Nunca más

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Nunca más deben crearse las condiciones que permitieron a Correa llegar al poder. Por muy merecida que sea la celebración que hoy tiene el Ecuador por haber derrotado democráticamente al régimen más corrupto de nuestra historia, por muy justificado que sea el júbilo que expresan las fuerzas democráticas del país por haber evitado el retorno de una dictadura oprobiosa y por muy meritorio que sea el ejemplo de tenacidad que nos ha dado Guillermo Lasso, el país no puede, no debe, dejar de preguntarse cómo fue que un individuo como Correa haya llegado a la Presidencia y desde allí instalar una verdadera fábrica de corrupción y maquinaria represiva como jamás la habíamos conocido.

¿Entenderán nuestras élites la trascendencia e importancia de este asunto? ¿Habrán entendido el peso enorme que recae sobre ellas por haber, como he anotado antes, contribuido a que Correa llegue al poder por la vía democrática y luego se convierta en dictador? Hoy por supuesto que hay motivos de sobra para festejar, pero grave error sería si estas élites –empresariales, políticas, intelectuales, gremiales, sociales, etcétera– no miran más allá del triunfo del domingo. Un triunfo que nos obliga a todos los ecuatorianos a aprender de los errores que se cometieron en el pasado. Correa triunfa arrolladoramente hace catorce años gracias, por encima de todo, a la total descomposición política e institucional del país.

El desprestigio de los partidos, la rampante corrupción, la arrogancia con la que se manipulaba a la ley y la Constitución, la ceguera de buena parte de la clase empresarial que privilegiaba sus balances anuales por encima del futuro del país. Todo ello fue abonando el terreno para el ascenso de un redentor carismático. Lo único que hizo Correa fue voltear las riendas de un poder casi absoluto y devastador. El Poder Judicial, solo para poner un ejemplo, había llegado a su completa desinstitucionalización: sentencias que eran dictadas desde la hamaca de un cortijo, magistrados que no tenían empacho en tener reuniones clandestinas con el entonces dueño del país, los juzgados se repartían como propiedad horizontal, políticos que usaban a los jueces para crearles problemas a empresarios y luego cobrar por solucionarles esos problemas, y así por el estilo. Lo único que hizo Correa fue relevar a los dueños de las cortes y tribunales en favor suyo, pues la llamada partidocracia se había encargado de pulverizar a la institucionalidad de la justicia. Y para él fue una tarea sencilla. Lo hizo con todo el cinismo que le caracterizaba.

E igual cosa puede decirse del resto de los poderes públicos. Todos ellos habían perdido sustancialmente su legitimidad en manos de muchas élites miopes que solo miraban por sus intereses de corto plazo, y les importaba un rábano el país. Gracias a esa miopía Correa llega con la mesa servida al poder. Gracias a esa miopía nos gobernó una verdadera mafia dedicada con una mano a robar y con la otra a violar los derechos humanos. Gracias a esa miopía el Ecuador terminó sucumbiendo al narcotráfico, la delincuencia organizada y el odio.

La tan conocida frase de que los pueblos que no aprenden de sus errores están condenados a repetirlos tiene hoy una vigencia suprema en nuestro país. Y la historia es implacable con quienes no aprenden de ella. (O)

El expresidente de Ecuador Rafael Correa durante una entrevista con Efe, hoy en Ciudad de México (México). EFE/Mario Guzmán

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