Judeofobia y la comunidad judía en Chile: ¿momento para una nueva actitud?

Ricardo Israel

Miami, Estados Unidos

Hoy el antisemitismo en Chile se está manifestando en forma similar a lo que ocurre en otros países, y después de lo que se ha observado en calles, universidades y la Casa Blanca de EE. UU., pocas cosas pueden sorprenderme en relación con la actitud hacia Israel y los judíos, pero la verdad que lo que pasa en Chile está marcando un antes y un después, por lo que más adelante me permitiré contar experiencias personales.

La comunidad es pequeña, aunque el número no siempre es preciso, ya que muchos no están integrados o vinculados; otros, han perdido las raíces. En todo caso, las cifras de consenso oscilan entre 18.000 a 20.000, y lo que hoy se enfrenta es tierra desconocida, una nueva etapa, difícil, complicada, diferente a lo que se había vivido o conocido anteriormente. Por cierto, había actos antisemitas, pero nada similar a lo de los últimos años. Boric ha sido el primer presidente que padece la fobia más antigua de la tierra, la judeofobia, en actos y palabras, tanto con los judíos chilenos como con Israel, pero ahora, se ha hecho presente en las calles, es decir, la serpiente ya ha abandonado el huevo, y la historia enseña que difícilmente el genio va a regresar a la botella.

Hay odio y hostigamiento. Por cierto, no es antisemita criticar la actuación israelí en Gaza como tampoco hacerlo con el gobierno y la persona de Netanyahu, ya que basta seguir mínimamente las noticias internacionales para ver que ello ocurre masiva y frecuentemente en Israel, pero no hay duda de que el odio existe cuando se culpa a los judíos chilenos por lo que allá ocurre, aun mas cuando se acusa de genocidio a niños y sus padres al acudir a los recintos comunitarios. Sobre todo, se aplaude el terrorismo de Hamas y se pide la eliminación del Estado de Israel.

Benjamín Netanyahu en febrero de 2024. EFE/EPA/ABIR SULTAN

Todo se complica más con la actitud del gobierno y un presidente a quien no le preocupa importar ese conflicto distante a Chile, el mismo que mintió después de no querer recibir las cartas credenciales del embajador de Israel, cuando declaró que “la comunidad judía en Chile puede estar tranquila, nadie va a ser perseguido ni amedrentado”.

Sin embargo, lo que está pasando en las calles de Santiago ante la indolencia gubernamental, el silencio de los medios de comunicación y del mundo político, es un claro síntoma que todo va a empeorar antes de mejorar, ya que es cada vez más evidente el mensaje que los judíos son crecientemente menos bienvenidos en su país, el único que ha conocido la mayoría de ellos, y donde casi no existen voces fuera de la comunidad, que recuerden la contribución que han hecho a Chile, a pesar de su reducido número, prácticamente en toda área de la convivencia nacional.

Mi preocupación es doble porque estoy convencido que esta inédita experiencia encuentra a la comunidad mal preparada para enfrentar este desafío. Al parecer, tampoco parece estarlo la estructura de representación que se ha dado hacia el país, por lo que creo que llegó el momento de una mayor profesionalización. Por cierto, existe la virtual imposibilidad de controlar lo que ocurre cuando la judeofobia se desata en las calles y es organizada por otros. Lo que sí se puede hacer es lo único que se puede controlar, tanto el cambio de cada uno como la adaptación de la comunidad a lo que se viene.

¿Se puede hacer? Por cierto, otras minorías lo han hecho en Chile, y otras comunidades judías lo han logrado en el mundo, al enfrentar desafíos de similar naturaleza. El problema es que el éxito está condicionado por cambios en la mayoría de las personas, cambios internos que nunca son fáciles. Es decir, no solo se refiere a la preparación de futuros dirigentes, sino también pasa por un profundo cambio en cómo se actúa a todo nivel, incluyendo educación y preparación de los jóvenes para esta nueva realidad que les tocará vivir. Con mayor razón, en el apoyo a quienes quieren activar en organizaciones sociales o gremios profesionales, y, por cierto, en la política, solo por citar algunos ejemplos, es decir, algo distinto a lo que hoy existe, quizás porque hasta ahora no era necesario.

Lo de hoy es claramente insuficiente, toda vez que para quienes quieren tomar esos caminos, el apoyo es fundamentalmente de familiares y amigos, más que de alguna estructura, que aún menos existe para apoyar a quienes aspiran a ser políticos judíos que defiendan a Israel en Chile.

