
Guayaquil, Ecuador
Durante mis estudios de derecho administrativo era fundamental, aparte de los ilustres documentos doctrinarios, revisar la norma que rige esta materia en el sistema jurídico ecuatoriano. Pero como en casi todas las ocasiones, revisarla nos hace pensar que en sus letras yacen los conceptos de una realidad paralela a la del diario vivir.
El derecho administrativo en su esencia básica rige el funcionamiento del Estado y de todo lo que a lo conforma. Rige a sus funcionarios y los servicios que estos brindan, y puesto que en esta columna sería injusto realizar un análisis subjetivo de lo que acontece en la realidad, entonces será direccionada hacia aquello de carácter objetivo, es decir lo que pasa con el servicio per sé: Aquello que los ecuatorianos palpan cada que asisten a una dependencia pública para efectuar un trámite, y salen con desilusión cuando les dicen que deben traer tantos papeles como si se tratara de la fundación de un país -en el sentido figurativo de la expresión.
Resulta incluso agraciado revisar la norma administrativa y poder notar que dentro de ella se pueden encontrar principios que -a la realidad- resultan una mera utopía. Encontramos así el principio de calidad, el cual dice sin tapujos que las administraciones públicas “deben satisfacer oportuna y adecuadamente las necesidades y expectativas de las personas, con criterios de objetividad y eficiencia, en el uso de los recursos públicos”.
Ahora bien, podemos hilvanar fino en este artículo separando los conceptos que éste contiene. En primer lugar, nos dice que la forma de satisfacer las necesidades debe ser oportuna y adecuada, sin embargo, resulta difícil de creer cuando un turno en una entidad pública hoy por hoy a veces llegan a ser de terror. Las filas duran horas, y cuando existen reclamos pues simplemente la respuesta es “estamos en Ecuador, esto no es Suiza acomódate como puedas”. La mediocridad toma entonces forma humana y el conformismo entreguista nos hace una vez más convertirnos en víctimas del yugo del Estado, que, en estos casos, ni son oportunos ni adecuados.
O que podemos decir entonces cuando el tomar un turno de algún servicio de salud -que aquí también está incluido ya que es un servicio público- llega tarde, haciendo que sea común que a veces la calavera llegue primero que la medicina, y así en el epitafio del vulgo se dirá “es que murió por esperar la cita”. En fin, es el juego de la utopía y la dantesca realidad.
Prosiguiendo con el hilvanado vamos a su segunda parte. Este nos dice que se deben cumplir las expectativas de las personas con criterios de objetividad y eficiencia. En este sentido si podemos explayarnos más, y especialmente cuando hablamos de su nombrada objetividad…
El sistema público es tan objetivo, que en épocas pandémicas se permitió que existan vacunas VIP; es entonces tan objetivo que en el sistema uno debe tener el debido padrino, o, mejor dicho “la palanca” que les permita mover los procedimientos, ya que en estos casos parece no aplicar el principio de eficiencia, el cual se contempla dentro de la normativa irreal.
Sobre este mismo principio citado, que podemos decir, si en su definición legal de este cuerpo dice expresamente: “Se prohíben las dilaciones o retardos injustificados y la exigencia de requisitos puramente formales”. Ahora bien, esto suena maravilloso en el espectro de que los casos sean llevados de forma célere y que no haya algún tipo de retardo injustificado, claro, esperando que las determinadas justificaciones deberían ser formales y con su respectivo marco legal.
Está bien, entonces les daremos el punto; pero y que pasa entonces cuando revisamos que nos hablan de la exigencia de requisitos puramente formales, pues el asombro nos embarga, y ahí es cuando vale decir “rio para no llorar”. Y es que si, todo lo que he mencionado en este articulo ha sido con las críticas que no son difíciles de obtener, basta con caminar a las afueras de una entidad pública, y dentro de los tantos lamentos se escucha el “es que me falta tal papel”. Si, sacrificando el gran servicio por los requisitos formales.
Finalizaremos el hilvanado con las últimas seis palabras, cuando nos dice “en el uso de recursos públicos”, claro, como si aquellos siempre fueran honrados. En esto podemos darle méritos a los pocos héroes que tiene el Ecuador, aquellos hombres y mujeres que aún no les temen a las represalias que pueden tener al irse en contra de aquella maquinaria y denunciar y ganar cuando estos recursos son mal usados. Éstos no son mal usados solo cuando estos desaparecen sin razón alguna, sino también cuando se asiste a un hospital público y hay que llevar los guantes para los médicos, la tinta a las oficinas públicas, o cuando los archivos digitales están colapsados y sus páginas se ponen lentas, y un largo etcétera… Así es, ahí también los recursos no han sido manejados con eficiencia. El término de la utopía del servicio público.
En medio del debate nacional por quien será presidente, no solo debemos ver quien realiza más actos propios de la cultura popular, o quién baila mejor, sino que debemos analizar quien, con sus propuestas, marque un panorama claro sobre cómo podemos solucionar los problemas referentes a la atención en el servicio público. Recordemos que en un país donde el Estado administra todo, estaremos siempre siendo dependientes de su eficiencia y de la calidad de sus servicios, y puesto que no será muy fácil cambiarlo a su forma más minarquista posible, debemos entonces asegurar la forma en que el que tenemos funcione, y funcione bien.