¿Qué nos ha pasado?

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

¿Dónde están esos políticos que por décadas vienen diciendo que la corrupción no es un asunto prioritario para los ecuatorianos y que lo único que le importa “a la gente” es el desempleo? ¿Tendrán el descaro de seguir diciéndolo ahora? ¿Tendrán el descaro de decírselo a los familiares de los ecuatorianos que han muerto o a los cientos de miles que están en peligro de fallecer porque gracias a la corrupción nuestro sistema de salud no ha funcionado? De tanto decirnos –desde las maneras más sutiles hasta las más grotescas– que la corrupción no es importante o que denunciarla no “da votos”, lo que terminaron haciendo es validarla como forma de vida.

Fue así como todos, con las excepciones del caso, terminaron convenciéndose de que la “corrupción no es importante” y, en consecuencia, se entregaron a practicarla, soportarla o ignorarla. Al final los grandes beneficiarios de este embrutecimiento colectivo han sido buena parte de la clase política y los grupos de poder que medran del Estado. Y es por ello por lo que los dueños del país lanzan de candidatos a payasitos de televisión, vedettes de telenovelas, locutores radiales y futbolistas. Claro, siguiendo los códigos de rigor, cuando uno de ellos es tan idiota que se deja sorprender robando, los demás se rasgan sus vestiduras y lo dejan colgado nomás.

De ser verdad –cosa que no lo es– eso de que a “la gente no le importa” la corrupción, ello no significaría que los líderes políticos deben acomodarse a ese sentir. Los políticos están para liderar a los pueblos, para educarlos, para conducirlos, no para amoldarse a lo que la “gente” cree o siente. Imagínese si Winston Churchill o Lyndon Johnson –para solo poner dos ejemplos lejanos cada uno en el tiempo– se habrían limitado a seguir las preferencias de sus sociedades. El uno habría dejado que Gran Bretaña cayera bajo el dominio nazi y el otro habría dejado que Estados Unidos se despedazara en una lucha fratricida por la vigencia de los derechos civiles. Para eso están los líderes: para guiar, no para ser guiados.

Pero, además, eso de que a la “gente no le importa la corrupción” es una falacia. Y lo es porque se parte de la premisa falsa de que la corrupción y el desempleo son asuntos separables el uno del otro. Cuando es precisamente la corrupción la causa del desempleo, la injusticia y la escasa inversión extranjera, entre otros males. Lo uno es la consecuencia de lo otro. Aislar a la corrupción de la pobreza como si fueran fenómenos diferentes ha sido uno de los “grandes logros” de nuestra política.

Por eso es que hoy vemos cómo el Gran Ladrón, condenado por corrupto, vive cómodamente en Bélgica, desde donde da clases de ética, y cómo ahora resulta que seguir a este corrupto no ha sido un “pecado”; o cómo hay un asambleísta que ha sido condenado penalmente y otra que ha sido glosada por 41 millones de dólares y, sin embargo, ninguno de ellos ha abandonado sus curules y, al contrario, siguen ganando un sueldo tranquilamente; o cómo una exvicepresidenta que habiendo sido condenada penalmente sigue de burócrata; o cómo roban en plena pandemia sin importarles el dolor del país.

¿Qué nos ha pasado a los ecuatorianos? ¿Hasta cuándo soportaremos tanta infamia? (O)

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