Con la experiencia de haber participado durante muchos años en foros universitarios y en otros lugares a donde fui invitado, con el comentario habitual de los organizadores no judíos que la invitación se me repetía por la dificultad de encontrar a gente disponible a asumir esa defensa. Allí, en los debates posteriores a las presentaciones, pocas eran las voces que se identificaban como parte de la comunidad, entendible y comprensible por lo que está ocurriendo, pero precisamente por ello, debe haber un cambio.

De partida, creo que se necesita un grupo de jóvenes interesados en algo distinto, ya que los simples ciclos de charlas deben ser reemplazados por una preparación comunitaria más seria y profunda, con el rigor y exigencias de un buen posgrado y con dedicación horaria, ojalá exclusiva, becados para ello, con la disposición de ocupar toda tribuna, por pequeña o grande que sea y el compromiso de preparar a otros.

Lo que hoy se vive en las calles, implica reorientar también la formación en los colegios judíos, desde religiosos a solo culturales, para lo que se viene, ya que hoy probablemente se sienten amedrentados, y, de hecho, algo de eso ya se presencia cuando hacen su formación profesional universitaria.

Si menciono este tema es por haber hecho mis estudios solo en la educación pública: liceo de provincia y Universidad de Chile, y en el caso del liceo, recuerdo lo mucho que complicaba a algunos compañeros asumir públicamente su judaísmo. Durante años pensé que ello se debía a cuan pequeña era esa comunidad de solo pocas familias, pero también pude observar lo mismo, décadas después, con algunos de los que llegaban a estudiar en universidades de la capital donde hice docencia.

Eso debe cambiar con las nuevas realidades, toda vez que la actitud anterior es un lujo que ya no está disponible, no tanto por ellos, toda vez que, con la judeofobia ya hoy impune, van a ser otros, compañeros, profesores, jefes en el trabajo, los que les van a recordar que no son iguales a otros, o peor, que son menos iguales.

Por ello, también se va a requerir dirigentes que representen a la comunidad, especialmente bien preparados tanto en la comprensión del Chile actual como de lo que ocurre con los judíos en el mundo. Además, con el tipo de repercusión que hay en redes sociales, incluyendo noticias falsas, con buen conocimiento de Israel, respaldados por información sobre la historia de la comunidad judía en Chile, y lo suficientemente bien conocidos como para tener acceso a autoridades y a medios de comunicación tradicionales; dirigentes, hombres y mujeres, ojalá con dedicación preferente y quizás, remunerados para asegurar esa dedicación. Es decir, dirigentes que no solo tengan trayectoria al interior de la comunidad, ya que las habilidades que se requerirán tienen hoy creciente relación con lo que ocurre en el país y en el mundo. Parece demasiado ambicioso, pero es necesario para enfrentar lo que se viene.

Es una condición necesaria, pero por si sola insuficiente, ya que solo hablamos de algunas de las facetas de un proceso de profesionalización, donde el cambio que se exige de todos es pasar de la etapa actual a una estructura comunitaria que entregue las herramientas para la mejor defensa posible de la comunidad, con el propósito que exista un futuro igualitario para los chilenos judíos, en el sentido de ser merecedores del mismo respeto que cualquier otro grupo, la mínima exigencia para el país donde hasta hace poco eran felices, un hecho tantas veces repetido en la historia judía, más antigua y continua que ninguna otra.

El cambio del país y el mundo va a obligar a todos, individual y colectivamente. La comunidad deberá respaldar a quienes toman el camino de la vida pública, lo que hoy día si ocurre, es sobre todo por interés y fuerza de voluntad, también por relaciones familiares o de amistad. La idea es crear una estructura que sirva a todos, incluyendo los recursos financieros y humanos que permitan acudir por cada caso discriminatorio a tribunales, nacionales y si corresponde, internacionales.

No estoy reclamando ni nada similar, solo pretendo destacar situaciones de las cuales va a tener que preocuparse un proceso de profesionalización, si se ve su necesidad, si es que existe voluntad para hacerlo, y si hay capacidad para reunir los recursos, toda vez que no se trata de entregar trofeos o galvanos, sino que el reconocimiento a los interesados debe ir por otro lado que lo meramente testimonial.

Incluso, va a requerir actitudes y definiciones que tampoco hoy existen, como distanciarse públicamente de quienes aparecen muy de tarde en tarde para hablar en contra de Israel, o identificarse como “judíos” solo para criticar a conocidos judíos, simplemente porque difieren de sus posiciones políticas más bien rupturistas. Es abuso y manipulación, ya que, salvo sus apellidos, en general, no se les conoce vinculación alguna comunitaria, por mucho que de niño hayan estudiado en colegio judío.

