Cine y series de gánsteres: catarsis y desconfianza en el statu quo

Esteban Ponce Tarré

Quito, Ecuador

La idealización del crimen organizado en la industria del cine y la televisión ha sido objeto de fuertes críticas, especialmente en las últimas series y películas contemporáneas sobre narcotraficantes y personajes al margen de la ley. A pesar de ello, el romanticismo tejido alrededor del imaginario de los gánsteres ha demostrado ser efectivo en la mayoría de los relatos relacionados con este fenómeno. Esta tendencia no es nueva; desde los albores del cine, la producción audiovisual centrada en el delito, al reflejar la fascinación por la delincuencia y la inconformidad social de una época determinada, ha conseguido significativos niveles de ostentación.

En 1912, David W. Griffith dirigió Los mosqueteros de Pig Alley, un cortometraje que sentó las bases de un género que exploraría el mundo de la mafia. El filme, no solo retrató las duras condiciones de vida en los barrios marginados de Nueva York de esa época, sino que también presentó a los criminales como protagonistas con ciertas cualidades heroicas. Además, introdujo personajes femeninos con una moral ambigua, anticipando el desarrollo de la famosa femme fatale del cine posterior. Por otro lado, la obra marcó el inicio de las confrontaciones armadas entre facciones criminales en la gran pantalla, un elemento que ha perdurado como una constante en el cine de este tipo.

Sin embargo, no fue hasta los años veinte del siglo pasado que esta tendencia se consolidó. Según Roman Gubern, el prestigioso historiador de los medios de comunicación, la película La ley del hampa, dirigida por Josef von Sternberg en 1927, marcó oficialmente el inicio del género. La implementación de la ley seca, establecida en la Constitución estadounidense de 1919, desató contradictoriamente una ola de delincuencia que sumió a las grandes ciudades norteamericanas en el caos del crimen organizado y la corrupción. Dentro de ese entorno, la mitología sobre grandes figuras de la mafia, como Lucky Luciano o Al Capone y figuras similares, hizo que el cine aprovechase la popularidad de los matones en sus tramas e historias.

Luego de este par de obras fundacionales, surgieron verdaderas joyas del séptimo arte como Scarface (Howard Haws, 1932), Cayo Largo (John Huston,1948), La ley del silencio (Elia Kazan, 1954), Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) y El clan de los sicilianos (Henry Verneuil, 1969) entre muchas otras películas que plasmaron la realidad criminal de las metrópolis. Pero sería la década de los setenta la que alcanzaría logros significativos en el género, cuya influencia se mantendría hasta el presente. La trilogía El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972, 1974, 1990), única en haber sido nominada como mejor película en los premios Óscar, marcó una tendencia en el cine de mafias que apareció a continuación.

Aunque Coppola, el director de los filmes, brindó una historia que bien podría considerarse una tragedia griega contemporánea, las audiencias parecieron olvidar el desenlace irremediable del relato y convirtieron a Vito Corleone y a su hijo Michael, los personajes principales de la saga, en arquetipos de líderes dignos de emular. El primer filme de esta epopeya tuvo un impacto tan profundo en el imaginario colectivo de los migrantes europeos que Al Ruddy, uno de los productores, se vio obligado a negociar con Joseph Colombo, supuesto líder de la Liga ítalo-americana y presunto capo criminal. Gracias a ello, el dirigente neoyorquino consiguió eliminar las palabras “Mafia” y “Cosa Nostra” de la película para limpiar los estereotipos negativos sobre la comunidad italiana.

En los noventa, Martin Scorsese creó otro hito del cine con Goodfellas, una cinta que, a diferencia de las de Coppola, acercaba la vida de los gánsteres a la realidad cotidiana del hombre común, generando una fuerte empatía entre los espectadores y los personajes. La película relató el ascenso y caída de Henry Hill, un irlandés seducido por el mundo criminal, quien con el tiempo comprende la desgracia de ese tipo de vida. Influenciada directamente por el cine del director, a finales de esa década también surgió otro éxito en el género: Los Soprano (David Chase, 1999- 2007), una serie que se convirtió en una obra de culto, estableciendo un récord de televidentes.

