Excepciones

Juan Jacobo Velasco
Mánchester, Reino Unido

Es extraño pensar en nuestro entorno y la posición que ocupamos en él, ese lugar-problema común al que recaía el gran pensador que era Ortega y Gasset. Lo digo porque, aunque tengamos una aproximación científica a la naturaleza de las cosas, las preguntas siguen siendo igual de válidas. ¿Qué somos?, ¿por qué somos como somos?, ¿qué sentido tiene lo que somos y hacemos?, que pasan por el tamiz del «yo y mis circunstancias». Las personas, las sociedades y las visiones científicas tienden a nombrar las cosas en función de la construcción que está detrás de la mirada de referencia. Y se quieren validar como una aproximación a la verdad «verdadera».

Incluso las ciencias más duras (la física, la química, la astronomía) están ataviadas de esa pretensión. Empero, si pensamos que lo que se conoce y estudia como materia en el Universo representa menos del 20% de lo que constituye eso que llamamos «Universo» (los astrofísicos han denominado energía oscura y materia oscura a aquello que sabemos tiene una densidad pero todavía no podemos explicar, y constituye poco más del 80% de nuestro macroentorno), es lógico pensar que quizás lo que somos y observamos es más bien la excepción a la regla. Quizás las lógicas y estructuras del Universo se juegan con otra organización y que la nuestra (que usamos en la actualidad) es más bien insuficiente, demasiado limitada o solamente opera parcialmente y no en la generalidad. Y, no obstante, a eso le llamamos «verdad constatable».

Lo curioso es que nadie se plantea seriamente este debate. Los científicos «duros» se están devanando los sesos para tratar de contar con evidencia constatable de eso que sabemos existe pero no podemos percibir ni explicar todavía. Pero no se han planteado el problema desde el otro lado: quizás debemos demostrar que somos y existimos para ese 80% restante.

Esta idea peregrina me surge fuerte a propósito de ese universo autorreferente y expansivo que es nuestra revolución ciudadana. Desde el principio se planteó como la excepción a la regla que representaba la partidocracia, la forma venal con la que funcionaba la política en el Ecuador y la pretensión de ocupar todos los espacios de poder para usarlos y abusarlos, como ha sido la norma en la historia republicana del país. La diferencia hoy, frente a ese pasado que «fue» la generalización, es que antes de nuestra revolución los proyectos de copamiento total del poder siempre encontraron contrapesos políticos o sociales, o fueron frenados de plano por una crisis de índole política o económica.

Ahora, en cambio, los contrapesos se desvanecieron por el ímpetu y la sagacidad del proyecto político de la revolución. Y, curiosamente, su autoproclamada excepción que llamaba a la participación ciudadana, a la independencia de funciones estatales, a la corriente alternativa al extractivismo, de a poco se convierte en otra expresión de la generalidad histórica. Quizás en su forma más elocuente. Como una materia cada vez más oscura.

* El texto de Juan Jacobo Velasco ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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