¿Y ahora que pasa con el triunfo de Bolsonaro?

Danilo Arbilla
Montevideo, Uruguay

Lo previsto: ganó Jair Bolsonaro y el 1 de enero asume como presidente del Brasil.

¿Y ahora qué pasará? Quién lo sabe. Muchas predicciones, alertas, oscuros vaticinios, adjetivación abundante, alarmas que suenan, y naturales y lógicas expectativas. Pero, por ahora, meras especulaciones. Habrá que esperar y ver.

El hecho es que 57,8 millones de brasileños apoyaron a Bolsonaro, lo que significa que se sumaron casi 9 millones más a los conseguidos el 7 de octubre. En cambio, su contrincante, Fernando Haddad, quien obtuvo 47 millones de votos, no superó con ellos la suma de los que logró toda la izquierda, con el PT a la cabeza, más los votos de Ciro Gomes, del PDL, y otros partidos menores en las generales. Hubo, además, 11 millones de votos en blanco y nulos, a los que aparentemente, al igual que otros 32 millones que no votaron, Bolsonaro no les preocupa tanto, como ocurre con mucha gente fuera de Brasil.

Es que Brasil es Brasil, y siempre da sorpresas. La dio en el 2002 cuando eligieron presidente a Lula, un humilde obrero metalúrgico, dirigente sindical y socialista. Hubo también alarma, especulaciones y muchos vaticinios. Algunos le dieron, y otros, ni cerca.

Ahora hubo un corrimiento de 180 grados. Es la tendencia del momento, en la que, al parecer, hasta los huracanes –Leslie– doblan para la derecha.

La diferencia es que cuando ganó Lula nadie memorizó que Hitler también llegó al gobierno por la vía electoral. Ni tampoco cuando ganó Chávez u otros con variadas formas de fraude o rarezas como Kirchner, Correa, Maduro, Ortega, Morales. El recuerdo se refrescó ahora con Bolsonaro, al que se le endilgan muchas cosas feas –él ha dado pie para ello–, pero nadie cita que en su momento consideró que Chávez –también militar, por si acaso– era “una esperanza para Latinoamérica”. Le gustaba Chávez.

Es así: cuando gana la izquierda, el soberano es sabio; cuando pierde, es triste, pobre gente, no saben lo que hacen, son manipulados; o son la consecuencia de las “fake news”. Y uno se pregunta, ¿y los del otro lado son digitalmente tontos?

Pero la izquierda está exonerada de culpa. Son los únicos honestos. Lula asumió y a poco de hacerlo su mano derecha, amigo y jefe de gabinete compró con fondos públicos a congresistas de la oposición. Corrompieron, como nunca antes, al sistema político. Y luego fue con los empresarios, banqueros e industriales. Se robaron todo. Y con Odebrecht a la cabeza, sponsor de Lula, y este su gestor, pudrieron a todo el continente. Hicieron buenos negocios para Brasil, además a costa del resto de países “progre” y no alineados. Al mismo tiempo, dilapidaron el mejor ciclo económico y fundieron el país. Repartieron entre los necesitados, pero mucho más les tocó a los Odebrecht y colegas. Eso sí, mucho circo –Olimpiadas y Mundial– y mucha soberbia, resentimiento e intolerancia. Ahora dicen que son “presos políticos”.

Al final el pueblo se hartó: qué más honrados ni que ocho cuartos; son peores.

Y ahí estaba Bolsonaro. En el lugar y momento justo. Fue el beneficiario de la reacción y ya por eso inquieta. Y no lo decimos por el Foro de São Paulo y colaterales y tantos intelectuales y artistas airados a los que se les acaba la plata dulce. Tampoco porque, como dicen, vaya a haber una mayor presencia militar en el gobierno, lo que, además, está por verse. No es tan seguro que los militares brasileños quieran exponerse tanto. Ellos siempre están, sea quien sea el presidente. Lula también hacía buena letra.

En materia de política exterior, Bolsonaro probablemente tomará algunas decisiones emblemáticas (Israel, organismos internacionales), pero no será mucho más que ello. Lo que preocupa son los desvíos fundamentalistas que muestra, los que puesto al servicio de la tradicional política “imperialista” del Brasil produce un cierto escozor, en particular para los vecinos. Los brasileños rascan para adentro, como se dice, sean de izquierda o de derecha; primero son brasileños. Bolsonaro se verá con Piñera y Trump, pero con Evo, si se porta bien, no pasará nada. Y el presidente cuasi vitalicio de Bolivia lo sabe: él, tan gallito, ha cacareado bien poco. Para Bolsonaro, como ocurre con los brasileños, Brasil está por encima de todo, y para él, por encima de Brasil solo está Dios.

Habrá que esperar y ver qué pasa. Y estar atentos.

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