Las pinturas que Giotto, precursor del Renacimiento, pintó hace más de siete siglos en la iglesia de la ‘Santa Croce’ de Florencia sufrieron con el paso con el tiempo, como muestran sus grietas y agujeros, pero resistirán «de milagro» con una nueva y delicada restauración.
«Los murales fueron hechos sobre capas de yeso pero se habían separado y presentaba fracturas bastante profundas, sobre todo en la bóveda y en la parte alta del muro», explica a EFE desde los andamios la responsable de las labores, Maria Rosa Lanfranchi.
‘Santa Croce’ o Santa Cruz no solo es una de las iglesias más importantes de Florencia por su valor artístico y espiritual sino también la mayor de la orden franciscana en el mundo, construida a lo largo del siglo XIII por los acólitos del santo «pobre» de Asís.
El paso del tiempo
Al lado de su ábside se levanta desde entonces una capilla de 30 metros de altura propiedad de los ‘Bardi’, poderosa dinastía de banqueros, y cuya decoración fue encargada al pintor del momento, Giotto, considerado el inspirador del Renacimiento venidero.
El maestro, ya en su madurez, representó siete escenas de la vida del santo sobre una superficie de 180 metros cuadrados, «reproponiendo» temas que ya había abordado antes en el epicentro del mundo franciscano, en la basílica Superior de Asís.
En la actualidad, la capilla permanece cubierta por unos andamios en cuyo interior varias restauradoras escrutan el estado de la obra, muy machacada por el paso del tiempo y la mano del hombre, y la adecentan minuciosamente con pinceles y esponjas.
Algunas de las escenas aparecen agrietadas, otras presentan agujeros blancos que parecen copos de nieve mientras que numerosos dibujos han desaparecido por la caída del yeso, pues toda la capilla fue encalada en blanco en el siglo XVIII siguiendo la moda del momento.
No obstante, los frescos de Giotto fueron redescubiertos a mitad del siglo XIX y restaurados por Gaetano Bianchi en 1853.
Gracias a ello hoy puede apreciarse el conmovedor pasaje de la muerte del santo rodeado de sus frailes, prácticamente íntegro… casi por «un milagro» obrado por él, ironiza la experta, pues en el pasado en este muro se «engancharon» varios monumentos fúnebres.
No obstante en esta nueva restauración, seguida por un comité científico, se están asegurando las partes más delicadas de la pared y cubriendo minuciosamente con acuarelas -de forma reversible y reconocible- los colores que faltan.
El objetivo, sostiene Lanfranchi, es «ayudar a la lectura de la obra de Giotto pero sin exagerar sabiendo que son frescos que han sufrido en su historia pero que aún tienen mucho que comunicar».
Pero las largas jornadas pincel en mano en las alturas de la ‘Capilla Bardi’ también permiten a esta experta, ayudada por otras colaboradoras como Martina Calmanti y Giulia Spada, «entrar un poco» en la mentalidad de del maestro más de siete siglos después.
Por ejemplo, uno de los personajes retratados con pintura «en seco» ha perdido el pigmento azul de su túnica y ha dejado al descubierto brochazos de marrón y verde, presumiblemente «pruebas de color» que el artista realizó antes de su decisión final.
Los trabajos «cara a cara» con las escenas de Giotto, marcadas por el volumen y el dramatismo con el que puso fin al hierático arte bizantino y medieval, seguirán previsiblemente hasta julio de 2025, aunque la responsable de la restauración ríe, revelando sus dudas por el trabajo titánico que tienen por delante.
Personajes célebres
El complejo monumental de ‘Santa Croce’, en el que aún viven seis frailes -llegó a alcanzar los 800 en algún momento- se ha sumido en la restauración de este tesoro artístico porque por algo una de sus vocaciones es la de ser un «lugar de memoria».
Tal es así que en su suelo se acumulan las lápidas de personajes célebres de la vida florentina y en sus naves pueden verse las tumbas, efigies y monumentos en honor a los hombres que, como el santo de Asís, «se dieron» a su tiempo con sus ingenios.
Entre los «ilustres» sepultados en ‘Santa Croce’ destacan el pensador político Nicolás Maquiavelo, el genio Miguel Ángel, el astrónomo Galilei Galilei o el compositor Gioachino Rossini.
Incluso se dice que Stendhal sufrió su célebre patatús contemplando la capilla Niccolini de este templo.
Muestra de ese afán por recordar es un vaso que aún puede verse pendido de una cornisa del refectorio del convento, a unos seis metros de altura, y que indica el nivel que alcanzó el agua en el histórico aluvión que en 1966 destrozó la monumental Florencia. EFE (I)