Una política sin límites

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

La política ecuatoriana no sabe de límites. Nuestros políticos los ignoran cada vez que lo consideran necesario. Para alcanzar sus objetivos, transgreden sin remordimientos el orden social e institucional vigente.

Mientras no son gobierno, los políticos, salvaguardados tras el escudo que representa el definirse como “oposición”, propician el desorden y la desestabilización de quienes gobiernan; cuando tienen el poder, en cambio, no se resisten al autoritarismo. ¿Imaginan ustedes a Leonidas Iza o a Cynthia Viteri en la Presidencia de la República?

Tener límites significa hacerse cargo de una doble obligación: con uno mismo y con la comunidad. Pero en Ecuador, y especialmente en el campo político, la autoindulgencia, la vara con la que juzgamos nuestras acciones, nos permite zafarnos con facilidad de cualquier obligación. Nos perdonamos todo.

¿A qué se debe esto? Quizá, a que la coartada absolutoria del catolicismo ha enraizado profundamente en nuestra psiquis, aunque se presente a veces bajo la forma de “servicio a la causa”. Cuando la Reforma abolió las mediaciones entre Dios y los individuos, los hizo responsables de sí mismos. Nosotros, hijos de la Contrarreforma, seguimos dependiendo de mediadores.

En la política ecuatoriana, las diversas mediaciones que operan entre el político y su responsabilidad le permiten traspasar los límites de la ética y la ley. Y si esta situación persiste es porque la intermediación constituye la principal manera que tienen los ecuatorianos de relacionarse con la institucionalidad pública. Los eternos tramitadores y “palancas” son el producto necesario de ese tipo de relación.

Los políticos ecuatorianos tienen todos los pecados y de todos los pecados los absuelve un intermediario con algún nombre genérico al estilo del “pueblo ecuatoriano” o “los pobres de mi patria”.

La política, en la medida en que pone en contacto al político con la cosa pública, es fértil en preposiciones que, como “por” y “para”, le permiten disfrazar sus intereses personales de intereses colectivos y saltarse las reglas. “Por” y “para” son palabras mágicas, palabras benditas que, igual que el agua de las pilas de las iglesias, purifican al político y le liberan de sus pecados, incluidos los mortales.

¿Qué limites puede haber cuando todas las faltas son justificables y cuando la impunidad reina?

Los amnistiados por la Asamblea Nacional amenazan con una nueva paralización del país mientras avanzan con la táctica maoísta de llevar la revuelta social del campo a la ciudad. El intento de la organización denominada Comuna Tambo Pelileo de tomarse cien hectáreas del Parque Metropolitano de Quito y de Gilberto Talahua, dirigente indígena de la provincia de Bolívar, de urbanizar un sector del bosque protector de Santa Catalina, perteneciente al cantón Mejía, debe entenderse, según lo han advertido José Hernández (https://4pelagatos.com/2022/08/30/asi-la-conaie-quiere-estrangular-a-quito/), como parte de la estrategia de la Conaie de atenazar a Quito.

La reciente aprobación de la nueva Ley Mordaza es otra de las medidas orientadas a la eliminación de límites para los políticos y a la neutralización del control social de la función pública.

El retiro de la denuncia del presidente Guillermo Lasso contra asambleístas de Pachakutik, a los que acusó de haberle solicitado cargos y dinero a cambio de sus votos para aprobar la Ley de Inversiones, es una evidencia más de que, en la política ecuatoriana, los límites son móviles y pueden desplazarse o retirarse según las conveniencias del momento.

Este último fin de semana, los precios de los vegetales en el Mercado Central de Quito subieron. ¿La razón? “Es que va a haber paro. Los indígenas están bien bravos y dicen que va ser peor que en junio y que ahora sí no van a dejar vender nada a nadie”.

Hay que poner límites. Hay que mantenerlos. Hay que demostrar a los que amenazan la democracia, seguridad y libertad de los ciudadanos que los límites se respetan. Esta es una obligación fundamental del Gobierno, la Fiscalía, las cortes de justicia. ¿Sabrá este gobierno de plastilina, acostumbrado a poner ambas mejillas para que lo abofeteen y, encima, besar las manos de los golpeadores, sabrá imponer límites a Iza y la Conaie? ¿Tendrá la tarda fiscalía el coraje de llevar a juicio a los destructores de Quito antes que los plazos venzan o los amnistíen? ¿Y los jueces, ¡ay!, los jueces mostrarán el valor necesario para hacer cumplir la ley a los que la quebrantan? Ya hemos tenido suficiente. La paciencia se está agotando.

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