El libro de Isabel Allende sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

El libro “Mujeres del alma mía”, de la entrañable Isabel Allende (Perú, 1942), pretende explicar el porqué de su feminismo. Está estructurado en forma de pequeños capítulos de reflexiones sobre varios temas como su infancia en Chile, sus relaciones con su abuelo, su madre, su tío Ramón, su hija, salpicado todo con anécdotas sobre sus amigas, como la editora Carmen Balcells, que también acompaña con poesías de Sor Juana Inés de la Cruz, canciones, pensamientos, fantasías y algún que otro chiste.

Con el desparpajo y la honestidad que la caracterizan, nos va adentrando en las viscisitudes de su vida en la ultra conservadora Chile, donde no existía el divorcio, sus complejos, sus amores y sobre todo, sobre su férrea decisión de salir adelante por sí misma.

 Asegura que fue feminista desde el kínder; y conociendo su vida, después que la ha contado tal como lo ha hecho, uno no puede menos que entenderla. Su padre abandonó a su madre y a Isabel y sus dos hermanos cuando eran muy pequeños y tuvieron que mudarse con sus abuelos. Isabel por su parte, abandonaría también a su esposo por otro hombre de quien se enamoró locamente, y volvería luego con el rabo entre las piernas.

Dice que en terapia a los 50 años descubrió que la ausencia de su padre contribuyó a su rebeldía, que su vida mejoró radicalmente cuando entró a trabajar en la revista “Paula”, donde eran cuatro mujeres de veintipocos años, dispuestas a sacudir la mojigatería chilena. Se dio cuenta de que con el humor,  las ideas más atrevidas eran aceptadas más fácilmente. En las páginas de su revista, podía cuestionar cientos de tabúes que deseaba romper, sobre sexo, leyes discriminatorias, drogas, menopausia, anticonceptivos, aborto, maternidad, etc. En esas páginas ventilaban secretos como la violencia doméstica y la infidelidad femenina.

En muchas partes del libro habla de su gran romanticismo y de los problemas que le ha causado su impulsividad. Cuenta que cuando se divorció de Willie, su marido de 28 años, decidió vivir sola en una casa pequeña. Volverse a casar, dice que le parecía una posibilidad tan remota como que le brotaran alas.

Comenta bromeando que si hubiera puesto un aviso que dijera: “inmigrante latina, documentada. Chaparrita, sin habilidades domésticas, busca un compañero limpio y con buenos modales para ir a restaurantes y al cine”, nadie le hubiera contestado y se sorprende de haber encontrado otra pareja.

Sobre su primera novela “La casa de los espíritus”, que se publicó en 1982,  y sobre la aceptación que recibió, explica que significó para ella una gran noticia, pues el “Boom” latinoamericano fue un fenómeno masculino, mientras las escritoras latinoamericanas eran ignoradas por  críticos, profesores y editoriales. Se dijo de ella que había tomado el mundo literario por asalto. Hoy celebra que se venda por igual tanto la literatura masculina como la femenina.

Un tema que toca varias veces Isabel el de la vejez, y cita a Abraham Lincoln, quien decía: “No son los años de la vida los que cuentan, sino la vida de los años”. Dice que tenemos que ocuparnos del espinoso asunto de la longevidad. Que es una locura seguir ignorándolo. “Mientras mi cuerpo se deteriora, mi alma se rejuvenece”, afirma. Despilfarro y me distraigo más que antes, pero me enojo menos, porque se me ha suavizado un poco el carácter. Mi pasión por las causas que siempre he abrazado ha aumentado y por las pocas personas que amo. Ya no temo mi vulnerabilidad porque no la confundo con debilidad” (…)

Desde que murió mi hija, soy  plenamente consciente de la proximidad de la muerte y a hora a los setenta y tantos, la Muerte es mi amiga (…)

Es imposible no disfrutar de la deliciosa prosa de Isabel Allende, pero vale la pena destacar que en medio de sus recuerdos, de sus anéctodas, de sus reflexiones,  nos hace un llamado urgente cuando habla de la violencia hacia las mujeres.

“Ser mujer significa vivir con miedo”, dice. Y las estadísticas le dan la razón. Las historias de violencia y maltrato que cuenta son desgarradoras, sencillamente y nadie debe permanecer indiferente ante tantas atrocidades.

Pero, de la misma manera nos cuenta de las mujeres comunes y corrientes que con solo su humanidad  y su decisión han podido ayudar de manera extraordinaria a miles de niñas y mujeres desesperadas, y que son un ratyito de esperanza y un ejemplo a imitar.

Al final del libro, Isabel cumple su promesa de contar sobre su nuevo esposo Roger, con quien es feliz  junto con sus perritas, una de ellas, heredada de su anterior esposo, de quien nos enteramos que ha muerto y le ha dejado a “Perla”.

Que los espíritus que nunca la abandonan, le den muchos años más de lucidez a esta querida escritora para que nos siga encantando, mimando  y e iluminando con la sabiduría de sus palabras.

Isabel Allende.

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