Quebrantando peñas

Por Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

El manejo del sentimiento nacionalista y esa entelequia (¿será esta la palabra adecuada?) que es la soberanía de los pueblos sobre sus recursos naturales causa efectos milagrosos. Recuérdese al expresidente argentino Carlos Saúl Menem, que se deshizo de todas las empresas deficitarias estatales y de la noche a la mañana, sin que nadie supiera cómo, se hizo construir una pista de aterrizaje de más de dos mil metros en el patio de su casa de Anillaco. Los argentinos se sentían felices por tener un presidente que estaba modernizando el Estado y se vivía días de holgura económica pocas veces vivida.

Su compatriota y correligionaria Cristina Kirchner, ambos peronistas, el primero neoliberal privatista, la segunda estatista (esto tiene de milagroso el peronismo, hay lugar para todos, desde la izquierda a la derecha), optó por el extremo contrario. De la noche a la mañana resolvió devolverle a los argentinos la soberanía sobre sus recursos naturales y de un plumazo decidió la nacionalización de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) en sociedad con la española Repsol. No importa que unos días antes hubiera considerado a Repsol como una “compañía modelo”. La soberanía argentina estaba por encima de cualquier otro interés. Tampoco importa recordar que en al nacionalizar YPF-Repsol no se estatizó una sola acción de la empresa Eskenazi, que tiene el 25% de participación, acciones por las que el grupo no pagó un solo peso en la época de Néstor Kirchner. La familia Eskenazi es originaria de la provincia de Santa Cruz, de donde son los Kirchner y en la que se tiene por cierto que los Eskenazi son testaferros de la familia presidencial.

En la obra que muchos consideran su testamento intelectual, “Algo va mal” (Santillana, Madrid, 2010), Tony Judt alerta sobre el cambio de manos de grandes empresas: hoy públicas, mañana privadas, pasado “recuperadas” para el orgullo de la nación. El dinero, grandes sumas, que se genera con estos traspasos, en un sentido y en otro, tiene un efecto enceguecedor y los datos económicos mejoran notablemente, ya sea por haberse desprendido de empresas deficitarias, como por haber sumado al patrimonio nacional otras notoriamente rentables (páginas 107-112).

La acción se traslada enseguida a Venezuela, donde están trabajando con verdadero fervor patriótico varios ministros argentinos, ya que el ingreso de Venezuela al Mercosur como miembro pleno hará posible que Petróleos de Venezuela, ahora socia de YPF, explore yacimientos petrolíferos en territorio argentino y a su vez Argentina participe, como socia, en la Faja Petrolera del Orinoco. Negocio redondo.

En su “Tesoro de la Lengua Castellana” (Madrid, 1611), Santiago de Covarrubias recoge el refrán popular: “Dádivas quebrantan peñas”. Cuán grandes deben ser esas dádivas, las que con tanta generosidad y desprendimiento distribuye Hugo Chávez, total el dinero no es suyo, para que se haya conmovido todo el aparato administrativo argentino y lograr satisfacciones dobles: acumulación de poder y acumulación de riqueza.

No se han puesto, sin embargo, todos los hilos a la vista. Queda aclarar por qué es imprescindible que Chávez entre al Mercosur para que se cierren todos estos pactos comerciales en torno al petróleo que mueve miles de millones de dólares. ¿Será que la presidente brasileña Dilma Roussef y “Pepe” Mujica, en su debido momento, entrarán también en este beneficioso consorcio? Beneficioso para ellos, no estoy muy seguro que lo sea también para sus respectivos países.

