No me halagues que me enojo

Por Mauricio Maldonado Muñoz
Buenos Aires, Argentina

Parecería razonable, al menos en algún sentido, que respondamos con una ofensa a quién nos ha ofendido. O, se puede decir de otro modo, esa sería la manera instintiva que tendríamos para reaccionar ante lo que consideramos una afrenta en nuestra contra. Así lo había descrito Fernando Mires en su artículo «Jesús en política», en donde entiende, creo yo de modo muy acertado, que aquello ocurre porque quien nos ofende es un «eximio seductor», pues con su palabra sucia, con su violencia, nos invita a reaccionar igual. A acudir, se diría, en venganza. El malvado busca, entonces, que seamos iguales a él; y, si lo logra, dice Mires, «seremos, definitivamente, iguales a él. Alcanzado ese punto desaparecerá toda diferencia entre ofensor y ofendido. Esa será la hora del triunfo final de la ofensa».

Ahora, la lógica indica, igualmente, que ante la bondad reaccionemos con bondad. Al menos la misma lógica que he usado para describir cierto estado en que la ofensa seduce. Esto lo ha dicho también Mires y parece que, en sindéresis, debería también tener razón. Todo acto de amor invita a compartir el amor. La violencia, a su turno, engendra la violencia. Esto que he dicho, que a mi parecer resulta racionalmente fundado y, prima facie, sesudo, a veces parecería que se nos hace ajeno. Será, seguramente, porque ante ciertas situaciones somos más que racionales, concupiscibles.

En el Ecuador, aunque no sea un fenómeno propio o exclusivo nuestro, bien puede pasar que alguien que con recurrencia insulte, delezne o agreda sea nuestro mayor héroe y salvador, mientras que somos capaces de acudir en vindicta de quién nos ha hecho un simple e inocente halago. Me refiero, por ejemplo, al reciente caso en que Patricia Janiot se expresó, en un tweet, muy bien de la ciudad de Quito. Eso, bien lo saben, trajo más de una reacción desagradable de algunos que pretendieron desacreditar a Janiot (no siempre en buenas palabras) y -no sé si estarán conscientes de aquello- también desacreditar a Quito, la ciudad en que viven.

Todos los que hemos nacido o vivido en Quito, al menos mientras ha discurrido la última administración, conocemos que existen problemas realmente serios y que la ciudad, en muchos ámbitos, va camino a convertirse, no tanto en una ciudad desordenada, como en una ciudad ordenadamente caótica (que no es lo mismo). De todos modos, hablar mucho más en contra de Barrera o de su antecesor, Paco Moncayo, que tiene también su cuota de responsabilidad, es abundar. La ciudad es linda y lo es a pesar, incluso, de las malas administraciones. La verdad es que Quito es -y no con pocos merecimientos- la primera ciudad patrimonio cultural de la humanidad y conserva, respecto de otras capitales de América (que es a lo que se refería Patricia Janiot) un cierto orden, amabilidad en su gente y, prácticamente, ausencia de miseria (que no es lo mismo que pobreza).

Podría extenderme en una explicación más abundante, aunque creo que esto se demuestra solamente si uno tiene la posibilidad de comparar a Quito con otras capitales de América y, así, poder comparar entre comparables (lo que indica la lógica más básica). De modo que de seguro habrá distancias impresionantes entre una ciudad como Quito y una ciudad como Oslo, pero no tantas si hablamos de Quito y Lima, Bogotá o México DF. No es de extrañarse, por ello, que los turistas (a quienes entiendo que no estamos en afán de ahuyentar), suelan irse, en su mayoría, con un buen sabor de boca cuando visitan Ecuador. Quito, sobre todo, ha sido distinguida como una de las ciudades más recomendadas a los turistas, entre otras cosas por su centro histórico, por sus paisajes y, vale como halago, por su buena gente y su rica cultura.

