Opinión

San Juan, el bueno

Sergio Ramírez Mercado
Masatepe, Nicaragua

Aquel viejo gordo y bonachón de la aldea de Sotto il Monte, que parecía haber dejado su morral y su cayado de pastor de cabras en la Sala de las Lágrimas antes de internarse por los infinitos corredores del Palacio Vaticano, ya con las vestimentas blancas que los sastres se apuraron en descoser porque no había manera de que le quedaran, fue uno de los íconos de la década de los sesenta, y seguro se hubiera sentido a gusto entre la densa humareda del concierto de Woodstock con su cigarrillo en la boca, porque entre sus placeres estaba el de fumar. Y el de comer.

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