El proceso de adaptación a las nuevas realidades va a alcanzar prácticamente a toda actividad desempeñada por judíos en Chile. También a aquellos empresarios y profesionales que hasta ahora pensaban que no necesitaban hacerlo, sin embargo, pronto no va a depender de su voluntad, ya que, en muchos lugares se encontrarán con aquellos que los juzgarán como judíos, a veces, solo por el apellido, con lo que crecientemente tendrán que optar entre hablar o callar.

Al respecto, abstenerse será un lujo escaso, ya que otros decidirán por ellos, se lo digan en la cara o no. Algunos, tal como ha ocurrido en el mundo después del 7 de octubre se sentirán aún más orgullosos de ser reconocidos como judíos, pero otros querrán pasar desapercibidos fuera de las instituciones comunitarias, viviendo realidades paralelas. Afectará incluso a quienes hoy tienen altos cargos, ministros o congresistas, a quienes la presión externa no les permitirá no opinar sobre Israel.

Algo de eso ya ocurría y ocurre, y para muchos se parece al pasado del que hablaban sus progenitores, pero quizás allí se encuentran las similitudes para lo que parece deparar el futuro. Con todo el respeto que me merece la expresión relaciones públicas, ella es hoy, con exactitud, solo una etapa o aspecto de lo que se necesita para representar a la comunidad, ya que las exigencias van más allá, partiendo por endurecer el cuerpo ante la animosidad que se encontrará.

Quiero recalcar lo que aquí propongo, relatando por primera vez, situaciones que me correspondió conocer en una trayectoria que superó las cuatro décadas, fundamentalmente en las áreas con las que tuve mayor contacto, como Decano de Facultad, Director de Instituto y docencia universitaria, medios de comunicación (sobre todo, televisión y radio), política (candidato a presidente de la república, a alcalde de Santiago) y judicial (abogado integrante de Corte de Apelaciones y Ministro Suplente del Tribunal Constitucional).

A continuación, situaciones relevantes de mi pasado, pero útiles para lo que aquí se ha argumentado.

La primera y que para mí no tiene explicación, es todo lo que rodeó mi salida de la Universidad de Chile, una institución que quise mucho y de la cual nunca pensé que iba a pasar lo que ocurrió, toda vez que mi salida fue provocada por la única aplicación que conozco en democracia de una norma dictada en dictadura para intervenir la Universidad de Chile. En definitiva, la violación de derechos fue tal que denuncié al Estado de Chile ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, después que el caso pasara por la Corte de Apelaciones y la Corte Suprema en Chile. La Comisión aceptó mi caso, porque también se caracterizó por un fuerte antisemitismo, lo que antes que ocurriera me fue anticipado por un exdirector Jurídico de la Universidad, a quien simplemente no le creí.

En definitiva, fueron tres instancias, la Corte de Apelaciones (donde gané) y la Corte Suprema de Chile (donde perdí), pero en ambas quedó a firme el hecho que nunca hubo nada ilegal ni siquiera irregular en mi desempeño. La tercera, fue la presentación posterior ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que tuvo audiencias y escuchó alegatos, pero la denuncia no logró proceder a la Corte.

Dado el hecho que el antisemitismo estuvo en todo momento presente, para mí lo más llamativo fue que no recibí apoyo de la Comunidad Judía de Chile, quizás por la idea que en el país no lo había. Me sorprendió que la única persona que se acercó fue un vicepresidente, quien me encaró para expresar su molestia.

Fue un hecho notorio y público en su momento, y hasta el día de hoy no tengo explicación porque ocurrió lo que pasó en la comunidad judía, ya que tampoco existió mayor interés en las instituciones, incluyendo aquellas que me invitaban frecuentemente a dar charlas sobre Israel.

Experiencia semejante de desinterés tuve las dos veces que fui candidato a cargo público, donde los intentos de reunirme con el Presidente de la comunidad para saber que temas les interesaban tampoco tuvieron éxito, lo que comparo con frecuentes invitaciones a grupos y templos evangélicos, donde se me presentaba como parte del pueblo de Jesús, o en la campaña presidencial, un par de invitaciones nada menos que del Cardenal católico para que supiera de los temas que a su institución le interesaban. Nada similar pasó en mi comunidad. Tampoco insistí, respeté actitudes y decisiones, pero si las menciono es por el tipo de lujos que en el futuro no estarán a disposición de nadie.

