“El psicoanalista”, de John Kanzenbach

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

Cuando yo era una niña, allá por los años 70, había en Guayaquil un programa de manufactura inglesa que me encantaba, que tenía una musiquita aterradora que sólo oírla, se te paraban los pelos. Era algo como taráaaaatá, taráaaaatá, y luego una grave voz masculina susurraba de forma tenebrosa Misterio… Hasta ahora, cuando me acuerdo de los capítulos, me provoca echar una ojeada debajo del escritorio, por si acaso pudiera haber algo o alguien por ahí.

Después de todo, nunca se sabe.

Por esos tiempos también descubrí a la dama Ágatha Christie y el atracón de sus novelas de detectives contribuyó a mi afición por los misterios y lo sobrenatural.

Esa fascinación viene acompañada del don de la intuición y de eso resulta que tengo la buena o mala fortuna, no lo he decidido aún, de adivinar fácilmente lo que va a pasar o descubrir enseguida al asesino o, por donde va la trama. Me consta que los demás odian que cuando van conmigo al cine y han pasado cinco minutos de la película, yo digo: “ese niñito que está atrás del sillón es el malo”. Por lo general tuercen los ojos y me dicen que estoy loca, para luego constatar que es verdad. Simplemente lo sé. Supongo que es una capacidad que me fue dada para compensar lo torpe que soy para tantas otras cosas, como las matemáticas, la costura, la cocina, los mapas, etc.

Dios dijo: “Hay que ayudar de alguna forma a esta chica”.

Sé por experiencia que es muy malo ignorar mis voces interiores. Recuerdo la agitación que tenía ante un viaje que iba a hacer sola al extranjero hace años, cuando sentada en la sala de espera del aeropuerto, algo muy fuerte me decía que no me vaya. Entonces decidí llamar a una amiga para consultarle qué hacer. Ella me pregunto si había metido las maletas, yo le dije que sí, y ella me dijo, entonces ya ándate nomás. Resultó que fue un pésimo consejo y pasé algunos de los peores días de mi vida, pero viví para contarlo.

Pero es fue hace mucho tiempo. En cambio, la semana pasada, una amiga de la familia me hizo el gran favor de presentarme el libro del escritor John Kazenbach,  que acabo de leer y del que me entero que tiene una segunda parte. Me encantaría leerla, pero no sé si esté lista aún para otra sobredosis de adrenalina. Después de todo, he pasado el covid, he sufrido sus secuelas y el aislamiento, así que mis nervios no están en su mejor momento.

El autor es un novelista estadounidense de suspenso que ha escrito éxitos mundiales de ventas, tres de cuyos libros han sido adaptados por Hollywood e interpretados por actores de la talla de Kurt Russell, Mariel Hemingway, Bruce Willis, Colin Farrel o Sean Connery. “El psicoanalista», uno de los libros más vendidos en 2002, comienza un día en que el doctor Frederik Starks encuentra una carta en su consultorio en la que le dicen: “Feliz cumpleaños, doctor, bienvenido al primer día de su muerte”.

A partir de ahí todas las fuerzas del averno parecen desencadenarse sobre él. La tranquila y cómoda vida que ha llevado, solo con sus pacientes a partir de la muerte de su esposa, se tambalea estrepitosamente y comprenderá que una fuerza maligna está tratando de llevarlo al suicidio.

Primero aturdido y desconcertado, después deprimido y desesperado, Starks deberá usar toda su inteligencia, disciplina, su perseverancia y conocimientos sicológicos para entender la mente y la estrategia de su enemigo sin rostro y sin nombre, y salvar su vida.

El psicoanalista Starks terminará por descubrir que es cierto que “no sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es tu única opción”. Seguir los pasos del psicoanalista en esta lucha contra el tiempo, es una intensa y cautivadora aventura, donde Katzenbach nos lleva por los laberintos más profundos de la mente y la naturaleza humana.

Con él reflexionaremos en por qué somos como somos, qué tanto conocemos a las personas que conocemos, quiénes somos y en quién podemos convertirnos. Es una lección de humanidad que me ha traído a la memoria esa famosa respuesta que le dio a su joven nieto un jefe cherokee cuándo éste le confió que dentro de él habían dos lobos luchando, uno bueno y otro malo, y que no estaba seguro de quien iba a ganar. El sabio le contestó: “Hijo, ganará el que tú alimentes mejor”.

(PD) Por cierto, en la primera parte del libro intuí quien era el malo y se lo comenté a un testigo que puede dar fe de lo dicho.

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