar dramáticamente la relación ya de por sí deteriorada entre Washington y Beijing.

Dicho esto, no queda más que recomendar lo básico para enfrentar la actual epidemia de COVID-19 en nuestros países: no esparza rumores ni fake news; ayude a no incrementar el natural nerviosismo; aléjese en lo posible de multitudes y lugares muy concurridos; lávese constantemente las manos y no las frote sobre la cara; use alcohol en gel; limpie las superficies y procure no tocar directamente picaportes y agarraderas; tápese nariz y boca al estornudar, y finalmente, no le crea mucho a su gobierno, que siempre tendrá la tentación de subestimar la situación para que no le exijan o para favorecer a algún sector económico, o por el contrario, exagerarla para distraer de los verdaderos problemas que no resuelve.

Más relacionadas