Es decir que tenemos a mucha gente hablando bien de nosotros y a muchos de nosotros, hablando mal de nosotros mismos ¡Qué sinsentido! En verdad, si no podemos apreciar al menos las cosas buenas que tenemos, tal vez sí nos merezcamos las cosas malas que nos pasan. Tal vez el problema somos nosotros y las ‘señas particulares’ que nos había descrito alguna vez Adoum. Quizá somos nosotros los que, teniendo espejos al frente y por los costados, no alcanzamos a vernos o cerramos los ojos.

No veo razón para esperar a un Mesías que llegué un día determinado y nos cambie la vida. No alcanzó a entender un fundamento que nos haga entrever que no debamos hacernos cargo de nuestros propios destinos, para darnos el valor que tenemos, para reivindicar eso que tenemos. Lo que podemos ser, solamente si así lo queremos. Integrar un colectivo es una responsabilidad no del colectivo del que se es parte, sino del individuo que la nutre. Son las voluntades individuales las que crecen a las conciencias, las que buscan y consiguen.

Esto, por supuesto, no se trata de -y no significa- abandonar la crítica. Porque es obvio que hay muchos aspectos que se deben mejorar, así como es cierto que se deben señalar las responsabilidades del caso. Pero todo eso no implica que perdamos el rumbo y que empecemos a ver lo superfluo para no ver lo importante, que perdamos la crítica para caer en el puro dogmatismo de ideas. Se trata de aterrizar en la razón la forma en que queremos conducirnos. Que si queremos ser una sociedad que aplauda los insultos de los sábados y, en cambio, desacredite los buenos comentarios que hacen de nosotros, estamos condenados a fundirnos en nuestras propia desproporcionalidad.

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4 Comments

  1. que bien, este articulo dice todo lo que una buen pensante quiere decir, y triste realidad porque lo peor de Ecuador es la existencia de muchos humanos con pensamientos tan pobres y retorcidos de si mismo, son los que ven siempre el vaso vacio, aun cuando este medio.

  2. La señora Janiot se refirió a la bondad de los quiteños, lo cual es cierto y lo hago extensible a los ecuatorianos, pero ella no exaltó la belleza de nuestro Centro Histórico, ni de nuestros museos, ni nuestra gastronomía, mintió la decir que en Quito los autos no pitan, lo cual no es cierto, esto es un pandemonium donde la gente está acostumbrada a manejar con la mano en le pito, por eso es que le reclamamos.  La señora no se dió una vuelta por los alrededores del mercado Santa Clara para que hable de una ciudad limpia, y no es solo el mercado, son todas las calles alrededor de este.

    Nadie espera un mesías, somos nosotros los que debemos respetarnos no arrojando basura, no pitando es decir conviviendo en respeto, pero, ya que elegimos autoridades a quienes pagamos impuestos para que mantengan esta ciudad con la basura recogida, con calles en buen estado, no lo están todas, nuevamente me remito a los alrededores de Santa Clara y la Universidad Central, pues es nuestra obligación exigirlo.  El tweet de la señora Janiot me supo a las imparciales entrevistas de Jorge Gestoso, ni mas, ni menos.

    • Hola, saludos a todos.
      Creo que no es, o si, tal vez, quizás,  salir de nuestro País, para mirar y darnos cuenta de que las cosas no son tan sencillas como las cuentan, primero tenemos que entender que Ecuador se atraso mucho en todo los aspecto y que recién hace muy poco esta resurgiendo y es increíble que personas, profesionales o como decimos (gente de mundo) especifiquemos entre comillas, perdón es que no tenia comillas en mi teclado jajaja. Hace poco estuve en Ecuador, visiblemente antes y después, los pueblos alejados tienen agua, regadíos, que hace 15 años no tenían, el sentido social es grande, discapacitados q antes estaba guardada en las casas, producen y no son estorbos o usufructo para el País.
      Mas bien para no gastar mas mis deditos, salgan desen otra vuelta vea pacha mama hay una sola y ese es mi Ecuador, y de todo un poco hay en la vida, agradecidos y desagradecidos.
      Besos Ecuador desde Santiago de Chile y soy Ecuatoriana.

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