En relación a Chávez, la respuesta es obvia, está a la vista desde hace años: su ambición de poder supera incluso aquello que ni siquiera podemos imaginar. Me atrevo a pensar que secretamente anhelará tener algún día su propio monumento similar a los centenares que tiene alrededor del mundo su falsificado Simón Bolívar; falso, porque el Bolívar que él tiene no es el auténtico. Y de esos monumentos no excluir el que el escultor Arena Betancourt develó en la ciudad colombiana de Pereira (departamento de Risaldo) en el que se ve a Bolívar desnudo, montando un desbocado caballo que salta sobre banderas que ondean al viento. ¿Se puede imaginar alguien el tamaño que debe tener el caballo, y la altura de las banderas y los sólidos mástiles capaces de sostener tamaña figura? ¡Y desnudo! ¡No

* Jesús Ruiz Nestosa es periodista paraguayo. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario ABC Color, de Asunciòn, Paraguay.

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2 Comments

  1.  Vicenç Navarro

    Una de las conceptualizaciones de la realidad económica que está más
    generalizada en la cultura mediática y política del país, incluyendo en
    amplios sectores de las izquierdas, es la de dividir el panorama
    político existente hoy en el mundo entre las derechas, a las cuales se
    les asume estar a favor de los mercados y en contra de las
    intervenciones de los Estados, y las izquierdas, que están más a favor
    del Estado y de su intervencionismo que a favor de los mercados. Según
    tal interpretación, el punto divisorio del espectro político es cómo las
    fuerzas políticas perciben al Estado. Las derechas ven al Estado, como
    decía el presidente Reagan, el gurú político de los neoliberales, como
    “el problema”, mientras que las izquierdas lo ven como “la solución”.

    Este análisis de la realidad aparece ahora en la versión de la crisis
    percibida por amplios sectores de las izquierdas, que la ven causada por
    los mercados financieros. Así, autor tras autor subrayan la centralidad
    de los mercados financieros como los responsables de la situación
    actual. En realidad, existe casi un consenso entre autores de derecha y
    autores de izquierda, que tales mercados financieros son los que
    configuran el orden internacional. La única diferencia entre ellos es
    que mientras los primeros, las derechas, lo celebran (atribuyéndoles
    haber traído un gran progreso al mundo en los últimos quince años), los
    segundos, las izquierdas, lo lamentan (considerándoles responsables de
    la crisis). Pero por lo demás, los dos espectros políticos –derechas e
    izquierdas- parecen coincidir: los nuevos amos del mundo son los
    mercados financieros. En esta interpretación, los Estados casi han
    desaparecido. Y el intento de las izquierdas es ahora recuperarlo.

    El problema con tal consenso es que es profundamente erróneo. Y es
    fácil de demostrarlo. Comencemos por lo que pasó durante el gobierno
    Reagan de EEUU, supuestamente el gobierno más neoliberal que aquel
    Estado haya tenido, aunque los datos muestran una situación muy
    diferente. En realidad, la Administración Reagan fue una de las más
    intervencionistas que EEUU haya tenido. El gasto público del gobierno
    federal aumentó considerablemente (a través, predominantemente, del
    gasto militar) y los impuestos (aunque bajaron para el 10% de renta
    superior del país) subieron para la gran mayoría de la población, siendo
    tal gobierno el que subió los impuestos de manera más acentuada en
    tiempos de paz en aquel país. Tales datos hablan por sí mismos. La
    Administración Reagan fue claramente intervencionista, aumentando
    considerablemente su sector público. Disminuyó el gasto público social,
    pero aumentó muy espectacularmente el gasto militar (como bien dijo el
    Secretario de Defensa, Caspar W. Weinberger, EEUU desarrolló la política
    industrial más avanzada de los países de la OCDE, a través de la
    inversión militar). Además bajó los impuestos de los ricos y de los
    súper ricos, pero los subió a todos los demás.
    Las instituciones públicas del establishment europeo

