Maduro y la liberación de rehenes

Samuel Uzcátegui

Guayaquil, Ecuador

Jorge Rodríguez, el ministro de Propaganda de la dictadura chavista, anunció la decisión ejecutiva de otorgar un indulto presidencial a alrededor de 110 presos políticos/exiliados/perseguidos, entre dirigentes, periodistas y manifestantes, todos con causas inventadas y juicios inexistentes. Es un indulto presidencial que no es indulto ni es presidencial. No es indulto, porque un indulto se da cuando una persona es condenada y tiene sentencia firme, y eso no ocurrió en ninguno de los casos, y así hubiera ocurrido, en Venezuela no existe el debido proceso, y con frecuencia civiles opositores son juzgados en tribunales militares, como prueba del bastardeado sistema de justicia venezolano.

 Llamar indulto a lo ocurrido es criminalizar a los afectados y justificar el accionar chavista. Sirve para impulsar la narrativa de que eran culpables, pero Maduro los perdonó, cuando la razón es que eran inocentes y Maduro los secuestró, para después usarlos como fichas y liberarlos en parte de un acuerdo político. No los llamen indultados, son rehenes liberados, presos políticos que fueron soltados, encuentre el término que mejor le parezca, pero decirles indultados es asegurar que eran culpables en primer lugar. Tampoco es presidencial, porque fue una decisión tomada por un señor que no es presidente, sino que usurpa y ejerce el poder a gusto. Es un secuestrador liberando algunos rehenes como ‘acto de buena fe’.

El denominador común entre los rehenes liberados es que son opositores, pero aún así se destaparon casos dolorosos como el de la abogada Antonia Turbay, quien fue apresada solo por ser vecina de Iván Simonovis y pasó 14 meses en la cárcel, 13 de ellos teniendo boleta de excarcelación. Su único crimen fue ser vecina de otro preso político, que logró escaparse durante su arresto domiciliario. Ninguna palabra de aliento le regresará a la señora Turbay todo lo que perdió. Su hija fue víctima de un secuestro y tuvo que huir a Colombia, y ella pasó más de un año encarcelada por el simple hecho de tener como vecino a un enemigo del chavismo. Y no darán disculpas, ni reconocerán los daños, ni mucho menos rectificarán. Solo reconocerán, implícitamente, su estatus como preso político. Si te liberan de una cárcel con motivaciones políticas, como parte de un acuerdo o de una iniciativa de “diálogo y reconciliación” como le llaman, es porque reconocen que los tenían apresados por un tema político y no judicial.

Y ese es tan solo uno de los casos, revisar una por una cada historia de los que obtuvieron la libertad rompe el corazón, y aún más lo hace leer los casos de quienes no fueron parte de esa lista. Porque a pesar de que el chavismo intenta mostrarse misericordioso frente a la comunidad internacional, aún quedan más de 250 presos políticos encarcelados, expuestos a torturas y a condiciones de vida extremamente precarias. Obviamente la liberación de estas personas no nació de la nada, y debe ser parte de un acuerdo que próximamente se anunciará, sobre la participación de la oposición en los fraudulentos comicios que el chavismo plantea hacer el 6 de diciembre del 2020 para apoderarse de la Asamblea Nacional. Más de uno de los liberados será candidato, como ocurrió con Yon Goicochea cuando fue liberado y después obligado a participar como candidato a alcalde para dar credibilidad a los comicios, y no los juzgo. No habrán condiciones electorales, como no las hay desde hace décadas, pero fue lo que tuvieron que aceptar para ser libres y reunificarse con sus familias. Antes de emitir cualquier juicio frente a estas personas que se candidaticen, plantéese qué haría usted para salir de esa situación. Qué estaría dispuesto a sacrificar para volver a ver a su familia.

Leía la desafortunada opinión del expresidente colombiano Andrés Pastrana, donde decía que, si la oposición aceptaba el indulto, reconocían a Nicolás Maduro como presidente legítimo, y me sorprendió las barbaridades que cualquier persona puede decir solo por obtener par de miles de retweets. Partamos desde el inicio, un secuestrado no decide ni cómo lo raptan ni cómo lo sueltan, ¿Qué se supone qué tienen que hacer? ¿Negarse a que los saquen de Ramo Verde o el Helicoide en señal de protesta? ¿Quedarse viviendo en una cárcel solo para no reconocer a Maduro como ‘presidente legítimo? No tiene sentido ese argumento. Falta mucha empatía en sus lecturas. Decir eso es como asumir que cuando Pastrana se reunía con Manuel Marulanda, Jorge Briceño y Raúl Reyes era porque eran amigos y justificaba a las FARC, reconociendo a sus autoridades como actores políticos legítimos. No hay correlación entre un razonamiento y otro. Detrás de esas reuniones estaba la paz, o al menos eso parecía. Conspirar, como usted lo hace, sobre las implicaciones que tiene aceptar la libertad es irresponsable e inhumano. Se están hablando de madres, padres, hijos, nietos, que por fin pueden volver a casa con su familia después de pasar años viviendo recluidos en la oscuridad sin rastro de culpa.

Que las 110 personas que fueron exculpadas de crímenes que nunca cometieron acepten esa decisión no reconoce a Maduro como presidente legítimo ni quita que sea un dictador asesino. Ni reviviendo a todos los que ha asesinado Maduro puede quitarse esa etiqueta. Lo que se debe resaltar de lo sucedido es celebrar la libertad de todos aquellos que no debieron pasar ni un segundo tras las rejas, sin olvidarse de los que aún faltan por salir, y rindiendo honor a los que el chavismo mató antes de que se les ocurriera empezar a ‘indultar’ a opositores, como el caso de Oscar Pérez, Franklin Brito, Virgilio Jiménez, Rodolfo González, Fernando Albán, Erick Echegaray y pare de contar.

Celebrar la libertad, sin elucubrar sobre como la obtuvieron ni juzgar a los que decidieron aceptarla. Maduro sigue siendo el mismo y el enfoque hacia su dictadura también. Festejar la libertad de estos presos políticos no implica olvidarse de quienes los metieron en una celda en primer lugar. Por ellos, y por los que faltan, nunca habrá perdón para los culpables. El único perdón y la única venganza, como dice Borges, será olvidarlos y dejar de prestarles atención cuando se vayan, sin antes hacer un Museo de la Memoria que recuerde todo el daño que cometieron.

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