La lista es más larga, pero por espacio solo voy a mencionar otro hecho, que tuvo que ver con los años que tuve programas de televisión, y grande fue mi curiosidad, cuando me invitaron a una reunión del departamento de publicidad de uno de los canales donde hice comentarios internacionales, toda vez que querían informarme que al ofrecer mi espacio a una importante empresa de propiedad de judíos, les habían dicho que tenían instrucciones de no asociarse con comunicadores que estaban identificados con Israel, al ser de propiedad de judíos. Quedé muy sorprendido y por supuesto, no pude explicarlo a personas educadas en el comprensible error que siempre un judío ayudaba a otro.

Mi experiencia personal coincidía con situaciones donde me constaba como algunos judíos con poder, político o económico, no parecían tener interés en ser identificados como tales, lo que también me ocurrió con el propietario de una institución de educación superior al presentarle la idea de ofrecer allí actividades de extensión sobre la realidad del medio oriente. No respondió y no insistí, ya que lo vi más bien asustado.

Por ello, creo que el cambio realmente difícil es el de la actitud, ya que también en los medios de comunicación pude constatar que había algunas conocidas figuras públicas que no parecían disponibles para defender públicamente a Israel, lo que siempre respeté, solo que me pareció hipócrita, ya que, en las reuniones de instituciones de la comunidad, como, por ejemplo, el Estadio Israelita, se presentaban en general como verdaderos guerreros de la causa. Y la verdad es que realmente no se les necesitaba en ese lugar, más bien protegido.

No culpo ni critico a nadie, ya que todos se equivocan, como lo hice yo al no aprovechar la enorme caja de resonancia de una candidatura presidencial. A pesar que me fue ofrecida la tribuna para denunciar o explicar el tema de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no lo hice por diversas razones, predominando la idea de aprovechar los espacios solo para divulgar los temas que me diferenciaban de otros candidatos, también, no querer victimizarme, ya que tampoco lo hice con algo tan público como haber sido acusado falsamente ante un Consejo de Guerra después del golpe de Estado, situación que fue limpiada en democracia, aunque les aseguro que la primera vez que a uno se le amenaza con fusilamiento, uno lo cree. Tampoco lo hice con el abuso contra mi familia, que en definitiva condujo a mis padres al asilo político en Estados Unidos.

En esta trayectoria rara vez la judeofobia fue abierta, fue más bien solapada, y quizás por ello, un exsenador y exministro del Tribunal Constitucional, amistosamente me aconsejaba no aceptar la candidatura presidencial, a pesar de que allí no tuve ningún problema. Las instancias de judeofobia abierta fueran más bien escasas que frecuentes. Una de las pocas fue en la Corte de Apelaciones de San Miguel, ya que cada vez que integrábamos juntos la sala, uno de los jueces me entregaba una caricatura que de mi hacía, con la típica nariz ganchuda de los afiches de propagando de Goebbels. La verdad es que nunca entendí y así se lo dije en una reunión formal, que nada menos que un juez de la república pudiera actuar así.

La diferencia con lo que hoy ocurre es que lo que era excepcional, lo más probable es que pase a ser crecientemente, algo cotidiano. Es indudable que las exigencias van a ser distintas, para quienes sean parte de la comunidad como también para quienes hablan en nombre de ella.

¿Habrá cambio? ¿Existirá adaptación a las nuevas circunstancias? ¿Será un proceso rápido y ordenado? ¿Será doloroso?

En buena parte del tiempo que tuve presencia pública, no vi una opción clara en favor de apoyar a quienes querían visibilidad. También vi a muchos judíos en política, universidades, tribunales, medios de comunicación que querían aparecer públicamente como tales, y buscaban hacerlo. Ojalá puedan hacerlo en el futuro contando con respaldo comunitario.

Nunca opiné en contra de nadie, ya que siempre creí que era su derecho el camino que decidieran tomar, pero con lo que hoy está pasando en La Moneda y en las calles, no creo que vayan a poder disponer de esa prerrogativa, toda vez que la barca del antisemitismo ya abandonó la seguridad del puerto, está en alta mar sin que sepamos su recalada siguiente, aunque da mala espina saber que la historia muestra cuál es su destino en relación con los judíos, por lo que el pronóstico no es bueno.

La fobia es antigua, y por algo hubo en los 30s un partido nazi en Chile, con representación en el Congreso. No eran alemanes, sino chilenos, pero ahora es distinto. La mala hierba ha brotado y lo está haciendo en forma organizada en contra de los judíos y de Israel.

Enfrentarla requerirá un esfuerzo grande, de cambio individual y colectivo, lo que necesita de una modernización y profesionalización. La defensa de la comunidad y de los judíos chilenos debe hacerse sobre otras bases de defensa activa. Se corre contra el tiempo, y todo indica que el cambio no va a ser fácil.

Razón adicional para empezar lo antes posible.

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