El primo

Juan Jacobo Velasco
Manchester, Reino Unido

Tiene razón el presidente Rafael Correa (RC) al afirmar que no se puede confiar en una persona como su primo, Pedro Delgado. Conforme se deshilan los entresijos de las mentiras que fraguó, quedan pocas cosas que se le pueden creer al hoy residente en Miami, amén de su nombre o su condición de pariente del primer mandatario. Me imagino que la experiencia personal de RC debió ser traumática. Haber puesto sus manos en el fuego, nada menos que por el presidente del Banco Central por él designado, a quien –antes de caer en desgracia por un título universitario que no era- luego premió con la Presidencia de un fideicomiso de nombre paradojal (No más impunidad), le debió generar a RC un fuerte dolor de cabeza, además de un ardor en las falanges y en su enorme autoestima. Haber creído a ojos cerrados en alguien tan cercano, pero de ascendente mitómano, debe ser muy difícil de asumir.

Sí, tal como lo afirma RC, las evidencias mostraron (y lo siguen haciendo) que no se puede creer hoy en alguien que tanta confianza y seguridad le dio en el pasado. La pregunta del millón es por qué puede estar tan seguro sobre la probidad de otros funcionarios de su Gobierno o del aparato estatal. Si uno hace un ejercicio lógico, se podría pensar que si con alguien de tanta cercanía le pudo ocurrir algo como lo acontecido con su primo, no es poco probable que con gente no tan cercana, pero que cuenta con poder en su Gobierno, las cosas puedan ser peores.

Es un problema que tiene que ver con la naturaleza humana y con nuestro sino. El Ecuador es un país históricamente afectado por ese temporal maldito llamado corrupción. Los costos han sido enormes en términos de uso y abuso de recursos escasos, que deberían haber tenido un objetivo de política pública pero que terminaron en los bolsillos de unos pocos. Me cuesta creer que ese cáncer nefasto haya sido cercenado de cuajo por la autoproclamada impoluta revolución.

Esto lo digo no con el afán de sugerir que el Gobierno de Alianza País promueva la corrupción. Al contrario, creo que se han generado muy variados mecanismos de fiscalización. Pero me llama la atención el que las cifras sobre las denuncias de corrupción procesadas tengan pocos resultados visibles. Tampoco ayuda el que, en la actualidad, no existan instancias de fiscalización independientes del “proyecto” de AP, y que, gracias a la nueva legalidad, sea imposible hacer investigaciones periodísticas que muestren las miasmas del poder.

A esto tampoco contribuyen las acciones concretas del Gobierno o el Estado cuando estallan los escándalos. Es muy curioso que el primo haya salido del país con una calma chicha cuando confirmó su mentira. En otros casos hemos visto acciones inmediatas del Gobierno. Ahora que se conoce de la cercanía del Fiscal con Delgado, por lo menos algo debería provocar recordar la lentitud pasmosa con que acogió la denuncia contra el primo. Pero no. Hay que creer en la opinión de RC. En el Fiscal sí se debe confiar.

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