Entremos al siglo XXI

Francisco Santos Calderón

Bogotá, Colombia

Nuestra región camina como los cangrejos: para atrás. En pleno siglo XXI, cuando el mundo de la robotización, la inteligencia artificial y la biología sintética cambian nuestra forma de vivir, pensar, estudiar, capacitar, sanar y alimentar -para solo mencionar unos pocos temas-, los dirigentes políticos del continente siguen pensando, viviendo y actuando en el siglo pasado.

Lo peor del caso es que no viven y piensan como a finales del siglo 20, sino que siguen en los 60, con una visión ideológica del mundo que cada día nos lleva más atrás. En un mundo globalizado como el de hoy, si alguien deja un espacio este es inmediatamente llenado por el otro; en inversión, en acceso a la tecnología y, por ende, en crecimiento económico, en desarrollo de los países y en calidad de vida de los ciudadanos.

En México, el legado de Andrés Manuel López Obrador es la destrucción del sistema energético, que podría haber sido el gran recaudador de recursos para modernizar el país. Por su mirada nacionalista hacia el petróleo, como la de Lázaro Cárdenas en los años 30, dejó pasar cientos de miles de millones de dólares de hoy y del futuro; su pelea con Estados Unidos por el maíz transgénico también muestra ese apego al pasado. Deja un país que regresa, de cierta manera, al sexenio de Luis Echavarría, en los 70. Ah, eso sí, deja un aeropuerto que no sirve, un tren que destruye ecosistemas y que no cambia para nada las regiones destinatarias y un 35 por ciento de México en manos de los narcos.

NIcaragua, Venezuela y Cuba viven aún bajo los parámetros de la anterior guerra fría, la de 1950 hasta 1990, con unas economías destruidas, como las del Pacto de Varsovia, pero una gran innovación, el uso de la criminalidad para el control social por un lado y para la obtención de recursos por el otro.

Colombia es el último en llegar a esta tendencia, pero vaya si lo está haciendo bien. El discurso de Gustavo Petro sobre el petróleo está anclado en esa ideología antiimperialista de los 60, pero ahora la recubre con el tema del cambio climático. Va a acabar con el sistema energético, como sucedió en Suráfrica o en Venezuela, al destruir el incentivo a la inversión privada en el sistema y asumir como un dictador, si las cortes lo dejan, el control de las tarifas.

La destrucción del sistema de salud y de pensiones, que es lo que viene en Colombia, tiene una razón: no acepta que el sector privado provea un servicio vital del Estado. Clásico elemento del discurso de los 60s. Las autopistas son para los ricos dice Petro. Ya se imaginarán lo demás.

Chile y Perú cayeron, y los avances que tenían, hoy se ven en gran peligro. En Chile, por esa herencia de narrativa allendista que aún vive y sigue vigente; la constitución derrotada era un ejemplo, y Castillo es un ejemplo del Perú retardatario de Sendero Luminoso. Mas 60s no se puede.

Argentina, bajo el disfraz del peronismo, igual; el mismo Peronismo que en los 40 fortaleció un estado que quebró a la economía. Ahora Brasil sigue el modelo de sustitución de importaciones de la CEPAL de los 60, un proteccionismo brutal, amante de la globalización del país hacia el exterior pero enemigo de permitir el ingreso del mundo exterior a Brasil. ¿Cambiará con Lula? Seguramente no.

El mundo se transforma a velocidades que no habíamos visto y los presidentes del supuesto cambio siguen anclados al pasado. Ninguno ofrece modernidad, pretenden aumentar el acceso al viejo y costoso modelo de universidad; cuando hoy la capacitación es virtual, no proponen la universalización de la educación superior con un modelo virtual adaptado a la actualidad.

Las modernas aplicaciones de trabajo compartido o de servicio individual, como Uber o Rappi, son combatidas a través de mecanismos legales, como leyes laborales, de nuevo, del siglo pasado, o leyes de registro que imposibilitan este trabajo, y defienden sectores monopólicos que acaban con la posibilidad del individuo de ganarse un salario con su trabajo sin intermediarios.

En vez de fomentar la iniciativa individual, que es el gran cambio en este siglo, la encausan hacia la comodidad y no al esfuerzo. Estos dirigentes del ‘cambio’ prefieren dar un subsidio más que un crédito, pues el primero genera adicción mientras el segundo produce responsabilidad y obliga al trabajo. Estos dirigentes prefieren ver una sociedad en la que todos somos pobres (a excepción de una kleptocracia enchufada), pero, eso sí, iguales. El discurso de la inequidad ( y sí, hay aún mucho que hacer al respecto) es la sombrilla que utilizan para acabar con la iniciativa individual, las leyes de mercado y las sociedades y países prósperos.

Eso son AMLO, Castillo, Boric, Petro, Fernández, Kirchner y Lula. Cuando más habría que innovar y más oportunidades hay de innovar como estado y sociedad, estos agentes del cambio son realmente un viaje al pasado. Es como si hubiera sido la izquierda del continente de los 60 y los 70 la que llegó al poder. Solo podemos esperar más retraso, más destrucción institucional y más pérdida de libertades en todo sentido. Bienvenidos al pasado.

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