    Otro ejemplo es la crisis actual. Los Estados han gastado como nunca
    antes lo habían hecho a fin de salvar a la banca, tanto en EEUU como en
    la UE. Desde diciembre, el Banco Central Europeo, el BCE, se ha gastado
    la friolera cantidad de un billón de euros públicos ayudando a la banca
    (la mitad de ello a los bancos españoles e italianos). El BCE es Estado,
    es decir, es una autoridad pública, que es a la vez la que determina
    los intereses de la deuda pública. Estos intereses no los determinan los
    mercados financieros (repito, no los determinan los mercados
    financieros), sino el BCE. Cuando no compra la deuda pública, los
    intereses suben y cuando la compra, bajan. El BCE tiene el poder de
    controlar los intereses de la deuda pública. El hecho de que los
    intereses de tal deuda se hayan disparado no tiene nada que ver (repito,
    nada que ver) ni con el tamaño del déficit ni con el de la deuda
    pública, sino con el hecho de que el BCE no ha comprado desde hace ya
    tres meses deuda pública, y no la ha comprado a fin de forzar al
    gobierno español a “hacer los deberes” que son, según el BCE, la
    reducción de la protección social y de los salarios, siguiendo el
    proceso que mi amigo Noam Chomsky ha definido correctamente como la
    guerra de clases unidireccional del capital (hegemonizado por el capital
    financiero) contra el mundo del trabajo.
    Hoy, el sistema
    financiero europeo está centrado en el capital financiero alemán, que se
    está beneficiando enormemente de la situación actual. Estamos viendo un
    flujo de capitales de la periferia (de los países llamados en los
    círculos anglosajones como GIPSI -Grecia, Irlanda, Portugal, España e
    Italia-) hacia el centro, que está descapitalizando la economía de estos
    últimos. Sólo en los últimos tres meses, 98.000 millones de euros han
    dejado España (equivalente a un 9% del PIB español), buscando lugares
    mas seguros (Financial Times – 06.01.12). Entre ellos está Alemania,
    cuyos bonos públicos del Estado se consideran segurísimos (con lo cual
    los bonos a diez años pagan unos intereses bajísimos de 1,56%). Existe
    una acumulación de capital en Alemania a costa de la descapitalización
    de los países GIPSI. Y todo ello se realiza a través de las políticas
    que la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario
    Internacional) está imponiendo a los Estados, sin que haya existido
    ningún mandato popular para ello. (No es sorprendente, pues, que en la
    última encuesta Pew Global Attitudes sobre como la población de varios
    países de la UE valora la creación de la Eurozona, sólo en Alemania la
    mayoría de la población aprueba tal integración económica. En los países
    GIPSI la desaprobación es generalizada. Financial Times. 06.01.12).
    Las políticas públicas del establishment europeo

    Esta situación está contribuyendo también a una grave crisis del
    sistema bancario periférico (estimulado en España por el colapso de
    Bankia). De ahí que la troika esté ahora presionando para que se
    transfieran fondos del European Stability Mechanism –ESM- (que, por
    cierto, no ha sido todavía aprobado por los 17 países de la Eurozona,
    destinados en principio a apoyar a los Estados en situación difícil) a
    fin de ayudar a la banca, añadiéndose así más fondos de ayuda pública a
    estas instituciones bancarias. (En España, hasta este momento, la ayuda
    pública a la banca alcanza una cantidad equivalente al 10% del PIB
    español, ayuda que no ha significado el mejoramiento en la
    disponibilidad del crédito, una de las razones sociales de su
    existencia). Y aunque las izquierdas gobernantes en la UE han
    contribuido a esta situación (los gobiernos del canciller Schröder y el
    Primer Ministro Blair jugaron un papel clave en desarrollar este sistema
    de intervención pública para ayudar a la banca), han sido las derechas
    (Merkel-Sarkozy-Rajoy) las que han acentuado todavía más el
    intervencionismo público para favorecer intereses financieros
    particulares.
    Todos estos datos muestran que el debate no
    debería ser sobre si Estado o no Estado, sino sobre el tipo de
    intervención del Estado y para el beneficio de quienes son estas
    intervenciones del Estado.

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