Con la llegada del nuevo milenio, Latinoamérica emergió como un escenario destacado en la narrativa audiovisual sobre crimen organizado. El fenómeno de programas como Pablo Escobar, el patrón del mal (Moreno y Mora, 2012) consolidó la noción de que en épocas de crisis, cuando el Estado falla en proteger a sus ciudadanos, la confianza en líderes al margen de la ley se intensifica. De esa forma, la producción colombiana capturó la complejidad de las dinámicas sociales y políticas de la zona, reflejando la búsqueda de respuestas en figuras controversiales que desafían el statu quo establecido.

En esa atmósfera, la región comenzaría a mostrar la interdependencia entre la producción audiovisual y el crimen organizado que ya se observó en los inicios del cine. Si bien el séptimo arte había capitalizado la popularidad de los gánsteres para comercializar sus historias, también es innegable que Hollywood proporcionó una plataforma para que el mundo criminal se mitificara y expandiera sus operaciones. Esta relación de utilidad se volvería a observar casi un siglo después en la producción latinoamericana contemporánea sobre el crimen organizado vinculado al narcotráfico.

En programas de esa clase, como en la serie Narcos (Brancato, 2015-2017), los criminales se convirtieron en los antihéroes sobre los cuales recayó el principio más básico de proyección. De ahí que los espectadores busquen en la ficción lo que en la realidad ellos no se atreven a hacer, desencadenando una catarsis emocional. En la mayoría de las creaciones de esta índole, los narcos son retratados como sobrevivientes de una sociedad implacable, al igual que el ciudadano común. Mediante sus delitos encuentran dinero y venganza en contra de las instituciones que les fallaron, estableciendo una especie de justicia poética que resuena con las audiencias.

Visto de esa manera, estas narrativas también han contribuido a la glorificación de delincuentes y asesinos en la actualidad, al tiempo que reflejan una relación de beneficio mutuo entre los medios de comunicación que auspician este tipo de producciones y las organizaciones criminales. Un ejemplo de esta dinámica fue la entrevista realizada en 2015, por los reconocidos actores Sean Penn y Kate del Castillo con el líder del cartel de Sinaloa de ese entonces, el Chapo Guzmán, y publicada en la revista Rolling Stone.

Por todos estos hechos, no es sorprendente que en sociedades como la ecuatoriana, que en la actualidad enfrenta altos niveles de criminalidad, la popularidad de estos productos sea común. Griselda (Baiz, 2024), la última creación de Netflix sobre una jefa de la mafia colombiana, se convirtió en la serie más vista durante su semana de estreno en el país andino. Según la teoría de los usos y gratificaciones desarrollada en la década de los sesenta por Katz, Blumler y Gurevitch, las audiencias no son entes pasivos, sino que, por el contrario, utilizan nociones selectivas en su consumo mediático. Por tal razón se entiende que el cine y los medios de comunicación no determinan patrones de comportamiento, sino más bien se convierten en un espejo de la realidad en el cual el público se reconoce.

Los elevados índices de espectadores de este tipo de contenido reflejan una profunda insatisfacción con la situación actual de inseguridad tanto a nivel nacional como a nivel global. En un mundo donde la incertidumbre parece ser la norma, las personas recurren a los medios audiovisuales en busca de una forma de catarsis que les ayude a sobrellevar esa situación. El entorno marcado por la creciente desconfianza hacia las instituciones públicas hace que las narrativas que exhiben a líderes de organizaciones ilícitas, que amparan y protegen a sus miembros, sean recibidas con amplio reconocimiento. Es evidente que realizadores y productores cinematográficos siempre han sabido aprovechar estas tendencias mediáticas para lograr altos niveles de audiencia.

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