Milonga paraguaya

Por Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

La canción de Jorge Drexler viene de perillas para graficar la política en el Paraguay. Es una verdadera milonga, llena de vértigo, cambios de ritmo y un «no sé qué» que nunca deja de sorprender. La música la pone un grupo que ha tocado el mismo ritmo de poder agroeconómico –literalmente, el país es una «gran hacienda» en donde la mitad de la población vive en áreas rurales y el 85% de las tierras, unas 30 millones de hectáreas, está en manos del 2% de propietarios- desde El Supremo hasta nuestros días.

El sino de la milonga paraguaya son las instituciones frágiles. En el Paraguay, la mitad de los asalariados ganan el salario mínimo o menos, por lo que en el país lo conocen como «techo salarial». Por su extensión y dificultad de acceso en zonas complicadas como El Chaco y la frontera con el Brasil, el país es tierra fértil para el trabajo esclavo, el trabajo infantil y la plantación de marihuana. La presión tributaria es apenas del 13% sobre el PIB, donde los latifundistas no pagan impuestos. Es el tercer país productor de bienes piratas a nivel regional y cuenta con una historia política reciente marcada por la corrupción, los golpes de Estado y una exigua capacidad para los acuerdos sostenibles.

La llegada de Fernando Lugo a la Presidencia significó un paréntesis en ese ejercicio de apropiación estatal que significó medio siglo de poder del Partido Colorado (PC). La misión de Lugo, al ganar, era muy complicada, porque tenía que remozar a un aparato burocrático eminentemente «colorado», lo que intentó parcialmente y de manera tortuosa. El problema es la dificultad estructural para emprender cambios más profundos en un país con un Estado que no conoce alternativas al PC, en el que la corrupción es la norma y el disponer de recursos estatales implica seguir adelante con unas reformas pro formalización difíciles en un entorno muy informal.

A esto se suma la ardua tarea de alinear a una coalición demasiado amplia y fusiforme, que en su inicio cobraba sentido en la figura de Lugo, pero que con su enfermedad y el cálculo político de cara a las elecciones de 2013, comenzó a fraccionarse. La masacre que gatilló la crisis es un buen ejemplo de que las uniones dan paso instantáneo a las oposiciones. La matanza llevó a Lugo a pedir la renuncia del Ministro del Interior, reemplazándolo con un miembro del PC. La acción fue leída como una traición al Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), el más importante de la coalición luguista, que solicitó al Presidente se retracte. Pasaron tres días sin respuesta, hasta que el PLRA decidió salir de la coalición. Cuando Lugo se dio cuenta del error era demasiado tarde. Sus exaliados se unieron al PC, que conoce bien las causales de destitución, tan fáciles de accionar en un país en donde la debilidad de las instituciones y de los apoyos políticos es tan propia como antigua. El desenlace fue otro giro de una milonga interminable.

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