Adiós a las trincheras

María de Lourdes Maldonado

Quito, Ecuador

La confrontación entre distintos actores sociales y políticos en el Ecuador se ha convertido en un verdadero campo de batalla.  Se han generado una serie de trincheras en la política, los medios de comunicación, las redes sociales, la academia y otros similares. Espacios que idealmente están concebidos para tratar y atender los más graves problemas sociales, lo que realmente hacen es fomentar las diferencias y el odio.

Más grave aún, como lo ha reconocido la Corte Constitucional, estas reivindicaciones muchas veces se basan “en un discurso estandarizado de “deber ser”, mediante el cual se promueve la superioridad de un grupo específico de la sociedad, empleando categorías no justificadas (sospechosas) como la raza, la religión, el sexo o la nacionalidad del grupo que se reputa inferior”. 

Es decir, se promueven ciertos privilegios legales de uno o varios grupos de la sociedad, empleando categorías de protección inicialmente válidas como la raza, la religión, el sexo o la nacionalidad, pero deformando nuestro sistema democrático e imponiendo discursos de los grupos que se reputan inferiores.

Es fundamental comenzar por entender que no existe ningún ser humano que pueda ser concebido con una superioridad moral o de ninguna otra naturaleza.  Que no existe ni un solo factor real que permita una subordinación de un ser humano frente a otro.  Es momento de decir adiós a las trincheras.  Dejar de lado la confrontación de las diferencias y el ataque hacia los opuestos.  Dejar de minusvalorar o ignorar las realidades diferentes.  Hacer un esfuerzo por conocer y ver más allá de nuestra propia realidad.

Lo cierto es que es momento de dejar las trincheras y comenzar a caminar hacia el encuentro de quienes más lo necesitan. Se requiere -y con urgencia- la búsqueda de soluciones que garanticen de una manera efectiva los derechos de todos los ecuatorianos. Levantar las armas contra los enemigos comunes: el narcotráfico, la delincuencia, la pobreza, la desigualdad.

Pero también entender que el derecho a la igualdad, parte de un reconocimiento de las diferencias.  La individualidad del ser humano lo hace ser único por su aspecto físico, por su forma de pensar e interpretar la realidad, sus sentimientos, emociones e incluso la forma de reaccionar frente a determinada situación.

La igualdad requiere básicamente que todas las personas que se encuentran en la misma situación reciban un trato igualitario; mientras que aquellos que se encuentran en condiciones diferentes, reciban un trato diferenciado para alcanzar el mismo reconocimiento de sus derechos.

No se trata tan sólo de tolerar las diferencias o resignarse frente a ellas como si fuese un mal inevitable. Ser distintos no es malo; lo malo es crear fronteras insuperables entre los que son diferentes, fundamentados en una especie de superioridad inexistente.   No hacerlo es permitir una discriminación estructural fundamentada en factores ideológicos y políticos, raciales, religiosos, de género para materializar la subordinación de un grupo frente al otro.

Debe existir un verdadero compromiso social para atender a todas aquellas diferencias sobre la base del bien común y la libertad de cada persona.  Se trata de una actitud proactiva para entender aquella realidad diferente a la propia.  Generar espacios de diálogo para encontrar valores que identifiquen a todos los grupos.  Y promover un nuevo vínculo social cimentado en las luchas comunes y necesarias para que el ser humano alcance la paz y su desarrollo integral, por encima de la diversidad.

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