Fujimori y el doble estándar

Francisco Santos

Bogotá, Colombia

Alberto Fujimori, presidente del Perú entre los años 1990 y 2000, falleció hace unos días. Su vida y su legado, lleno de logros y de controversias, es el típico ejemplo del doble estándar que existe en América Latina frente a los derechos humanos y cómo la izquierda es quien orquesta la narrativa de buenos y de malos o de violador de derechos humanos y defensor de estos.

No es sino ver cómo titularon los medios la muerte de Fidel Castro, el dictador cubano y gran violador de derechos humanos durante más de 50 años, y cómo, esos mismos medios, lo hicieron ocho años después con Fujimori. El mejor ejemplo es El País de España. Frente al primero tituló: “Muere Fidel Castro, el último revolucionario”; frente al segundo: “Muere el autócrata Alberto Fujimori.” Sobran las explicaciones, pues Castro demócrata no fue y decirle autócrata sería reducir la barbarie con la que gobernó durante 56 años.

Los países no se quedan atrás, y quizás Chile es el mejor ejemplo de esa hipocresía. El presidente chileno Gabriel Boric prohibió que funcionario alguno firmara el libro de condolencias en la embajada de Perú en Santiago, pero la pregunta es si en el 2016 la presidenta de entonces, Michelle Bachelet, hizo lo mismo frente al dictador cubano; por supuesto que la respuesta es no.

Es más, a esta presidenta le tocó ser la protagonista de un hecho en el que ese doble estándar queda claramente expuesto. Su gobierno firmó la extradición de Fujimori a Perú, donde fue condenado por violaciones a los derechos humanos; sin embargo, ese mismo país, una década antes, le dio refugio al dictador y violador de derechos humanos de Alemania oriental Erich Honecker. Uno pasó más de 10 años en la cárcel, el de derecha, mientras el otro, el de izquierda, murió tranquilamente en su cama.

Colombia no se queda atrás. El presidente Juan Manuel Santos no solo rindió homenaje y veló con lágrimas en los ojos el cadáver del dictador Hugo Chávez, sino que, años después, dejó en libertad a los asesinos y terroristas de las Farc, los premió con curules en el Congreso y, como decimos en mi país, dejó a las decenas de miles de víctimas de ese grupo viendo un chispero, además de darle un golpe de estado a la democracia, al no aceptar el resultado de un plebiscito. Estados Unidos con su silencio fue cómplice de esta aberración frente a la justicia y con las víctimas, que fue premiada con un Nobel de paz. Ah, y no olvidemos que, durante su gobierno, promovió toda esa narrativa de la izquierda en contra del expresidente Alvaro Uribe.

La historia de Alberto Fujimori es increíble. En el año 1990 Perú era un estado fallido, con una inflación anual cercana al 2.000 por ciento, una economía destruida y dos guerrillas, Sendero Luminoso y el MRTA, cada vez más fuertes; ese país parecía no tener futuro. Sin embargo, un desconocido sin mayor presencia política, de ascendencia japonesa, con ojos rasgados, en un país con mayoría indígena, creó, dos años antes de las elecciones, un partido político y, con un discurso simple, derrotó, nada más ni nada menos, que al gran escritor y Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa.

Perú cambió y, la verdad, se salvó, gracias a un líder que derrotó a las guerrillas, liberalizó totalmente la economía, entregó a campesinos la posesión de su tierra, en consonancia con lo que Hernando de Soto había planteado pocos años antes, comenzó la gran transformación de la infraestructura en su país y sembró las bases del desarrollo económico que ha vivido el país durante los pasados 24 años.

Claro, suspendió la Constitución y el Congreso en 1992 y promulgó una nueva Constitución en 1993, que abrió el camino al despegue económico del Perú. También se presentaron excesos en materia de derechos humanos en una guerra irregular, y su asesor más cercano, Vladimiro Montesinos, era un delincuente corrupto cuyos escándalos acabaron derrocando a Fujimori. Hoy, los escándalos de los gobiernos de AMLO, en México, o de Gustavo Petro su familia, en Colombia, con grabaciones y testigos, no tienen nada que envidiarle a los de Montesinos hace tres décadas pero eso es otra discusión.

Alberto Fujimori, el ‘autócrata’ que salvó a Perú, preservó la democracia y luego pagó con cárcel -contrario a muchos otros líderes, como Castro, Ortega, Chávez y Maduro, que han debido pagar por sus crímenes- queda, por ahora, como el malo de la película, cuando, comparado con los verdaderos dictadores de la región, parece un angelito.

Sí, la historia de los derechos humanos en nuestra región, y la narrativa frente a grandes líderes como Álvaro Uribe, tiene un grado de manipulación por cuenta de la izquierda que finalmente sale a luz pública con su silencio cómplice frente a Venezuela o la misma Cuba, y su mirada complaciente frente a los horrores de los asesinatos y masacres de ciudadanos y líderes sociales en Colombia.

Fujimori salvó a Perú y salvó la democracia en ese país. A un costo alto, sí, pero nunca tan terrible como el de Castro y sus amigos. ¿Justificable? Tal y como iba Perú al despeñadero, quizás. Lo cierto es que hoy ese país tiene democracia y una economía estable y creciente, y se lo deben a ese descendiente del Japón que, un día ,contra todos los pronósticos, se lanzó a ser presidente de su patria. Paz en su tumba.

La firma del Acta de Brasilia, que selló la paz entre Ecuador y Perú, en 1998. Los presidentes de Ecuador y Perú, Jamil Mahuad y Alberto Fujimori.

Más relacionadas